
"Progres" de cartón
Por Alberto Mazor
Después de la ruptura unilateral de la tregua por parte de Hamás y sus continuos ataques con misiles y morteros contra el territorio israelí, tras una larga serie de advertencias a las autoridades de Gaza para que pusieran fin a los ataques terroristas, Israel ha tenido que responder. Y lo ha hecho con contundencia. Ha destruido prácticamente todos los edificios de la policía y las milicias de Hamás, depósitos y túneles por los que se introducen en Gaza las armas.
Por supuesto que ha habido víctimas civiles. Porque muchos de los arsenales de Hamás y la Yihad Islámica están en "lugares adecuados" como sótanos de universidades, mezquitas, hospitales, escuelas y casas de miembros y líderes de Hamás. Porque todo el terrorismo islamista se basa en el asesinato de civiles, cuyas muertes para ellos es una bandera.
Pero cualquiera que vea el mapa de las operaciones realizadas, sabe que el esfuerzo de Tzáhal por evitar víctimas civiles palestinas es tan grande como el habitual de los terroristas de Hamás por matar al mayor número de civiles israelíes.
Sólo la incredulidad o la mala fe de los pseudos-progresistas de turno –esos que primero disparan y después dibujan el círculo del blanco alrededor del impacto- pueden inducir a hablar, como se viene haciendo, de ataques masivos. Quien conoce un poco Gaza, una de las regiones más superpobladas del mundo, sabe que un ataque masivo habría provocado muchos miles de víctimas y cerca de 400, en su mayoría hombres uniformados.
Pero esto da igual no sólo a los "progres" de cartón que gotean lágrimas de cocodrilo, sino también a algunas organizaciones políticas o pseudo-humanitarias y a tantos políticos de derechas e izquierdas, a los que tan fácil les resulta condenar un bombardeo ante la opinión pública. Eso siempre confiere imagen de humanitario. Eso sí, cierran sus bocas durante todo el tiempo en el que Hamás ha generado una situación que hace inevitable la tragedia.
Hace tres años Israel se desconectó de Gaza para intentar dar otro impulso a unas negociaciones sobre dos Estados, israelí y palestino, cuya existencia hoy es aceptada por una abrumadora mayoría de los ciudadanos israelíes quienes están de acuerdo en abandonar los territorios conquistados en 1967. En la otra parte no sucede lo mismo. Cada vez son más los palestinos que siguen las consignas de Hamás, Hezbollah, Al Qaeda, Irán y Afganistán, rechazan la solución de dos Estados y llaman a la destrucción de la “entidad sionista”.
Hay muchos responsables de que así sea. Y no todos se encuentran en la región. Están ante todo los terroristas de Hamás que con la ayuda de Irán y Siria y la inapreciable colaboración del corrupto aparato de la Autoridad Palestina, consiguieron ganar unas elecciones, liquidar a sus oponentes de Al Fatah y establecer un Estado terrorista en la frontera sur de Israel.
Mientras desde Israel, pese a la confusión y las convulsiones políticas internas (especialmente los resultados de la Segunda Guerra en el Líbano y la corrupción de algunos dirigentes centrales), se hacían esfuerzos por proseguir las negociaciones con la Autoridad Palestina en el poder en Cisjordania, Hamás y Ahmadineyad fueron ganando terreno, legitimidad internacional y armamentos cada vez más sofisticados. No sólo en Rusia, China o Pakistán, también en Europa y por supuesto en la ONU.
Pocos hechos tan significativos como que en el Reino Unido -donde más activamente se ha hecho campaña para aislar a Israel-, un canal de televisión decidiera estas navidades emitir un saludo de Nochebuena del presidente iraní, el adalid de la destrucción de Israel, el látigo de los infieles, el carcelero de las mujeres intelectuales y el verdugo de los homosexuales.
Pese a toda la cultura de apaciguamiento, negociación de principios y relativismo general que se suministra a diario, nadie se atrevería a decir, por ejemplo, que las armas de Al Qaeda no hacen daño porque tienen menos capacidad de fuego que las del ejército americano. Es una muy astuta forma de analizar la realidad comparando elementos no comparables. Es la que lleva a tanto intelectualoide a decir que los misiles artesanales de Hamás son poco más que una broma pesada y que no pueden justificar nunca una acción contundente del agredido para acabar con ellos. Es la que lleva a tanto idiota a pensar que las armas son malas independientemente de quienes las tenga.
