
LA ATORMENTADA HISTORIA DEL ESTADO HEBREO (1948-2009)RICARDO ANGOSO*
De la Declaración de Independencia de Israel:
ERETZ ISRAEL fue la cuna del pueblo judío. Aquí se forjó su identidad espiritual, religiosa y nacional. Aquí logró por primera vez su soberanía, creando valores culturales de significado nacional y universal, y legó al mundo el eterno Libro de los Libros.
Luego de haber sido exiliado por la fuerza de su tierra, el pueblo le guardó fidelidad durante toda su Dispersión y jamás cesó de orar y esperar su retorno a ella para la restauración de su libertad política.
Impulsados por este histórico y tradicional vínculo, los judíos procuraron en cada generación reestablecerse en su patria ancestral. En los últimos decenios retornaron en masa. Pioneros, maapilim y defensores hicieron florecer el desierto, revivieron el idioma hebreo, construyeron ciudades y pueblos, y crearon una sociedad pujante, que controlaba su economía y cultura propias, amante de la paz, pero capaz de defenderse a sí misma, portadora de las bendiciones del progreso para todos los habitantes del país, que aspira a la independencia y a la soberanía.
Introducción
En el año 1948, momento en que la comunidad internacional reconoce al Estado de Israel y acepta la partición de Palestina en dos entidades políticas (una hebrea y otra árabe), culmina la lucha de miles de sionistas por forjar una nación en la que pudieran vivir los judíos de todo el mundo. Había terminado la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, con más de seis millones de judíos sacrificados en los altares del odio y la supremacía étnica, llevó a los líderes de las comunidades exterminadas y a las cancillerías occidentales a comprender la necesidad de que los judíos tuvieran una tierra en la que protegerse del antisemitismo, la intolerancia y la persecución por motivos religiosos y étnicos.
El sueño de ese periodista de origen húngaro llamado Theodor Herzl, que había escrito a finales del siglo XIX el famoso libro-proyecto “El Estado judío”, concluía de una forma certera pero también trágica. Herzl, que había muerto casi en el olvido tras sentar las bases de la ideología sionista y con numerosos problemas con algunos líderes de su comunidad que discutían las bases su programa nacional, había logrado en un período relativamente corto cumplir con el sueño de la nación judía. Fallecido con apenas cuarenta años, Herzl nunca conocería Israel. Luego, una vez que comienza su andadura Israel, en 1948, la parte árabe no aceptó el plan de partición de las Naciones Unidas y las nuevas naciones de Oriente Medio –Egipto, Jordania, Irak y Siria, junto con los palestinos- comenzaron el conflicto bélico contra el nuevo Estado judío. Se había iniciado el largo contencioso árabe-israelí todavía no concluido.
De la guerra de la independencia al sueño de un Estado hebreo
Entre 1920 y 1948, y sobre todo una vez que los sionistas eligen a Israel como el objetivo territorial de su proyecto político, pues en un principio se barajaron otras hipótesis, miles de judíos llegaron hasta Palestina y se establecieron allí, construyendo comunidades agrícolas, comprando casas y tierras y organizando las instituciones judías para el futuro Estado hebreo. Los desiertos despoblados se poblaron y las pequeñas ciudades, como Tel Aviv, crecían a un ritmo frenético. Se estaban sentando las bases para un nuevo Estado e incluso se organizó una fuerza armada de autodefensa judía (Haganá), futuro ejército hebreo que desempeñaría un papel crucial en las guerras con los árabes.
Palestina, que estaba bajo mandato británico desde el año 1920, siempre vivió en permanente tensión, primero porque las comunidades autóctonas rechazaban la colonización británica y la llegada de los nuevos colonos judíos. Los ataques árabes contra las poblaciones civiles judías comenzaron mucho antes de la fundación del Estado de Israel. Hubo importantes matanzas contra ciudadanos judíos indefensos en Hebrón, Jerusalén, Tel Aviv, Tiberias y Safed, por citar tan sólo algunas de las más importantes.
Los británicos, que habían comenzado a sufrir las hostilidades de los grupos terroristas de ambas partes, comprendieron muy pronto que estaban sobre un “avispero” y optaron por una rápida descolonización tras el final de la contienda mundial. Luego, los países occidentales, que habían conocido la tragedia del Holocausto y algunos simpatizaban con la causa judía, como los Estados Unidos, auspiciaron en las recién creadas Naciones Unidas el famoso plan de partición que repartía en dos mitades Palestina. Eran conscientes de que ambas comunidades no podrían vivir juntas en un mismo Estado.
