GUERRA EN GAZA


Dolor y fanatismo conviven en un hospital palestino
Civiles y militantes islamistas son atendidos en el centro Shifa
Médicos en plena tarea en el hospital, en Gaza

The New York Times

CIUDAD DE GAZA.- La sala de emergencias del hospital Shifa suele ser un sitio sangriento y lleno de desesperación. Ayer también fue una lección que revela la manera en que la gente común se encuentra acorralada entre los combatientes suicidas y un gigante militar.
Awni al-Jaru, de 37 años, cirujano del hospital, llegó escapando de su casa en esta ciudad, vestido con su bata de cirugía. Pero no venía a trabajar. Le sangraba la cabeza, y su hija tenía fracturado el maxilar.
Dijo que los militantes de Hamas del departamento vecino habían disparado morteros y cohetes. Israel respondió a la descarga con gran fuerza y el edificio donde vive el doctor sufrió el impacto. Su esposa, Albina, de Ucrania, y su hijo de 1 año murieron.
"Mi hijo fue hecho pedazos -gimió-. A mi esposa la descarga la cortó en dos. Tuve que dejar su cadáver en casa." Como Albina era una extranjera, podría haber abandonado Gaza con sus hijos. Pero, se lamentó el doctor Al-Jaru, no quiso separarse de él y dejarlo allí.
Mártir
Llegó un auto con más pacientes. Uno de ellos era un hombre de 21 años con metralla en la pierna izquierda, que exigió tratamiento inmediato. Resultó ser un militante de la Jihad Islámica. Lucía una ancha sonrisa. "¡Rápido, debo regresar a la lucha!", les dijo a los médicos.
Le explicaron que había casos más graves que el suyo, que debía esperar. Pero insistió: "Estamos enfrentando a los israelíes", dijo. "Cuando disparamos salimos corriendo, pero ellos responden casi de inmediato. Nos metemos en las casas para protegernos", afirmó, sin dejar de sonreír.
"¿Por qué estás tan contento?", le pregunté. "Mira a tu alrededor", respondió.
Una joven que parecía tener unos 18 años gritaba mientras un cirujano le extraía fragmentos de metralla de una pierna. Y había un anciano empapado de sangre. Un bebe de pocas semanas con heridas leves miraba a su alrededor, indefenso. Había un hombre tendido con partes del cerebro a la vista. Su familia gemía a los lados de la camilla.
"¿No ves el sufrimiento de toda esta gente?", le pregunté al militante.
"Pero yo también soy parte del pueblo", dijo, con su sonrisa luminosa. "Ellos han perdido a sus seres queridos, que ahora se han convertido en mártires. Deberían estar felices. Yo también quiero ser un mártir".
Traducción de Mirta Rosenberg