En Israel la amenaza del terrorismo puede llegar a poner en peligro su propia existencia como Estado. La creación de un Estado terrorista en Gaza en los últimos tres años y su creciente capacidad de paralizar la vida normal de un millón de ciudadanos, pone en cuestión la propia viabilidad del Estado a ojos de los israelíes pero ante todo a ojos de cientos de millones de islamistas, árabes o no, que han convertido la destrucción de Israel en el centro de su existencia.
Israel no puede vivir con gran parte de su población enterrada en refugios día sí, día también, porque Hamás o Irán quieran. El Estado no se erigió para ser un gran gueto bajo tierra desde Beer Sheva a Ashdod con los islamistas desfilando encapuchados sobre sus terrenos.
Los intentos de explicar la operación militar israelí como parte de la dinámica electoral interna de Israel son absolutamente desencaminados. Nada había más lejos de los deseos de la población israelí que entrar ahora en este conflicto. Porque aquí se conoce la guerra. Y todos saben que estos muertos del fin de semana no son los primeros ni los últimos. Y que muchos no serán terroristas sino también niños tanto palestinos como israelíes y muchos soldados israelíes si acción continúa por tierra.
Lo que sí debería estar claro es que los defensores de esta operación militar de Israel somos los que sufrimos por todas las muertes, también por las de ahora en ambos bandos. Y enfrente hay un enemigo que se alimenta de las muertes, también de las propias. Y las busca en Israel, en la Embajada de Israel en Buenos Aires, en AMIA, en Nueva York, en Londres o Madrid, en la India o en Afganistán.
Hamás forma parte de una cultura de la muerte que es enemiga del humanismo tanto como de Israel. Si Israel falla en su autodefensa, por supuesto que desaparecería como Estado democrático, pero todas las demás sociedades abiertas perderían un bastión muy importante en la defensa de la ciudadela de la libertad. Una ciudadela que tiene muchas murallas minadas o tambaleantes en Occidente por el miedo a luchar, la falta de voluntad de ganar, por su confusión de valores y su incapacidad para el sacrificio.
O porque los ilusos y los pseudo progres de cartón, para los cuales Auschwitz y la ESMA es la misma cosa, pero la sangre de las víctimas de Gaza es siempre diferente de las de Sderot, Ashkelon o Beer Sheva (sean judíos, beduinos o drusos), todavía creen que estamos tratando con un enemigo igual a nosotros.
Por Alberto Mazor
Después de la ruptura unilateral de la tregua por parte de Hamás y sus continuos ataques con misiles y morteros contra el territorio israelí, tras una larga serie de advertencias a las autoridades de Gaza para que pusieran fin a los ataques terroristas, Israel ha tenido que responder. Y lo ha hecho con contundencia. Ha destruido prácticamente todos los edificios de la policía y las milicias de Hamás, depósitos y túneles por los que se introducen en Gaza las armas.
Por supuesto que ha habido víctimas civiles. Porque muchos de los arsenales de Hamás y la Yihad Islámica están en "lugares adecuados" como sótanos de universidades, mezquitas, hospitales, escuelas y casas de miembros y líderes de Hamás. Porque todo el terrorismo islamista se basa en el asesinato de civiles, cuyas muertes para ellos es una bandera.
Pero cualquiera que vea el mapa de las operaciones realizadas, sabe que el esfuerzo de Tzáhal por evitar víctimas civiles palestinas es tan grande como el habitual de los terroristas de Hamás por matar al mayor número de civiles israelíes.
Sólo la incredulidad o la mala fe de los pseudos-progresistas de turno –esos que primero disparan y después dibujan el círculo del blanco alrededor del impacto- pueden inducir a hablar, como se viene haciendo, de ataques masivos. Quien conoce un poco Gaza, una de las regiones más superpobladas del mundo, sabe que un ataque masivo habría provocado muchos miles de víctimas y cerca de 400, en su mayoría hombres uniformados.
Pero esto da igual no sólo a los "progres" de cartón que gotean lágrimas de cocodrilo, sino también a algunas organizaciones políticas o pseudo-humanitarias y a tantos políticos de derechas e izquierdas, a los que tan fácil les resulta condenar un bombardeo ante la opinión pública. Eso siempre confiere imagen de humanitario. Eso sí, cierran sus bocas durante todo el tiempo en el que Hamás ha generado una situación que hace inevitable la tragedia.