¿Y cuál fue la razón por la que los palestinos no aceptaron nunca los planes de Naciones Unidas y se embarcaron en conflicto de impredecibles resultados que les llevó a la derrota total? Muy fácil: los países vecinos árabes, pero sobre todo los de la línea dura, es decir, Egipto, Irak, Líbano y Siria, convencieron a los líderes palestinos que la guerra contra Israel sería rápida y que la vida hebrea sería apagada para siempre, bastaría con derrotarles e impedir que establecieran un Estado para sobre sus ruinas construir una entidad nacional sólo para palestinos.
El mismo jefe religioso de Jerusalén, el gran mufti Haj Amin el-Husseini, alimentó el odio contra los judíos desde los años veinte y treinta y llegó a viajar hasta la Alemania nazi, donde se reunió con Hitler, y animó a miles de musulmanes de Bosnia y Croacia a unirse a las SS para “completar la obra”, el exterminio total de todos los judíos. Llegó a proyectar, incluso, un campo de concentración para los judíos en Nablus y justificó los asesinatos y atentados violentos contra las comunidades judías de Palestina. Tras la Segunda Guerra Mundial, y después de que le surgieran problemas con los aliados por sus estrechas relaciones con los criminales de guerra Eichmann y Himmler, huyó de Europa, después a Palestina y se refugió finalmente en el exilio egipcio; este “piadoso” religioso fue uno de los teóricos de la “aniquilación” de los judíos e impulsor de la marcha de los árabes de Palestina hasta la supuesta victoria frente a los hebreos, algo que nunca llegaría y un craso error que pagarían de por vida millones de palestinos. Los que quedaron en territorio palestino, al menos, siguen en Israel (18% del censo total del país) y gozan de un nivel de vida superior al del resto de sus vecinos.
Haj Amin el-Husseini escribiría en sus Memorias:”Nuestra decisión fundamental era colaborar con Alemania para hacer desaparecer el último judío del mundo árabe. Yo le pedí a Hitler que me ayudase de forma explícita a resolver esta cuestión en base a nuestras aspiraciones raciales con los métodos innovadores puestos en marcha por Alemania. El me dijo: “Esos judíos son suyos”. Como anécdota, recordar que unos años más tarde de estas reflexiones del mufti, un sobrino suyo de ademanes violentos, gusto por las armas y lenguaje radical, Yassir Arafat, llegaría a la máxima jefatura del principal movimiento terrorista palestino, la Organización para la Liberación Palestina (OLP), principal autora en los sesenta, setenta y ochenta de numerosos atentados indiscriminados y secuestros aéreos. Luego, a finales de los ochenta, se reconvertiría en un movimiento político y, teóricamente, abandonaría las armas.
Así las cosas, y con una mayoría árabe que abogaba por la retirada del territorio antes de aceptar la partición de Palestina, se llega a la guerra de la independencia de Israel que enfrenta, entre 1948 y 1949, a la recién creada armada israelí contra las bien pertrechadas y armadas por la extinta Unión Soviética tropas egipcias, iraquíes y sirias. Los israelíes consiguieron mantener una base territorial sólida y pudieron resistir frente a los embistes del enemigo. En 1948 vivían en Israel unos 680.000 judíos y algo menos de 980.000 árabes, de los que unos 600.000 abandonaron las tierras palestinas por presión de los dirigentes árabes. Nunca más volverían a las tierras de Palestina, vivirían hacinados el resto de sus días en campos de refugiados de Jordania, Líbano y Siria, sin apenas derechos y olvidados por una comunidad árabe que sólo fue pro palestina en términos retóricos pero sin ofrecer soluciones serias y aceptando una negociación bilateral con Israel. En estos campos, fruto de la desidia y el abandono, sólo podía nacer el odio y el resentimiento contra Israel y Occidente, fueron las escuelas de un terrorismo brutal y homicida.
