
El destino judío: el fascismo y cómo derrotarlo
Mario Wainstein
Semana.co.il
Mario Wainstein
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En estos días me he preguntado por qué la coalición de gobierno de Israel, encabezada por Biniamín Netanyahu, es vista desde afuera como fascista clerical. He llegado a la conclusión de que ello se debe fundamentalmente a que de verdad lo es. Para guardar las apariencias, tal como yo mismo preví en un artículo publicado antes de las elecciones, en diciembre del año pasado, se ha incorporado el Laborismo comprado a un precio exorbitante. Ese precio lo pagó Netanyahu porque también a sus ojos se trata de una coalición fascista clerical, lo que la hace impresentable en sociedad. Ya volveré más abajo al tema de cómo nos perciben desde afuera.A diferencia de “nazi”, “fascista” no es un insulto sino una definición. La Real Academia de la Lengua ha incorporado el término no sólo para designar el fenómeno italiano de Benito Mussolini, sino como nombre de su doctrina “y las similares en otros países”. Hay diferentes definiciones, con variantes en matices, pero las ciencias políticas califican de fascista a la doctrina que pone como valor supremo al Estado (o la Patria, como preferirán decir algunos), y de esa manera la divisoria entre el bien y el mal por ejemplo, no pasa ya por la ética sino por el beneficio o perjuicio que ello acarree a la Patria. Como ilustración: la ciudadanía no se deberá otorgar a la persona nacida en el Estado, o que adquirió la ciudadanía en forma legal, sino a aquel que jure fidelidad a la Patria, independientemente de si cumple o no con las leyes del Estado o de si es o no una buena persona. Ese pensamiento, que según rumores fue emblema de un partido integrante de la coalición y cuyo líder es, según dicen, ministro de Exteriores, es clásico del fascismo.Para todos los opositores a la política de derecha, esa coalición de Gobierno es un regalo de la Divina Providencia. La coalición carece de sutileza, es casi una caricatura, y eso facilita hasta tal punto la tarea opositora, que ni siquiera se necesita hacer nada, la ridiculez se encarga de hacer el trabajo sin ayuda. Es verdad que todo hubiera sido mucho más fácil si Ehud Barak se hubiese negado a integrar la coalición, tal como había prometido hasta el momento mismo en que de buenas a primeras anunció que se integraba. Pero era de esperar que lo haga, e incluso yo mismo anuncié que así sería, en un artículo publicado en otro lado, más de un mes antes de las elecciones.Netanyahu, que se negó a una coalición de rotación porque a diferencia de Livni él tenía “una coalición con sus socios naturales”, sabe que no tiene ninguna autonomía de vuelo. Por ahora trata de eludir una situación en la cual se vea obligado a hacer declaraciones a favor del proceso de paz y la creación de dos estados, o a rechazar propuestas de paz claras y explícitas, que comprenden renunciamientos territoriales. Si hace lo primero, queda sin el apoyo los epígonos del Partido Nacional Religioso (los tres diputados de Habait Hayehudí), de algunos diputados de su propio partido (Beni Beguin, Rubi Rivlin, etc.), y de otros de Israel Beitenu. En la situación actual, y más si se toma en cuenta a por lo menos cuatro diputados laboristas en rebeldía, ello es suficiente para que su frágil coalición comience a resquebrajarse.Por otro lado, si rechaza explícitas propuestas de paz, sucederán dos cosas: no podrá eludir un choque de dolorosas consecuencias con Europa y Estados Unidos, que llevará a Israel a un dramático aislamiento internacional, y ni siquiera el propio Barak podrá evitar que esta vez lo obliguen a abandonar la coalición. Si se tiene en cuenta que incluso en este momento hay una mayoría israelí a favor de la hipotética solución de dos estados para dos pueblos, Netanyahu puede llegar a ser sumamente impopular.Aquí es donde reside la gran esperanza, que es mucho más probable de lo que la gente se imagina. Como es bien sabido, lo óptimo en el caso israelí es que un gobierno de izquierda salga a una guerra, y que uno de derecha firme una paz con renunciamientos territoriales. Muy pocas veces se dan las condiciones para que así sea, pero cuando se dan todo marcha viento en popa. Cuando Menajem Beguin devolvió toda la Península del Sinaí, incluidos sus pozos petrolíferos, a cambio de una paz con Egipto, obtuvo una abrumadora mayoría, hubo una oposición que jamás llegó a extremos de enfrentamientos fraticidas, y el acuerdo se ha mantenido pese a los obstáculos hasta el día de hoy. Cuando el mismo Beguin salió a la Guerra del Líbano, perdió todo el apoyo popular.La fragilidad de la coalición de Netanyahu hace que éste maniobre todo el tiempo para sobrevivir, como ha demostrado en las negociaciones en torno al presupuesto nacional. En el curso de apenas tres días el primer ministro pasó de una propuesta – que llevaba su aprobación explícita y respondía a lo que es su manifiesta concepción de mundo e ideología – a otra que es diametralmente opuesta. No entro aquí a analizar si es buena o mala (creo que es pésima) sino a señalar sencillamente, que es contraria a lo que él cree que es el beneficio del país, y su único mérito consiste en salvar la coalición.Es por eso que si llega a la encrucijada en la cual debe optar, sin poder eludir ya la decisión, es probable que se incline a favor del acuerdo y no en contra. Sencillamente porque de esa manera prolongará su gobierno