
FASCISMO DE IZQUIERDA
Por Pepe Eliaschev
Por Pepe Eliaschev
Ellos dicen que no son antisemitas. Para defenderse. Mienten. Ha aparecido un nuevo concepto que los motoriza, los financia y los moviliza. “Nuestro problema”, dicen, “no son los judíos, sino que es el sionismo”, lo cual es una perogrullada. “Nuestro problema son los judíos”: esto es lo que deberían decir los atacantes encapuchados que en las últimas horas volvieron a exhibir su abominable rostro en las calles de Buenos Aires, una ciudad que se cuenta entre las pocas del mundo en donde el accionar de grupos radicalizados tiene un solo enemigo, un solo adversario, un solo problema: el Estado de Israel.
Permítaseme hacer una rápida mirada a lo que pasa en el mundo, y se advertirá rápidamente que estos encapuchados, jamás se rebelan contra un sinnúmero de injusticias e inequidades. No hablan, por ejemplo, de los permanentes atentados suicidas que se cobran centenares de víctimas todos los meses en países en donde los conflictos étnicos, raciales y religiosos adquieren características trágicas.
Asesinatos masivos en donde no intervienen tropas de Occidente y en donde no tiene nada que ver Israel: el caso de la India, el caso de Afganistán, el caso de Pakistán, terribles guerras con bajas civiles por millares que nunca terminarán de ser debidamente contabilizadas. Separatismo, atentados terroristas, deportaciones masivas, limpieza étnica, graves divergencias raciales que llevan a la supresión de millares de personas, fundamentalismos religiosos, explotación abominable de la mujer, niñas obligadas a casarse antes de ser adolescentes vendidas por sus padres, todo esto en nombre de una cierta “pureza” religiosa. De esto no habla la izquierda revolucionaria anti-sionista. Su único problema es el sionismo.
Cuando el apartheid -esto es, la explotación de la mayoría negra por la minoría blanca- existía en Sudáfrica, en la Argentina no había manifestaciones populares contra el régimen sudafricano. Las colonias que proliferaron en el África durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, no generaron en aquellas izquierdas manifestaciones de protesta. El colonialismo alemán, el italiano, el portugués, y desde luego el francés y el británico –los más importantes-, nunca generaron el repudio y el rechazo que, en cambio, genera un pequeño Estado cuya superficie equivale a la provincia de Tucumán y en donde viven solo siete millones de personas, dos millones de las cuales, siendo ciudadanos israelíes, no son judíos.
El problema de estos grupos es que viven atrincherados en una oscuridad que es la clave y el código de entrada a su verdadero origen. Es mano de obra, son claramente tropas mercenarias. El único país que puede estar interesado en financiar o alentar este tipo de grupos en América Latina, y sobre todo un país siempre propicio para estos extremismos como la Argentina, es, por ejemplo, la República Islámica de Irán, la Meca de personajes como Luis D’Elía, que ahora no aparece, pero que hace pocos meses cuando en cambio podía manifestarse libremente luego de haber sido “embajador” de Néstor Kirchner en Cuba, alentaba también él ataques contra la Embajada de Israel y acusaba lo que ellos llaman el “sionismo colonizador”.
En estos casos, es bueno, sano, profiláctico, ser claro. Lo del anti-sionismo es una mentira inconsistente. Estos pequeños grupos violentos a los que el Gobierno nacional no termina de condenar como corresponde porque hay conexiones internas que se explican inclusive en los años ’70 cuando los Montoneros se entrenaban en las tierras del sur del Líbano, son claramente enemigos jurados de la paz y del estado de derecho. Contra ellos, actitudes tímidas, tibias o ambiguas, serán el prólogo de nuevos sufrimientos para la Argentina.
Permítaseme hacer una rápida mirada a lo que pasa en el mundo, y se advertirá rápidamente que estos encapuchados, jamás se rebelan contra un sinnúmero de injusticias e inequidades. No hablan, por ejemplo, de los permanentes atentados suicidas que se cobran centenares de víctimas todos los meses en países en donde los conflictos étnicos, raciales y religiosos adquieren características trágicas.
Asesinatos masivos en donde no intervienen tropas de Occidente y en donde no tiene nada que ver Israel: el caso de la India, el caso de Afganistán, el caso de Pakistán, terribles guerras con bajas civiles por millares que nunca terminarán de ser debidamente contabilizadas. Separatismo, atentados terroristas, deportaciones masivas, limpieza étnica, graves divergencias raciales que llevan a la supresión de millares de personas, fundamentalismos religiosos, explotación abominable de la mujer, niñas obligadas a casarse antes de ser adolescentes vendidas por sus padres, todo esto en nombre de una cierta “pureza” religiosa. De esto no habla la izquierda revolucionaria anti-sionista. Su único problema es el sionismo.
Cuando el apartheid -esto es, la explotación de la mayoría negra por la minoría blanca- existía en Sudáfrica, en la Argentina no había manifestaciones populares contra el régimen sudafricano. Las colonias que proliferaron en el África durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, no generaron en aquellas izquierdas manifestaciones de protesta. El colonialismo alemán, el italiano, el portugués, y desde luego el francés y el británico –los más importantes-, nunca generaron el repudio y el rechazo que, en cambio, genera un pequeño Estado cuya superficie equivale a la provincia de Tucumán y en donde viven solo siete millones de personas, dos millones de las cuales, siendo ciudadanos israelíes, no son judíos.
El problema de estos grupos es que viven atrincherados en una oscuridad que es la clave y el código de entrada a su verdadero origen. Es mano de obra, son claramente tropas mercenarias. El único país que puede estar interesado en financiar o alentar este tipo de grupos en América Latina, y sobre todo un país siempre propicio para estos extremismos como la Argentina, es, por ejemplo, la República Islámica de Irán, la Meca de personajes como Luis D’Elía, que ahora no aparece, pero que hace pocos meses cuando en cambio podía manifestarse libremente luego de haber sido “embajador” de Néstor Kirchner en Cuba, alentaba también él ataques contra la Embajada de Israel y acusaba lo que ellos llaman el “sionismo colonizador”.
En estos casos, es bueno, sano, profiláctico, ser claro. Lo del anti-sionismo es una mentira inconsistente. Estos pequeños grupos violentos a los que el Gobierno nacional no termina de condenar como corresponde porque hay conexiones internas que se explican inclusive en los años ’70 cuando los Montoneros se entrenaban en las tierras del sur del Líbano, son claramente enemigos jurados de la paz y del estado de derecho. Contra ellos, actitudes tímidas, tibias o ambiguas, serán el prólogo de nuevos sufrimientos para la Argentina.