Como consecuencia de la guerra, un 1% de la población israelí falleció en los combates, sobre todo jóvenes con escasa formación militar y sin preparación y civiles indefensos, Jerusalén quedo repartida entre Jordania e Israel y las relaciones de Israel con sus vecinos comenzaban condicionadas por la desconfianza, el rechazo mutuo y la ausencia de cooperación en todos los terrenos. Los británicos tampoco harían mucho por ayudar al recién Estado de Israel, más bien lo contrario: hasta su marcha impidieron a miles de judíos supervivientes del Holocausto llegar a Palestina y abrieron una red de campos de “hacinamiento” en Chipre para esta población que consideraban “molesta”.
Mientras estos acontecimientos se suceden, Israel comienza a desarrollar su sociedad y su economía en todos los terrenos. Se crean decenas de kibutzim, una suerte de comunas de ideología más o menos socialista, se abren universidades, se trazas nuevas ciudades y el país, con la llegada de nuevos emigrantes, sigue creciendo y ya en el año 1950 el censo señala que el país ha doblado su población de hebreos, contabilizándose en esos días más de 1.200.000 judíos viviendo en Israel. En lo que respecta al exterior, varias decenas de países ya han reconocido al nuevo Estado hebreo, que es miembro de las Naciones Unidas, y sus sólidos lazos con los Estados Unidos le permiten dotar a sus fuerzas armadas de un moderno y apropiado armamento para resistir los ataques de sus vecinos. Estamos en plena guerra fría y casi todos los países árabes mantienen unas excelentes relaciones con los soviéticos.
En 1955, Egipto, bajo el mando de un general de ideas nacionalistas y arabistas, Gamal Andel Nasser, inspira una campaña de atentados terroristas contra Israel desde Gaza y bloquea el Golfo de Akaba, con el fin de impedir tanto desde el Mediterráneo como desde otros mares la llegada de provisiones a Estado hebreo y así lograr la claudicación de la nueva nación. El resultado para Nasser no pudo ser más desastroso: entre octubre y noviembre de 1956, Israel lanza una exitosa y rápida campaña militar que concluye con una humillante derrota para los egipcios. Bajo presión internacional, sobre todo británica, Israel abandona los territorios ocupados en el Sinaí y Egipto tiene que asumir un nuevo y vergonzoso revés militar, sobre todo si se tiene en cuenta la diferencia poblacional entre ambos Estados.
Tres años más tarde, en 1958, Israel ya cuenta con casi dos millones de habitantes y es casi el país más rico de la región. A partir de este año las exportaciones se duplicaron y el producto nacional bruto aumentaba un 10% anual, una cifra impensable para Oriente Medio. Se construyó el puerto de Ashdod y se modernizó el de Haifa. El país también se abría al exterior y los lazos con los países occidentales se desarrollaban a un ritmo vertiginoso. En 1965, por ejemplo, Israel y Alemania acordaban establecer relaciones diplomáticas de una forma normal y afrontando la responsabilidad alemana en los crímenes perpetrados durante el Holocausto; ahora ambos países son grandes socios comerciales y mantienen unas relaciones “especiales”, siendo Berlín una de las cancillerías más sensibles a la política exterior israelí.
También en esos años asistimos a un recambio generacional en las elites israelíes, como por ejemplo ocurrió con David Ben-Gurión, quien en 1963 renuncia a la presidencia de Gobierno del país tras casi tres décadas de continuada dedicación a la construcción de la entidad nacional judía. Creador y modernizador del Estado hebreo, Ben-Gurión contribuyó notablemente al desarrollo de una política de seguridad y defensa en su país que sirviera para hacer frente a las amenazas internas y externas, tales como los ataques de sus vecinos árabes y el siempre presente y persistente terrorismo palestino. Ben-Gurión dotó al Estado de Israel del espíritu hebreo, y fue consciente de que en la previsión de las futuras amenazas estaba la garantía de la supervivencia de las generaciones venideras.
Todo ello sin perder de vista la memoria colectiva, los crímenes cometidos contra los judíos en el pasado. En 1960 fue detenido y arrestado de una forma ilegal, pues Argentina lo protegía, como hacían muchos regímenes sudamericanos con los criminales de guerra nazis, Adolf Eichmann, uno de los artífices y arquitectos de la “solución final”, el aniquilamiento de millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Conducido a Jerusalén, fue juzgado y condenado a muerte por sus conocidos crímenes, pese a que en el juicio, al igual que tantos otros criminales nazis, no mostró ningún arrepentimiento y utilizó como única justificación que él tan sólo cumplía órdenes, “como todos los alemanes”.