Hace tres años Israel se desconectó de Gaza para intentar dar otro impulso a unas negociaciones sobre dos Estados, israelí y palestino, cuya existencia hoy es aceptada por una abrumadora mayoría de los ciudadanos israelíes quienes están de acuerdo en abandonar los territorios conquistados en 1967. En la otra parte no sucede lo mismo. Cada vez son más los palestinos que siguen las consignas de Hamás, Hezbollah, Al Qaeda, Irán y Afganistán, rechazan la solución de dos Estados y llaman a la destrucción de la “entidad sionista”.
Hay muchos responsables de que así sea. Y no todos se encuentran en la región. Están ante todo los terroristas de Hamás que con la ayuda de Irán y Siria y la inapreciable colaboración del corrupto aparato de la Autoridad Palestina, consiguieron ganar unas elecciones, liquidar a sus oponentes de Al Fatah y establecer un Estado terrorista en la frontera sur de Israel.
Mientras desde Israel, pese a la confusión y las convulsiones políticas internas (especialmente los resultados de la Segunda Guerra en el Líbano y la corrupción de algunos dirigentes centrales), se hacían esfuerzos por proseguir las negociaciones con la Autoridad Palestina en el poder en Cisjordania, Hamás y Ahmadineyad fueron ganando terreno, legitimidad internacional y armamentos cada vez más sofisticados. No sólo en Rusia, China o Pakistán, también en Europa y por supuesto en la ONU.
Pocos hechos tan significativos como que en el Reino Unido -donde más activamente se ha hecho campaña para aislar a Israel-, un canal de televisión decidiera estas navidades emitir un saludo de Nochebuena del presidente iraní, el adalid de la destrucción de Israel, el látigo de los infieles, el carcelero de las mujeres intelectuales y el verdugo de los homosexuales.
Pese a toda la cultura de apaciguamiento, negociación de principios y relativismo general que se suministra a diario, nadie se atrevería a decir, por ejemplo, que las armas de Al Qaeda no hacen daño porque tienen menos capacidad de fuego que las del ejército americano. Es una muy astuta forma de analizar la realidad comparando elementos no comparables. Es la que lleva a tanto intelectualoide a decir que los misiles artesanales de Hamás son poco más que una broma pesada y que no pueden justificar nunca una acción contundente del agredido para acabar con ellos. Es la que lleva a tanto idiota a pensar que las armas son malas independientemente de quienes las tenga.
En Israel la amenaza del terrorismo puede llegar a poner en peligro su propia existencia como Estado. La creación de un Estado terrorista en Gaza en los últimos tres años y su creciente capacidad de paralizar la vida normal de un millón de ciudadanos, pone en cuestión la propia viabilidad del Estado a ojos de los israelíes pero ante todo a ojos de cientos de millones de islamistas, árabes o no, que han convertido la destrucción de Israel en el centro de su existencia.
Israel no puede vivir con gran parte de su población enterrada en refugios día sí, día también, porque Hamás o Irán quieran. El Estado no se erigió para ser un gran gueto bajo tierra desde Beer Sheva a Ashdod con los islamistas desfilando encapuchados sobre sus terrenos.
Los intentos de explicar la operación militar israelí como parte de la dinámica electoral interna de Israel son absolutamente desencaminados. Nada había más lejos de los deseos de la población israelí que entrar ahora en este conflicto. Porque aquí se conoce la guerra. Y todos saben que estos muertos del fin de semana no son los primeros ni los últimos. Y que muchos no serán terroristas sino también niños tanto palestinos como israelíes y muchos soldados israelíes si acción continúa por tierra.
Lo que sí debería estar claro es que los defensores de esta operación militar de Israel somos los que sufrimos por todas las muertes, también por las de ahora en ambos bandos. Y enfrente hay un enemigo que se alimenta de las muertes, también de las propias. Y las busca en Israel, en la Embajada de Israel en Buenos Aires, en AMIA, en Nueva York, en Londres o Madrid, en la India o en Afganistán.
Hamás forma parte de una cultura de la muerte que es enemiga del humanismo tanto como de Israel. Si Israel falla en su autodefensa, por supuesto que desaparecería como Estado democrático, pero todas las demás sociedades abiertas perderían un bastión muy importante en la defensa de la ciudadela de la libertad. Una ciudadela que tiene muchas murallas minadas o tambaleantes en Occidente por el miedo a luchar, la falta de voluntad de ganar, por su confusión de valores y su incapacidad para el sacrificio.
O porque los ilusos y los pseudo progres de cartón, para los cuales Auschwitz y la ESMA es la misma cosa, pero la sangre de las víctimas de Gaza es siempre diferente de las de Sderot, Ashkelon o Beer Sheva (sean judíos, beduinos o drusos), todavía creen que estamos tratando con un enemigo igual a nosotros.