EL TERCER LIBRO


El Tercer Libro, que significa la aparición de otra religión monoteísta y que debiera seguir las normativas de las dos anteriores
por Mario Linovesky

En razón de que accedieron a su condición de animales “pensantes” sin práctica previa, nuestros primeros ancestros debieron conformarse con usar la imaginación para amoldarse a aquello que desconocían. Creyeron de este modo, debido fundamentalmente a esa, su ignorancia original, que el mundo que habitaban se inauguraba recién entonces, con su advenimiento a la existencia. Eran por ende seres inexpertos y lógicamente asustadizos a quienes todo lo que ocurría en la Tierra resultaba novedoso, y los fenómenos naturales, mayormente catastróficos dado que el planeta posglaciación estaba recién acomodándose para contenerlos, mantenían en vilo. Visto lo cual, debieron buscar explicaciones a los hechos que los afectaban en el día a día. Y fue justamente por ello, para atemperar sus progresivos miedos a esa naturaleza que se les aparecía en extremo indómita y violenta, que comenzaron a rendir culto a los más disímiles dioses; cosa que hicieron a través de centurias.
Pasado el tiempo y muchas generaciones, en tanto iban adquiriendo destreza para convivir con aquel ambiente que en principio supusieron ingobernable, y gracias a descubrimientos e ingenios producto de su propio intelecto en creciente desarrollo, fueron reduciendo aquella exagerada cifra de deidades a las que adoraban. Dicha teosinéresis sin embargo se produjo lentamente y en el curso de milenios, hasta que la perspicacia de un itinerante llamado Abraham “el Urita” aglutinó toda esa multitud de entes sobrenaturales devenidos ídolos en un Dios único y todopoderoso, responsable de la creación de ese Universo en el cual vivían y morían. Tal reflexión, con su consecuente carga de ética hoy por todos reconocida, constituyó la base para el nacimiento del judaísmo y fue quizá la revolución de pensamiento más importante que conoció la humanidad. Como derivado de ello, surgió: el Primer Libro. Que además de contener los preceptos religiosos de una nueva nación, se transformó en un formidable compendio histórico-vivencial, y gracias al cual el de los judíos fue denominado, con toda justicia: El Pueblo del Libro.
Siglos más adelante, mientras otras culturas seguían aún encadenadas a las idolatrías paganas de la antigüedad y debido a desinteligencias producidas en el seno del (en aquel entonces mucho más que ahora) convulsionado judaísmo, una parte del mismo se escindió a causa del asesinato perpetrado por los romanos contra el rabino Jesús de Nazaret (al que consideraban el esperado Mesías) y formó una nueva religión conocida como: Cristianismo (palabra derivada de la griega Cristus, que significa el ungido o el Mesías y que le fue adosada por sus seguidores al mencionado Jesús). Congregación ésta la Cristiana que si bien en ningún momento renegó de la Torá o Antiguo Testamento, a su vez escribió un anexo o continuación del mismo, dando así luz al: Segundo Libro, también conocido como: el Nuevo Testamento.
De cualquier modo ambos escritos, uno, el original, que quedó como fuente substancial de la tradición judía y el otro, su continuación, que sumado al primero daba soporte a la creencia cristiana, emanaban de nociones y preceptos basados en la moral y la ética, que aún hoy día rigen las relaciones entre los hombres.