En los años 60, asistimos al desarrollo de Jerusalén como capital política del Estado de Israel, instalándose allí la Kneset (parlamento), los ministerios y las principales instituciones del país. La comunidad internacional, a la espera de que se decida el status final para la ciudad, no ha reconocido dicha capitalidad y todas las embajadas se encuentran en la capital económica de Israel, Tel Aviv, un populosa y activa ciudad en la costa mediterránea fundada en el año 1909. La parte judía de Jerusalén ocupada por los jordanos sufriría, por el contrario, un notable deterioro: numerosas sinagogas serían destruidas para siempre, el principal cementerio hebreo no sería respetado y se urbanizaría y los judíos de esta parte sufrirían una presión irresistible en esos años para que se marchasen y abandonasen sus propiedades para siempre.
Conviene recordar que en casi todos los países árabes tras la creación del Estado de Israel la vida hebrea se apagaría para siempre y cientos de miles de judíos, desde Irak hasta Argelia, serían expulsados de sus casas y negocios. Se calcula que del millón largo de judíos que había en el mundo árabe en 1948 quedarían hoy algo menos de 25.000, es decir, una “limpieza” rápida y contundente. La diáspora judía del mundo árabe pagó duramente la creación del Estado de Israel y numerosos judíos fallecieron en pogroms tolerados e incluso alentados por las autoridades en Argelia, Irak, Yemén, Siria y Túnez, comunidades hebreas desaparecidas para siempre y en vías de total extinción. Caso bien distinto, y debemos señalarlo, es el de Israel, donde uno de cada cinco de sus habitantes es de origen árabe, un “pequeño” detalle frecuentemente “olvidado” por nuestros medios.
Volviendo a Israel, un acuerdo militar entre Siria y Egipto provocó, de nuevo, la tensión en la región. Con posterioridad a este acto político, en 1967 Egipto movilizó sus fuerzas alrededor del Canal de Suez y luego hacia el desierto del Sinaí, exigiendo la retirada de la Fuerza de Emergencia de las Naciones Unidas estacionada en la frontera egipcio-israelí. Finalmente, y ante el fracaso de sus llamados, los egipcios expulsan a los cascos azules de la Franja de Gaza y del Sinaí, enviando importantes contingentes militares a ambas zonas.
Unos días después de estos acontecimientos, que elevaron la tensión en la zona y provocaron el nerviosismo en Israel, Egipto cierra los Estrechos de Tirán a la navegación israelí, lo que constituyó un casus bellí para el Estado hebreo. Coordinadamente, todos los Estados árabes de la región secundan la estrategia egipcia y tropas iraquíes, jordanas, libanesas, saudíes y sirias se mueven hacia la frontera israelí, preparándose para una guerra de aniquilación contra Israel. El Estado hebreo se estaba jugando su supervivencia física y política.
Se trataba, en definitiva, del primer intento árabe por ocupar Palestina y expulsar a los israelíes de la región, objetivo nunca ocultado de la mayor parte de los dirigentes árabes desde la fundación del Estado judío, el sueño por el que han luchado desde Nasser hasta los actuales dirigentes de Hamas, pasando por Arafat, el difunto muftí de Jerusalén y los déspotas de Damasco.
Israel, en una situación de clara debilidad y sin contar con el apoyo occidental, que temía enemistarse con los países árabes, intentó buscar el arreglo diplomático y la intervención internacional para forzar a los países enemigos a retirar las fuerzas de sus fronteras. Fracasada la diplomacia, Israel atacó antes de verse sorprendida y hundió las defensas egipcias, llegando hasta el Canal de Suez y ocupando el Sinaí, en una acción tan rotunda como audaz y valiente. Jordania y Siria, ya aliadas a la causa egipcia, atacarían a Israel y conseguirían algunos resultados iniciales, pero también se vieron desbordados por las enérgicas y contundentes acciones del ejército israelí.
