
Guerra y vida cotidiana en Israel
por: Tamara Rajczyk (Desde Tel-Aviv)
Raketa, scud, grad, katiusha, son las diferentes definiciones que reciben los misiles que caen en grandes cantidades desde Gaza sobre los ciudadanos israelíes que habitan las ciudades y poblados del sur de Israel. Ninguna de estas palabras es en hebreo, han sido incorporadas a lo largo de los años al lenguaje de los habitantes de la región, a fuerza de vivir la experiencia. Hace dos años atrás fue el turno de los pobladores del norte del país.
Sderot es una pequeña ciudad cercana a la frontera con Gaza que vive bajo la lluvia de misiles desde septiembre de 2000, cuando comenzó la segunda intifada. Sus pobladores están entrenados, saben que la sirena les da un margen de quince segundos para protegerse en algún refugio subterráneo. Sus hijos han crecido al compás de ese sonido y saben, desde que concurren al jardín de infantes, identificar la zona protegida más cercana y cómo correr rápidamente hacia ella. Ya no entran en pánico. Han aprendido a vivir con eso. Pero el alcance de los misiles se ha ampliado y en estos días han caído en Ashkelon, Ashdod, Beer Sheva, ciudades que no estaban acostumbradas a esos ataques y cuyos habitantes creían estar alejados del peligro. Además de heridos y muertos, muchos se ven afectados por ataques de pánico. En la madrugada del martes último, un misil cayó en el patio de una escuela en Beer Sheva y más tarde en la cancha de fútbol de Ashkelon, sólo unos minutos antes de que los jugadores comenzaran el entrenamiento. Las clases se han suspendido, los casamientos trasladados a sitios alejados, la gente se queda en su casa atenta a las noticias y las indicaciones del "Comandante de la retaguardia" (un cargo militar que difícilmente exista en otro país y a quien los civiles consultan por infinidad de motivos, algunos muy triviales).
La frontera está caliente: miles de soldados de infantería, artillería y tanquistas están concentrados esperando órdenes junto con miles de reservistas, mientras sus madres se angustian porque saben que la incursión terrestre es inevitable, así como serán inevitables los heridos y las bajas. De un tanque cuelga una gigantesca bandera con la foto de Guilad Schalit, el soldado secuestrado hace más de dos años, debajo de la cual se lee: "Traeremos a Guilad Schalit vivo".
Entretanto... en las regiones no afectadas por el conflicto, la vida transcurre como si todo ocurriese en otro planeta. Por la rambla de la ciudad costera de Natanya madres pasean a sus bebes, las mesas de los bares de la plaza Hatzmaut están colmadas de personas disfrutando del sol invernal. Hay gente caminando por la playa, un grupo de surfistas desafían las suaves olas del Mediterráneo y varios turistas se fotografían con el mar turquesa de fondo.
Raketa, scud, grad, katiusha, son las diferentes definiciones que reciben los misiles que caen en grandes cantidades desde Gaza sobre los ciudadanos israelíes que habitan las ciudades y poblados del sur de Israel. Ninguna de estas palabras es en hebreo, han sido incorporadas a lo largo de los años al lenguaje de los habitantes de la región, a fuerza de vivir la experiencia. Hace dos años atrás fue el turno de los pobladores del norte del país.
Sderot es una pequeña ciudad cercana a la frontera con Gaza que vive bajo la lluvia de misiles desde septiembre de 2000, cuando comenzó la segunda intifada. Sus pobladores están entrenados, saben que la sirena les da un margen de quince segundos para protegerse en algún refugio subterráneo. Sus hijos han crecido al compás de ese sonido y saben, desde que concurren al jardín de infantes, identificar la zona protegida más cercana y cómo correr rápidamente hacia ella. Ya no entran en pánico. Han aprendido a vivir con eso. Pero el alcance de los misiles se ha ampliado y en estos días han caído en Ashkelon, Ashdod, Beer Sheva, ciudades que no estaban acostumbradas a esos ataques y cuyos habitantes creían estar alejados del peligro. Además de heridos y muertos, muchos se ven afectados por ataques de pánico. En la madrugada del martes último, un misil cayó en el patio de una escuela en Beer Sheva y más tarde en la cancha de fútbol de Ashkelon, sólo unos minutos antes de que los jugadores comenzaran el entrenamiento. Las clases se han suspendido, los casamientos trasladados a sitios alejados, la gente se queda en su casa atenta a las noticias y las indicaciones del "Comandante de la retaguardia" (un cargo militar que difícilmente exista en otro país y a quien los civiles consultan por infinidad de motivos, algunos muy triviales).