El Tercer Libro, que significa la aparición de otra religión monoteísta y que debiera seguir las normativas de las dos anteriores puesto que toma de ellas gran parte de su estructura y a muchos de sus actores aunque les haya arabizado el nombre, sin embargo se diferencia, y en mucho, de las mismas. Puesto que contrariamente a las instrucciones éticas, morales y de amor al prójimo ecuménicas que las dos primeras contienen, circunscribe dicho amor solamente a los adscriptos a su fe y proclama, en algunos pasajes, la destrucción física de quienes no pertenezcan a ella; sin tomar en cuenta que fueron los credos y escrituras de aquellos a quienes supone sus enemigos, los que le dieron el sustento y la razón de ser. Este tercer libro, conocido como Corán, cuyos adeptos porfían convencidos que es obra directa de Alá, proviene en realidad de las revelaciones que obtuvo en sueños Mahoma, a quien se considera el primer profeta del Islam. Aunque tampoco fue el susodicho Mahoma quien lo escribió, sino que es un compendio de sus enseñanzas, relatadas tras su muerte por hombres que las habían escuchado de su boca y que, milagrosamente, las recordaban palabra por palabra. Así pues, liberado Mahoma de la responsabilidad de su autoría por hallarse muerto entonces, el texto del Corán es atribuible, en primera instancia, a sus escuchas. Y sus excesos por lo tanto, también. O, en todo caso a los escribas, los cuales pudieron, porqué no, haberlas tergiversado. Los que hayan intervenido alguna vez en el “juego del rumor” o “el teléfono descompuesto”, sabrán a qué me refiero. A aquellos que no, les cuento. Se trata de una travesura donde una cantidad de participantes se pone uno al lado del otro y el primero, usando una frase convenientemente larga y que los demás desconocen, se la murmura al oído al que le sigue en la fila. El esparcimiento continúa con la transmisión de lo escuchado y entendido por ese segundo al tercero y así sucesivamente hasta llegar al último, a quien le toca darla a conocer públicamente. El resultado por supuesto, es que la frase original termina totalmente desnaturalizada, lo que promueve la risa y el júbilo de todos los jugadores.
Embrollo semejante al que es de suponer acaeció décadas después de la separación de judíos y cristianos con la redacción de los evangelios (aunque aquí hay que desestimar la risa y el júbilo por las muertes que trajo), que por haberse perdido el primero de ellos denominado evangelio Q o “fuente”, sus transcripciones posteriores fueron hechas basándose en mentas, y dieron pasto, entre otras calamidades propias del rumoreo y la mala intención de aquellos escribas, al nacimiento del flagelo antisemita. Siendo conjeturable que algo así también, vistos su judeofobia y anti cristianismo manifiestos, pueda haber ocurrido cuando se escribió el Corán.
De una manera u otra, el Corán, a diferencia de los dos libros que le preceden, admite la muerte de quien no comparte la fe musulmana. Y no sólo la admite, sino que en ciertos casos también la incentiva. Los defensores del texto, desde luego, buscan poner paños fríos al asunto, recalcando que dicho discurso no es válido para una lectura meramente literal, sino que se necesita de especialistas para interpretar sus entrelíneas, guiños e intenciones. Ésto lo he leído también de un formidable analista como lo es Daniel Pipes, luchador incansable por los valores de occidente, quien nos presenta una cantidad de atenuantes tales como “idioma original”, “contexto histórico” y otros, para asegurarnos finalmente que el Corán, en realidad... no dice lo que dice. Lo entiendo Dr. Pipes, 1.300.000.000 de musulmanes desparramados por todo el planeta, a mi también me meten miedo.