Los árabes habían sido derrotados de nuevo, e Israel extendía sus fronteras hasta el Canal de Suez, habiendo ocupado los territorios de Judea y Samaria (Cisjordania y Gaza) y los Altos del Golán sirios. Jerusalén, capital dividida hasta entonces entre árabes e israelíes, pasaba a ser territorio del Estado hebreo. Las ganancias territoriales israelíes constituían una nueva humillación para un mundo árabe incapaz de “arrojar al mar” a la “entidad sionista”, eufemismo con que las cancillerías del mundo árabe se refieren al Estado de Israel. Más de quinientos aviones de las fuerzas aéreas árabes que habían luchado contra Israel fueron destruidos y, nuevamente, se mostró la capacidad defensiva y ofensiva de la fuerzas armadas israelíes, incapaces de ser vencidas por sus sempiternos enemigos.
Por primera vez en la historia, soldados judíos pertrechados con su arsenal oraban ante el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén y los antiguos pobladores judíos, que habían sido expulsados por los jordanos, volvían a sus antiguos hogares y negocios. La Capital Eterna de Israel volvía a ser el centro de gravedad político y religioso de los judíos, aunque conservando su carácter multireligioso y pluriétnico. Una ciudad unificada y recuperada para el primer Estado judío de la historia moderna.
En aquellos días, Israel ya contaba con más de dos millones de habitantes y su nivel de desarrollo se acerca más a los estándares europeos que a los de sus vecinos árabes. Sus relaciones con los Estados Unidos, que ya habían ganado la batalla en el terreno tecnológico a la Unión Soviética, significó para Israel la adquisición de modernos y avanzados equipos para sus fuerzas armadas, así como el desarrollo de una industria de seguridad y defensa propia, algo de lo que carecen el conjunto de los países árabes.
La guerra de los Seis Días y sus consecuencias
Pese a todo, los árabes seguían conservando el espíritu de la revancha y anhelaban otro conflicto bélico con Israel. En Israel, sin embargo, algunos ya habían comprendido que tan sólo estableciendo relaciones de buena vecindad y cooperación con sus vecinos el país podría avanzar y lograr cotas más altas de bienestar. En aquellos días, la primera ministra de Israel, la carismática Golda Meir, afirmaría:”Tan sólo le pido a los dirigentes árabes que quieran tanto a sus hijos que envían a la guerra como nos odian a nosotros”. Meir fue la primera política israelí consciente de que tan sólo la acción política y diplomática dotaría al Estado de Israel de seguridad, estabilidad y paz. La guerra debía ser un medio a utilizar en momentos críticos y no un sistema permanente de relaciones con los vecinos. Israel no podía cambiar su geografía, pero sí su visión y proyección exterior.
Desgraciadamente, y como suele ocurrir siempre en la historia de Israel, llegó uno de esos momentos críticos y las palabras de Meir se las llevó el viento para siempre. La sorpresiva guerra del Yom Kipur comenzó el 6 de octubre de 1973, cuando los ejércitos de Egipto y Siria atacaron conjuntamente en la zona del Canal de Suez y los Altos del Golán, respectivamente. Después de días de duros combates, en los cuales Egipto se apostó en el lado oriental del Canal de Suez y los sirios capturaron la mayor parte de los Altos del Golán, el ataque fue contenido y comenzó un contraataque de las fuerzas israelíes que logró hacer retroceder a parte de las fuerzas egipcias, cruzar el Canal y llegar a 101 kilómetros de distancia de El Cairo. En los Altos del Golán, las fuerzas sirias fueron repelidas completamente y los israelíes capturaron un enclave en el norte del territorio, ya en una zona muy profunda de Siria, y recapturaron el Monte Hermón, humillando de nuevo a las tropas sirias. Se habían acabado para siempre los bombardeos sirios contra Israel desde los Altos del Golán.
Finalmente, un acuerdo de alto el fuego fue firmado entre Israel y Egipto el 24 de octubre de 1974. El 18 de enero de 1974 se firmó otro acuerdo de separación de fuerzas en el cual las partes acordaban observar el cese de fuego, convenían disposiciones para la reducción de fuerzas y el establecimiento de una fuerza de emergencia de la ONU en la zona desmilitarizada. El ejército hebreo se retiró a una distancia de 20 kilómetros al este del Canal de Suez y el egipcio replegó la mayor parte de sus fuerzas al oeste de este centro estratégico de comunicaciones.