La frontera está caliente: miles de soldados de infantería, artillería y tanquistas están concentrados esperando órdenes junto con miles de reservistas, mientras sus madres se angustian porque saben que la incursión terrestre es inevitable, así como serán inevitables los heridos y las bajas. De un tanque cuelga una gigantesca bandera con la foto de Guilad Schalit, el soldado secuestrado hace más de dos años, debajo de la cual se lee: "Traeremos a Guilad Schalit vivo".
Entretanto... en las regiones no afectadas por el conflicto, la vida transcurre como si todo ocurriese en otro planeta. Por la rambla de la ciudad costera de Natanya madres pasean a sus bebes, las mesas de los bares de la plaza Hatzmaut están colmadas de personas disfrutando del sol invernal. Hay gente caminando por la playa, un grupo de surfistas desafían las suaves olas del Mediterráneo y varios turistas se fotografían con el mar turquesa de fondo.
En Tel Aviv el panorama es similar: restaurantes llenos, cada cual yendo a su trabajo y cumpliendo su rutina como si nada ocurriera a sólo unos pocos kilómetros de distancia. Los automóviles taponan las salidas de la ciudad, como cada día en las horas críticas. Por la noche, una conferencia del popular escritor Meir Shalev reúne un auditorio colmado en un centro cultural ubicado junto al Museo de Tel Aviv y la Opera. El tema de la disertación: literatura infantil. Todos escuchan atentamente. Nadie hace referencia a la situación.
En la Universidad de Haifa, un grupo de estudiantes árabes-israelíes se manifiesta en contra de los bombardeos de la aviación y a favor de sus hermanos palestinos. En la vereda de enfrente, estudiantes israelíes gritan: "¡Váyanse a estudiar a Gaza!" La policía forma un cordón humano entre ambos grupos. La protesta se reduce a un griterío cruzado.
En la Universidad de Jerusalem, las clases transcurren normalmente, los estudiantes sólo se ven afectados por la lluvia y el viento helado que sopla en el Monte Scopus.
Nadie recuerda que el 10 de febrero hay elecciones generales. Olmert, Barak y Livni (Primer Ministro, Ministro de Defensa y Canciller, respectivamente) aparecen juntos en cada conferencia de prensa. Hasta el opositor Bibi Netanyahu hace declaraciones apoyando las decisiones del gobierno.
Entretanto... Avi Benayahu, vocero del ejército, se dirige a la población desde las pantallas de la televisión y recomienda cumplir las órdenes del comandante de la retaguardia. No hace más que recordarles a todos los habitantes que el frente queda cerca, que los kilómetros que nos separan del conflicto son muy pocos, en un país tan pequeño.
Horizonte Web"
En la Universidad de Haifa, un grupo de estudiantes árabes-israelíes se manifiesta en contra de los bombardeos de la aviación y a favor de sus hermanos palestinos. En la vereda de enfrente, estudiantes israelíes gritan: "¡Váyanse a estudiar a Gaza!" La policía forma un cordón humano entre ambos grupos. La protesta se reduce a un griterío cruzado.
En la Universidad de Jerusalem, las clases transcurren normalmente, los estudiantes sólo se ven afectados por la lluvia y el viento helado que sopla en el Monte Scopus.
Nadie recuerda que el 10 de febrero hay elecciones generales. Olmert, Barak y Livni (Primer Ministro, Ministro de Defensa y Canciller, respectivamente) aparecen juntos en cada conferencia de prensa. Hasta el opositor Bibi Netanyahu hace declaraciones apoyando las decisiones del gobierno.
Entretanto... Avi Benayahu, vocero del ejército, se dirige a la población desde las pantallas de la televisión y recomienda cumplir las órdenes del comandante de la retaguardia. No hace más que recordarles a todos los habitantes que el frente queda cerca, que los kilómetros que nos separan del conflicto son muy pocos, en un país tan pequeño.
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