EL RINCON DE MOSHE YANAI


“También somos sefardíes”

Existe una lamentable realidad en la tierra donde gobernaran otrora los Reyes Católicos: hacen pensar sobre si algunos aspectos menos brillantes de su legado cobran fuerza en nuestros días. Pero una voz más sensata que otras se ha hecho escuchar en el otro extremo del Mediterráneo, y conviene que sepamos y valoremos este hecho.
Existe una lamentable realidad en la tierra donde gobernaran otrora los Reyes Católicos: hacen pensar sobre si algunos aspectos menos brillantes de su legado cobran fuerza en nuestros días. Pero una voz más sensata que otras se ha hecho escuchar en el otro extremo del Mediterráneo, y conviene que sepamos y valoremos este hecho.
El que escribe estas líneas es un israelí de origen hispano. Catalán de nacimiento, nació en el seno de una familia sefardí establecida en Barcelona y le tocó vivir su infancia durante la Guerra Civil española. Más tarde, su familia fue de hecho expulsada en 1944 por el mero hecho de ser judía. Así ocurrió que tuvo el privilegio de ver nacer el Estado de Israel. Después de tantos años, no es de extrañar que ese catalán en Tierra Santa se considere israelí en todos los sentidos.
Lo que antecede ha sido escrito únicamente para que se sepan los antecedentes del autor de esta nota. Quien, sea dicho de paso, ha sido testigo de ocho guerras, de las cuales le tocó participar en dos. Pero también reconoce que su israelismo no le ha impedido una relación muy estrecha con la tierra que le vio nacer. Más que ello, diría, ha mantenido su afinidad con ella, con su gente, con su pasado. Forma parte de una generación de post exiliados que volvió a una España en la había germinado la libertad durante la Segunda República. Luego, con el franquismo, su mundo literalmente se desplomó.
No es de extrañar que se vea apesadumbrado por el clima que se ha creado ahora en su país de origen. Lee y escucha lo que se dice allí sobre su Israel, un diminuto país forjado en la tierra de sus antepasados. El vergel surgido en donde solamente hubiera un páramo desolador. Que ha tenido que empuñar tantas veces las armas para defender su existencia. Que por razones que no llega a comprender plenamente, no siempre ha sido debidamente juzgado.
Me tomo la libertad de agregar un detalle personal. Desde que apareció el Internet ha podido; es decir, he podido “volver a mis raíces”. Leer la actualidad de mi Barcelona amada por conducto del diario que hubiera ojeado cuando todavía era un mocoso. He relatado esta circunstancia en “El niño que leía La Vanguardia”, publicado no hace mucho en el más veterano (y posiblemente caracterizado) diario barcelonés. Resentido y amargado por las dolientes críticas que han aparecido allí (salvo algunas excepciones que aplaudo con calor), me he preguntado si acaso hemos perdido la partida en cuanto se refiere al sentir de españoles en general y catalanes en particular.
Con tanta tergiversación, con semejantes subterfugios y ambigüedades, con tanto redoble de una propaganda palestina bien concertada, es evidente que llevamos la de perder. A todo ello se plantea un hecho bien inquietante: la judeofobia que parece cundir desde siempre, y ahora más que nunca, en un país que posiblemente acuse la menor tasa de presencia judía. Es un hecho sobre el que me he referido más de una vez. Cabizbajo y apesadumbrado, he tenido que reconocer que, como judío, no he de ser una persona grata para la pluralidad de los españoles.
Este domingo he leído algo que me ha impresionado y me ha alentado en gran medida. Hasta tal punto, que lo he considerado como un rayo de luz en la pavorosa oscuridad que, a mi modo de ver, envuelve el pensar de los españoles. No puedo pasar por alto esta proclama que para mí es tan significativa. Por eso he decidido publicar lo que en otras circunstancias hubiera sido solamente una íntima sensación personal.
El artículo al que me refiero lo ha escrito Alfredo Abján, vicedirector del rotativo. Lleva el título del epígrafe. Empieza diciendo que “la opinión pública suele ser zarandeada por quienes juegan tanto con las palabras como con las ideas”. Y agrega algo muy cierto: “Estamos rodeados de agitadores profesionales (…) que nos ofenden con verdades irrefutables, exclusivas, absolutas (…) que convierten al discrepante en un enemigo virtual”. Sigue explicando que “la guerra abierta entre Israel y Hamás ha aflorado de nuevo esas conductas (…) “es cierto que el fuego intelectual es cruzado” y añade algo que bien sabemos: “Ha sido particularmente miserable el que ha apuntado, entre otros, contra Pilar Rahola”. Esta cita mucho me ha impresionado, porque creo ser un amigo de esa fogosa paladín de la causa judía e israelí que colabora con el diario catalán.
El editorial señala luego: “España en general y Catalunya muy en particular tienen el dudoso honor de ser los líderes europeos del antisemitismo. Lo vienen denunciando encuestas, que deberían producirnos inquietud cuando no escalofríos. Somos los más propalestinos y los más antiisraelíes del continente, con diferencia. Encima, la mitad de nuestros escolares de secundaria confiesan no estar dispuestos a trabajar con judíos. Debe ser que España es diferente. A fin de cuentas expulsamos hace más de 500 años a nuestros hermanos sefardíes - poco después hicimos lo propio con los moriscos-; padecimos una larga dictadura proárabe y antijudeo-masónica, y maduramos viendo cómo los jovencitos socialistas de 1975 excluían de su congreso a la delegación de las juventudes laboristas israelíes para aclamar a los cachorros palestinos de George Habash. (…) Contradicciones de una sociedad, cuyo 20% de los varones tenemos marcadores genéticos heredados de nuestros antepasados sefardíes”.
Confieso que no es ésta precisamente una arenga pro israelí; es un llamado a la cordura a los españoles y los catalanes. A mi modesto modo de ver, un toque de alerta. Lo que hubiera sido más oportuno, hubiese sido advertir sobre las consecuencias de un pensar tan extraviado. Una sola palabra hubiera sido suficiente: Auschwitz. Pero de cualquier modo, gracias señor periodista. Su modo de pensar tan sincero ennoblece a los catalanes-españoles.
Moshé Yanai