En lo que respecta a Siria, el 31 de mayo de 1974 se firmaría en Ginebra un acuerdo de separación de fuerzas con Israel que incluía, entre otras cosas, el establecimiento de una fuerza de observadores de la ONU en la zona desmilitarizada, disposiciones para el intercambio de prisioneros y la evacuación de las fuerzas militares israelíes del territorio tomado en la guerra del Yom Kipur, así como de la ciudad de Kuneitra, que fuera capturada en la guerra anterior, la de los Seis Días. Los sirios, contraviniendo todas las normas internacionales, asesinarían fríamente a algunos prisioneros de guerra israelíes.
La guerra resultó absolutamente inesperada en Israel, tanto por la fecha elegida, la tradicional fiesta del Perdón judía, como por su alcance, pues no se esperaban nuevas acciones militares de los países árabes. Y tuvo también consecuencias políticas, pues fueron muchos los observadores israelíes los que acusaron al Gobierno hebreo de falta de previsión y escasa capacidad de análisis ante lo que estaba ocurriendo en la región. La sociedad hebrea, a diferencia de lo que ocurría en sus vecinos árabes, ya tenía numerosos medios de comunicación libres e independientes que cuestionaban lo que hacía su ejecutivo y criticaban las decisiones que consideraba como erróneas.
Aunque Israel rechazó el ataque y respondió con una ofensiva victoriosa contra sus enemigos, la guerra dejó una profunda e imborrable cicatriz en la sociedad israelí. Golda Meir, desacreditada y vapuleada, consiguió ganar las elecciones generales de 1974, y se benefició de las conclusiones de la comisión de investigación (Agranat, en hebreo) que exploró el conflicto, que libró a todos los políticos de culpa y cargo, y endilgó todas las responsabilidades por el letargo israelí al Comandante en Jefe, David Elazar. Pero la opinión pública estuvo en desacuerdo: el informe de la Comisión no hizo sino alimentar una ola de protestas que fue incrementando en todo el país, y que llevó a Meir a presentar su dimisión poco después de su reelección, el 11 de abril de 1974, siendo sustituida por Isaac Rabin al frente del Gobierno y del Partido Laborista. Había comenzado la larga crisis del laborismo que llevaría, años más tarde, al ascenso y posterior llegada al poder de los derechistas del Likud.
Pese a que la historia de Israel ha estado condicionada desde sus orígenes por cíclicas guerras, no olvidemos que también desde el año 1948 el terrorismo ha estado presente en la sociedad israelí. Desde el año fundacional hasta ahora se han realizado cientos de acciones violentas y terroristas dirigidas, sobre todo, contra la población civil, desde secuestros de aviones hasta la colocación de artefactos explosivos en bares, sinagogas, restaurantes y paradas de autobuses. Los palestinos, abandonados por todos y siempre manipulados por sus vecinos, vieron en el terrorismo la mejor arma, pensaban, para destruir Israel, desdeñando la acción política y los medios diplomáticos. Los resultados, tras décadas de inútil violencia, no han podido ser más baldíos.
Uno de los atentados que causó un mayor impacto y conmocionó a medio mundo fue la matanza de atletas israelíes acaecida en 1972 en Munich, durante la celebración de los Juegos Olímpicos en Alemania Occidental. Once miembros del equipo olímpico israelí y un policía alemán murieron en el intento de liberar a los rehenes apresados por los terroristas palestinos y, nuevamente, se derramó sangre judía en territorio alemán. A estas muertes, se le vienen a unir las de miles de inocentes asesinados en brutales y espectaculares matanzas: la de Kiriat Shemoná, en 1974, en la que fallecieron 18 personas, incluyendo aquí a 8 niños; la de Maalot Israel, en el mismo año, en la que fueron asesinadas 27, de las cuales 21 eran niños de corta edad; la del hotel Savoy en Tel Aviv, en 1975, en la que cuatro personas son asesinadas, y la de Plaza de Sion, en Jerusalén, en el mismo año, donde fueron murieron 14 personas y 80 resultaron gravemente heridas tras estallar una bomba en un refrigerador. La lista sería interminable, pues el terrorismo palestino mostró una notable capacidad de acción tanto en el exterior como en el interior, así como el apoyo y la simpatía de la todos los países árabes y los Estados del campo socialista.