Pero hoy ese planeta está sobre ascuas y es preciso sofocarlas con prontitud. Porque bombas y más bombas explotan aquí y allá, creando el caos y empujando a la gente a la desesperación. Es por ende un pésimo momento para ponerse a hacer interpretaciones, puesto que mezclado entre ese apabullante número de creyentes, lectores o recitadores diarios del Tercer Libro, existe un grupúsculo de fanáticos que lo entienden tal como lo leen y tratan de matarnos. Y si bien se dice que constituyen apenas el 0,1% de la población islámica antedicha, de cualquier modo suman 1.300.000 potenciales homicidas dispuestos a todo. Y contra ellos hay que luchar, en razón que nos va la vida en ello. Sin comprometer desde luego las libertades y derechos individuales como lo ha hecho desatinadamente la policía inglesa asesinando a un electricista por presunción tras el atentado en Londres, pero sí con decisión y dejando los negocios de lado. Cazando y castigando a los autores de las últimas matanzas masivas y hechas al voleo, llámense Al Qaeda, Jizbalá, Yihad Islámica, Hamás y tantos otros grupos de amorales (“militantes”, según la jerga periodística de misteriosos ingresos), pero también detectando y denunciando a quienes perteneciendo a nuestro bando, les proporcionan las armas para que lo hagan indiscriminadamente. Y frenar también a quienes los animan y justifican, ya sean los zurdo fascistas gritones disfrazados con pañuelo árabe, o la ultraderecha con la que patética y antinaturalmente aquellos se han hermanado. Pero también y ésto es de suma urgencia, habrá que estudiar y corregir los motivos que dan pábulo para que a las clases medias, ilustradas por cierto (principalmente ellas porque son las que elaboran y consumen la publicidad mediática antioccidental de sospechosa financiación), les resulten simpáticas y justificables esas carnicerías públicas hechas a base de explosivos y suicidas. Y una forma coherente de hacerlo sería acentuar, además de la democracia que se proclama pero que se cumple a medias, una mínima igualdad de oportunidades para los más sumergidos. Porque de aquel “pan y circo” pergeñado por los antiguos romanos “circo” tenemos de sobra, pero en muchas zonas falta el pan. Y esa carencia, es uno de los motivos que allana propagandísticamente el camino a la actuación de los terroristas.
Por eso, “todos” tenemos una tarea que realizar para que el mundo hoy en peligro vuelva a ser vivible. Pero más la gente del Islam creyente pero no fanática por caso, que deberá poner las cosas en orden dentro de su propia comunidad, si tienen interés claro, denunciando y combatiendo a los clérigos inclinados ciegamente a la Yihad (Guerra Santa) y a las “madrazas coránicas” (escuelas donde se enseña el culto a la muerte, sea la de uno mismo o la de los extraños). Esforzándose además para cambiar paulatina pero firmemente las partes negativas de su cultura, como por ejemplo, entre tantísimos otros actos luctuosos que la misma ampara, su misoginia característica y su afán de supremacía. Esto para que el Tercer Libro se transforme en un canto a la paz y la armonía entre los seres y no en una declaración de guerra como hoy aparece. Y a fin de conseguir, a un mismo tiempo, que dicha religión, con sus cosas buenas que por supuesto las tiene, se sume a las demás (judía, cristiana, budista, hindú, etc.) y sea como ellas un bálsamo para sobrellevar la existencia y no para destruirla.
Pero ha llegado la hora de que también occidente y oriente democráticos hagan lo suyo. Y es mucho, muchísimo, lo que deben (debemos) hacer. Verbi gratia, y esto es sólo la parte más urgente de una larguísima lista, frenar la contaminación ambiental, la desertificación, las enfermedades evitables y el creciente comercio de drogas y de armamentos, así como también la pobreza, la incultura, la explotación y el hambre que afectan a la mayor parte de la humanidad. No es poca la tarea, pero sí inexcusable. Y hay que comenzarla... ¡YA!
No podemos conformarnos con el hecho que tenemos un modo de vida y una sociedad libres, porque aun cuando a todas luces son preferibles a lo que nos espera en caso que triunfen los hombres de las bombas, no por ello dejan de ser injustas para miles de millones de seres humanos. Injusticias que se deben atenuar al máximo, a fin de que el terrorismo quede sin argumentos para llevar adelante sus acciones. Démosles guerra y castigo si a esos maleantes, puesto que por su nihilismo intrínseco son socialmente irrecuperables, pero, por sobre todo, quitémosles la razón de ser. Entonces, con todo el mundo puesto unánimemente en su contra, quedarán sin financiación, escenario, público ni motivos para actuar y se extinguirán solos por aislamiento.