más que de la otra, y porque además colocará al opositor partido kadima de Tzipi Livni en una situación embarazosa.Tanto la administración de Barack Obama como la Unión Europea, la Autoridad Palestina y los países moderados del mundo árabe, han entendido que ésta es la oportunidad. La misma política del palo y la zanahoria que Israel solía practicar en el pasado con relativo éxito, es empleada ahora en sentido contrario. Abdala II de Jordania junto con otros líderes están tratando de mejorar la propuesta saudita adoptada por la Liga Arabe, ofreciendo una paz formal con todo el mundo árabe e islámico a cambio de una retirada a la frontera internacional, anterior a la Guerra de los Seis Días (1967) y la creación del estado palestino. Una correcta redacción de lo que tiene que ver con los refugiados sería el golpe de gracia: ningún gobierno israelí podría rechazar una propuesta de ese tipo.Por el otro lado, Mahmud Abás ya prepara el palo: con o sin un gobierno de unidad con Hamás, exigirá a la comunidad internacional que, en caso de no aceptar el gobierno israelí la fórmula que reconoce el derecho palestino a un estado, se le apliquen las mismas sanciones que al gobierno de Hamás, que no reconoce el derecho de Israel a su existencia.Si así llega Netanyahu a la encrucijada, y si además entiende que para EEUU y todo Occidente la solución del problema de Irán está vinculada a la solución del problema árabe-israelí en general y el palestino en particular, no deberá sorprender que se muestre dispuesto a negociar.Y volviendo a cómo nos ve el mundo. Lo que me molesta de verdad es que, a diferencia de la actitud asumida frente a todos los otros gobiernos fascistas del mundo – mucho peores que el de Israel, donde después de todo hay todavía absoluta libertad de expresión y una justicia independiente que funciona – en el caso de Israel la postura no es contra su gobierno sino contra el estado como tal.Eso es bien triste, porque nos deja a quienes combatimos al fascismo en absoluta soledad, porque no habrán de esperar de mí todos esos antisemitas que los considere mis aliados.Sobre el destino judíoEn la milenaria historia del pueblo judío hay algunos acontecimientos que sobresalen por su importancia y gravitación, incluso dentro un devenir histórico tan lleno de significados. Así son los momentos casi mitológicos del éxodo de Egipto y de la revelación a los pies del Monte Sinaí, o la codificación de la Mishná y después de la Guemará para la confección del Talmud, o la destrucción del Templo y el exilio.Yo creo que los dos acontecimientos más importantes y significativos de la historia del pueblo judío son la Shoá, con el aniquilamiento sistemático e intencionado de un tercio del pueblo, con la intención manifiesta de hacerlo con todo él, y la creación del estado de Israel, recobrando el pueblo su independencia política y cultural en su patria histórica.Es sorprendente, aunque no casual, que esos dos sucesos colosales hayan tenido lugar en forma casi consecutiva. No es casual, pero no como pretenden algunos, que al estilo de Ahmadineyad suponen que el estado es resultado de la Shoá. Por el contrario, el movimiento sionista político fue consecuencia directa de esos vientos antisemitas que soplaban en Europa y que derivaron finalmente en la Shoá y es de lamentar que en esa carrera haya llegado a su máximo esplendor el antisemitismo antes de que lo haga el sionismo. Se hubieran salvado muchas vidas.Hay gente que ha vivido esos dos momentos culminantes de la historia judía, dos sucesos históricos de enorme magnitud en un pueblo milenario, han sido vividos por una misma persona en muchos casos: se salvaron de la muerte primero, y participaron de la epopeya israelí después. Visto en perspectiva, digamos desde la destrucción del templo hasta hoy, se trata de un muy reducido número de personas.Una de ellas es Eliezer Palmor, conocido por alguna gente de habla castellana debido a que cumplió funciones diplomáticas durante dos años en Buenos Aires. Como todo judío rumano de determinados lugares y épocas, ello le alcanzó para lograr un aceptable dominio del idioma español y agregarlo a la interminable lista que tiene en su haber: inglés, francés, alemán, rumano, húngaro, seguramente algo de ruso, por supuesto idish y hebreo, latín y vaya uno a saber cuántos más.Palmor es un caso realmente notable, porque además de los sucesos ya mencionados, vivió de cerca otros dos, también notables: después de sobrevivir el fascismo y el nazismo, vivió durante un tiempo en el régimen comunista, otra de las vivencias peculiares del siglo veinte, y protagonizó con su persona el proceso de secularización del pueblo judío, saliendo de una casa religiosa típica (su padre era rabino) a la universidad para el estudio, nada menos, que de la filosofía moderna occidental.Todo esto lo sé porque me cuento entre los muy pocos que han leído la autobiografía de Palmor, que no ha sido publicada. Con la ventaja de saber escribir, Palmor describe con exactitud, con humor, con profundidad filosófica y con el cariño que da la nostalgia, una época y una situación únicas e irrepetibles en la historia judía y mundial.Si bien entiendo la reticencia a hacer pública una vida totalmente personal, creo que Palmor y otros como él tienen la obligación de publicar esas memorias, porque precisamente por ser tan personales ya no les pertenecen sólo a ellos. Son, salvadas las diferencias, como el diario de Ana Frank.