El final del período laborista y el gobierno de unidad nacional
En 1977, tras más de 30 años de dominio laborista de la vida política israelí, el conservador Likud gana las elecciones generales y forma, por primera vez un gobierno, que presidiría el mítico Menajem Beguin. Un modelo político basado en las ideas socialistas y sionistas llegaba a su fin, e Israel optaba por una visión más pragmática y abierta al exterior en sus relaciones con Occidente y en su recomposición social y económica. Israel contaba en aquellos años con 3,5 millones de habitantes, sus relaciones con Occidente eran privilegiadas y su sistema político, basado en el parlamentarismo, el Estado de Derecho y el respeto a las normas de la economía de mercado, estaba plenamente consolidado y funcionaba adecuadamente. La identidad israelí de entonces y también de ahora, con la llegada todos los años de miles de emigrantes de numerosos países, era y es multicultural.
Nada más llegar la derecha al ejecutivo sucede un hecho histórico que cambiaría el mapa de Oriente Medio para siempre: de forma sorpresiva y rompiendo el consenso antiisraelí en el mundo árabe, el presidente egipcio Anwar Sadat visita Jerusalén, territorio israelí desde el año 1967. Un año después, en un hecho que causaría el unánime rechazo de todas las cancillerías árabes, se firman los acuerdos de Camp David, que constituyen un marco para la paz en la región y una propuesta para solucionar el contencioso palestino-israelí desde la formulación de un cierto autogobierno. A este acuerdo le seguirían otros, como el Tratado de Paz Israel-Egipto, firmado en 1979 bajo la presidencia de Jimmy Carter y que inició una era de acuerdos y procesos de paz con sus vecinos todavía no concluido.
Israel se comprometía por estos acuerdos y tratados con Egipto a devolver la Península de Sinaí en tres etapas, tal como hizo, y ambos países acordaron mantener relaciones diplomáticas y fomentar la normalidad en sus fronteras. Se esbozaron tímidos acuerdos de cooperación política y económica y, desde entonces, las relaciones entre ambos países se desarrollan en un marco de cierta normalidad. Sadat y Beguin fueron premiados en 1979 con el Nobel de la Paz por sus esfuerzos en Oriente Medio, aunque en 1981 el presidente egipcio pagaría con su vida sus acuerdos con Israel y su voluntad de paz, tras ser asesinado en un aparatoso atentado por unos integristas musulmanes durante una parada militar.
Sin embargo, la guerra seguiría presente en la sociedad israelí por mucho más tiempo: en 1981 Israel tiene certeras y constatadas noticias de que su principal enemigo en la región, el Irak de Sadam Hussein, está trabajando en un programa nuclear con el que pretende construir bombas atómicas para atacar a sus enemigos, principalmente Israel e Irán. Ese mismo año un dispositivo de la Fuerza Aérea Israelí destruye el reactor nuclear iraquí situado en la base de Osirak justo antes de ser operativo; los sueños nucleares del régimen iraquí quedaban reducidos a escombros y el mundo occidental, que sentía una posición ambivalente entre el respeto y el temor por el régimen de Sadam Hussein, respiró tranquilo.
Un año más tarde de esta operación, en 1982, los israelíes, cansados de los ataques terroristas procedentes de Líbano y de la impunidad con la que actuaba la Organización para la Liberación de Palestina desde este país, deciden pasar a la acción y el ministro de defensa de la época, Ariel Sharón, enviaría a una fuerza militar a desalojar a las fuerzas palestinas del país de los cedros. Se trataba de la Operación Paz de Galilea, en la jerga militar israelí.
En apenas unas semanas, el ejército israelí consigue expulsar de Beirut a la OLP, dando un respiro no sólo a la sociedad israelí sino también a una buena parte de la libanesa que siempre receló de los guerrilleros palestinos. En esos días, se producen las tristes matanzas de Sabra y Chatila, donde morirían algunos centenares de palestinos a manos de las falanges cristianas libanesas. Sharón fue exculpado por el parlamento israelí de aquellos hechos, aunque muchos son los que piensan que tuvo alguna responsabilidad y los episodios sembraron de dudas su inmaculada trayectoria hasta entonces.