“No hay libro tan malo, que no contenga algo bueno” (Sentencia señalada tres veces por Miguel de Cervantes Saavedra, en su monumental obra: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote De La Mancha)ión de animales “pensantes” sin práctica previa, nuestros primeros ancestros debieron conformarse con usar la imaginación para amoldarse a aquello que desconocían. Creyeron de este modo, debido fundamentalmente a esa, su ignorancia original, que el mundo que habitaban se inauguraba recién entonces, con su advenim
iento a la existencia. Eran por ende seres inexpertos y lógicamente asustadizos a quienes todo lo que ocurría en la Tierra resultaba novedoso, y los fenómenos naturales, mayormente catastróficos dado que el planeta posglaciación estaba recién acomodándose para contenerlos, mantenían en vilo. Visto lo cual, debieron buscar explicaciones a los hechos que los afectaban en el día a día. Y fue justamente por ello, para atemperar sus progresivos miedos a esa naturaleza que se les aparecía en extremo indómita y violenta, que comenzaron a rendir culto a los más disímiles dioses; cosa que hicieron a través de centurias.
Pasado el tiempo y muchas generaciones, en tanto iban adquiriendo destreza para convivir con aquel ambiente que en principio supusieron ingobernable, y gracias a descubrimientos e ingenios producto de su propio intelecto en creciente desarrollo, fueron reduciendo aquella exagerada cifra de deidades a las que adoraban. Dicha teosinéresis sin embargo se produjo lentamente y en el curso de milenios, hasta que la perspicacia de un itinerante llamado Abraham “el Urita” aglutinó toda esa multitud de entes sobrenaturales devenidos ídolos en un Dios único y todopoderoso, responsable de la creación de ese Universo en el cual vivían y morían. Tal reflexión, con su consecuente carga de ética hoy por todos reconocida, constituyó la base para el nacimiento del judaísmo y fue quizá la revolución de pensamiento más importante que conoció la humanidad. Como derivado de ello, surgió: el Primer Libro. Que además de contener los preceptos religiosos de una nueva nación, se transformó en un formidable compendio histórico-vivencial, y gracias al cual el de los judíos fue denominado, con toda justicia: El Pueblo del Libro.
Siglos más adelante, mientras otras culturas seguían aún encadenadas a las idolatrías paganas de la antigüedad y debido a desinteligencias producidas en el seno del (en aquel entonces mucho más que ahora) convulsionado judaísmo, una parte del mismo se escindió a causa del asesinato perpetrado por los romanos contra el rabino Jesús de Nazaret (al que consideraban el esperado Mesías) y formó una nueva religión conocida como: Cristianismo (palabra derivada de la griega Cristus, que significa el ungido o el Mesías y que le fue adosada por sus seguidores al mencionado Jesús). Congregación ésta la Cristiana que si bien en ningún momento renegó de la Torá o Antiguo Testamento, a su vez escribió un anexo o continuación del mismo, dando así luz al: Segundo Libro, también conocido como: el Nuevo Testamento.
De cualquier modo ambos escritos, uno, el original, que quedó como fuente substancial de la tradición judía y el otro, su continuación, que sumado al primero daba soporte a la creencia cristiana, emanaban de nociones y preceptos basados en la moral y la ética, que aún hoy día rigen las relaciones entre los hombres.
El Tercer Libro, que significa la aparición de otra religión monoteísta y que debiera seguir las normativas de las dos anteriores puesto que toma de ellas gran parte de su estructura y a muchos de sus actores aunque les haya arabizado el nombre, sin embargo se diferencia, y en mucho, de las mismas. Puesto que contrariamente a las instrucciones éticas, morales y de amor al prójimo ecuménicas que las dos primeras contienen, circunscribe dicho amor solamente a los adscriptos a su fe y proclama, en algunos pasajes, la destrucción física de quienes no pertenezcan a ella; sin tomar en cuenta que fueron los credos y escrituras de aquellos a quienes supone sus enemigos, los que le dieron el sustento y la razón de ser. Este tercer libro, conocido como Corán, cuyos adeptos porfían convencidos que es obra directa de Alá, proviene en realidad de las revelaciones que obtuvo en sueños Mahoma, a quien se considera el primer profeta del Islam. Aunque tampoco fue el susodicho Mahoma quien lo escribió, sino que es un compendio de sus enseñanzas, relatadas tras su muerte por hombres que las habían escuchado de su boca y que, milagrosamente, las recordaban palabra por palabra. Así pues, liberado Mahoma de la responsabilidad de su autoría por hallarse muerto entonces, el texto del Corán es atribuible, en primera instancia, a sus escuchas. Y sus excesos por lo tanto, también. O, en todo caso a los escribas, los cuales pudieron, porqué no, haberlas tergiversado. Los que hayan intervenido alguna vez en el “juego del rumor” o “el teléfono descompuesto”, sabrán a qué me refiero. A aquellos que no, les cuento. Se trata de una travesura donde una cantidad de participantes se pone uno al lado del otro y el primero, usando una frase convenientemente larga y que los demás desconocen, se la murmura al oído al que le sigue en la fila. El esparcimiento continúa con la transmisión de lo escuchado y entendido por ese segundo al tercero y así sucesivamente hasta llegar al último, a quien le toca darla a conocer públicamente. El resultado por supuesto, es que la frase original termina totalmente desnaturalizada, lo que promueve la risa y el júbilo de todos los jugadores.
Embrollo semejante al que es de suponer acaeció décadas después de la separación de judíos y cristianos con la redacción de los evangelios (aunque aquí hay que desestimar la risa y el júbilo por las muertes que trajo), que por haberse perdido el primero de ellos denominado evangelio Q o “fuente”, sus transcripciones posteriores fueron hechas basándose en mentas, y dieron pasto, entre otras calamidades propias del rumoreo y la mala intención de aquellos escribas, al nacimiento del flagelo antisemita. Siendo conjeturable que algo así también, vistos su judeofobia y anti cristianismo manifiestos, pueda haber ocurrido cuando se escribió el Corán.
De una manera u otra, el Corán, a diferencia de los dos libros que le preceden, admite la muerte de quien no comparte la fe musulmana. Y no sólo la admite, sino que en ciertos casos también la incentiva. Los defensores del texto, desde luego, buscan poner paños fríos al asunto, recalcando que dicho discurso no es válido para una lectura meramente literal, sino que se necesita de especialistas para interpretar sus entrelíneas, guiños e intenciones. Ésto lo he leído también de un formidable analista como lo es Daniel Pipes, luchador incansable por los valores de occidente, quien nos presenta una cantidad de atenuantes tales como “idioma original”, “contexto histórico” y otros, para asegurarnos finalmente que el Corán, en realidad... no dice lo que dice. Lo entiendo Dr. Pipes, 1.300.000.000 de musulmanes desparramados por todo el planeta, a mi también me meten miedo.
Pero hoy ese planeta está sobre ascuas y es preciso sofocarlas con prontitud. Porque bombas y más bombas explotan aquí y allá, creando el caos y empujando a la gente a la desesperación. Es por ende un pésimo momento para ponerse a hacer interpretaciones, puesto que mezclado entre ese apabullante número de creyentes, lectores o recitadores diarios del Tercer Libro, existe un grupúsculo de fanáticos que lo entienden tal como lo leen y tratan de matarnos. Y si bien se dice que constituyen apenas el 0,1% de la población islámica antedicha, de cualquier modo suman 1.300.000 potenciales homicidas dispuestos a todo. Y contra ellos hay que luchar, en razón que nos va la vida en ello. Sin comprometer desde luego las libertades y derechos individuales como lo ha hecho desatinadamente la policía inglesa asesinando a un electricista por presunción tras el atentado en Londres, pero sí con decisión y dejando los negocios de lado. Cazando y castigando a los autores de las últimas matanzas masivas y hechas al voleo, llámense Al Qaeda, Jizbalá, Yihad Islámica, Hamás y tantos otros grupos de amorales (“militantes”, según la jerga periodística de misteriosos ingresos), pero también detectando y denunciando a quienes perteneciendo a nuestro bando, les proporcionan las armas para que lo hagan indiscriminadamente. Y frenar también a quienes los animan y justifican, ya sean los zurdo fascistas gritones disfrazados con pañuelo árabe, o la ultraderecha con la que patética y antinaturalmente aquellos se han hermanado. Pero también y ésto es de suma urgencia, habrá que estudiar y corregir los motivos que dan pábulo para que a las clases medias, ilustradas por cierto (principalmente ellas porque son las que elaboran y consumen la publicidad mediática antioccidental de sospechosa financiación), les resulten simpáticas y justificables esas carnicerías públicas hechas a base de explosivos y suicidas. Y una forma coherente de hacerlo sería acentuar, además de la democracia que se proclama pero que se cumple a medias, una mínima igualdad de oportunidades para los más sumergidos. Porque de aquel “pan y circo” pergeñado por los antiguos romanos “circo” tenemos de sobra, pero en muchas zonas falta el pan. Y esa carencia, es uno de los motivos que allana propagandísticamente el camino a la actuación de los terroristas.
Por eso, “todos” tenemos una tarea que realizar para que el mundo hoy en peligro vuelva a ser vivible. Pero más la gente del Islam creyente pero no fanática por caso, que deberá poner las cosas en orden dentro de su propia comunidad, si tienen interés claro, denunciando y combatiendo a los clérigos inclinados ciegamente a la Yihad (Guerra Santa) y a las “madrazas coránicas” (escuelas donde se enseña el culto a la muerte, sea la de uno mismo o la de los extraños). Esforzándose además para cambiar paulatina pero firmemente las partes negativas de su cultura, como por ejemplo, entre tantísimos otros actos luctuosos que la misma ampara, su misoginia característica y su afán de supremacía. Esto para que el Tercer Libro se transforme en un canto a la paz y la armonía entre los seres y no en una declaración de guerra como hoy aparece. Y a fin de conseguir, a un mismo tiempo, que dicha religión, con sus cosas buenas que por supuesto las tiene, se sume a las demás (judía, cristiana, budista, hindú, etc.) y sea como ellas un bálsamo para sobrellevar la existencia y no para destruirla.
Pero ha llegado la hora de que también occidente y oriente democráticos hagan lo suyo. Y es mucho, muchísimo, lo que deben (debemos) hacer. Verbi gratia, y esto es sólo la parte más urgente de una larguísima lista, frenar la contaminación ambiental, la desertificación, las enfermedades evitables y el creciente comercio de drogas y de armamentos, así como también la pobreza, la incultura, la explotación y el hambre que afectan a la mayor parte de la humanidad. No es poca la tarea, pero sí inexcusable. Y hay que comenzarla... ¡YA!
No podemos conformarnos con el hecho que tenemos un modo de vida y una sociedad libres, porque aun cuando a todas luces son preferibles a lo que nos espera en caso que triunfen los hombres de las bombas, no por ello dejan de ser injustas para miles de millones de seres humanos. Injusticias que se deben atenuar al máximo, a fin de que el terrorismo quede sin argumentos para llevar adelante sus acciones. Démosles guerra y castigo si a esos maleantes, puesto que por su nihilismo intrínseco son socialmente irrecuperables, pero, por sobre todo, quitémosles la razón de ser. Entonces, con todo el mundo puesto unánimemente en su contra, quedarán sin financiación, escenario, público ni motivos para actuar y se extinguirán solos por aislamiento.
“No hay libro tan malo, que no contenga algo bueno” (Sentencia señalada tres veces por Miguel de Cervantes Saavedra, en su monumental obra: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote De La Mancha)