En 1984, el país cuenta con más de cuatro millones de habitantes y, en cierta medida, ha logrado notables éxitos a la hora de garantizar su seguridad y estabilidad, tras haber firmado acuerdos con los egipcios y expulsado a la OLP de Líbano. Ese año también ocurre un acontecimiento histórico: se forma el primer gobierno de unidad nacional entre el Likud y el laborismo, lo que permitiría al país un período de consenso en los grandes temas y un ejecutivo de amplia mayoría en el parlamento. El 1984 también nos depara la denominada Operación Moisés, una vasta operación por la que miles de judíos procedentes de Etiopía son llevados a Israel e instalados en nuevos poblados y colonias. Fue un acontecimiento histórico y hoy, pese al color diferente de su piel y unos hábitos culturales claramente diferenciados del resto, están plenamente integrados en la sociedad israelí.
En los años ochenta sigue la violencia terrorista y se producen atentados tanto en el exterior como en el interior del país contra intereses judíos. Pese a todo, Israel sigue adelante y en 1985 se firma un acuerdo de cooperación comercial con los Estados Unidos, nación protectora y firme aliado de Israel en el mundo occidental. El gobierno de unidad nacional consiguió importantes éxitos en el plano interior, sobre todo trabajando por la integración de los recién llegados de otros países en el país, que en aquellos años vivía inmerso en proceso de transformación de su economía debido a la crisis en el sistema productivo de los Kibutzim.
En 1987, y de una forma más o menos inesperada, estalló la primera Intifada (revuelta) palestina contra la presencia israelí en Gaza y Cisjordania. Los líderes palestinos, que saboreaban del dulce exilio pagado con los petrodólares en Túnez y las millonarias ayudas siempre despilfarradas de la UE, lanzaron a miles de jóvenes desesperados y sin expectativas, algunos menores de edad, contra el ejército de Israel con el fin de ganar la atención mundial y el protagonismo en un conflicto que requería mayores dosis de diplomacia y acción política que la sangre de miles de inocentes, que el sacrificio inútil de los más débiles en aras de conseguir réditos políticos y beneficios económicos.
En 1977, tras más de 30 años de dominio laborista de la vida política israelí, el conservador Likud gana las elecciones generales y forma, por primera vez un gobierno, que presidiría el mítico Menajem Beguin. Un modelo político basado en las ideas socialistas y sionistas llegaba a su fin, e Israel optaba por una visión más pragmática y abierta al exterior en sus relaciones con Occidente y en su recomposición social y económica. Israel contaba en aquellos años con 3,5 millones de habitantes, sus relaciones con Occidente eran privilegiadas y su sistema político, basado en el parlamentarismo, el Estado de Derecho y el respeto a las normas de la economía de mercado, estaba plenamente consolidado y funcionaba adecuadamente. La identidad israelí de entonces y también de ahora, con la llegada todos los años de miles de emigrantes de numerosos países, era y es multicultural.
Nada más llegar la derecha al ejecutivo sucede un hecho histórico que cambiaría el mapa de Oriente Medio para siempre: de forma sorpresiva y rompiendo el consenso antiisraelí en el mundo árabe, el presidente egipcio Anwar Sadat visita Jerusalén, territorio israelí desde el año 1967. Un año después, en un hecho que causaría el unánime rechazo de todas las cancillerías árabes, se firman los acuerdos de Camp David, que constituyen un marco para la paz en la región y una propuesta para solucionar el contencioso palestino-israelí desde la formulación de un cierto autogobierno. A este acuerdo le seguirían otros, como el Tratado de Paz Israel-Egipto, firmado en 1979 bajo la presidencia de Jimmy Carter y que inició una era de acuerdos y procesos de paz con sus vecinos todavía no concluido.
Israel se comprometía por estos acuerdos y tratados con Egipto a devolver la Península de Sinaí en tres etapas, tal como hizo, y ambos países acordaron mantener relaciones diplomáticas y fomentar la normalidad en sus fronteras. Se esbozaron tímidos acuerdos de cooperación política y económica y, desde entonces, las relaciones entre ambos países se desarrollan en un marco de cierta normalidad. Sadat y Beguin fueron premiados en 1979 con el Nobel de la Paz por sus esfuerzos en Oriente Medio, aunque en 1981 el presidente egipcio pagaría con su vida sus acuerdos con Israel y su voluntad de paz, tras ser asesinado en un aparatoso atentado por unos integristas musulmanes durante una parada militar.
Sin embargo, la guerra seguiría presente en la sociedad israelí por mucho más tiempo: en 1981 Israel tiene certeras y constatadas noticias de que su principal enemigo en la región, el Irak de Sadam Hussein, está trabajando en un programa nuclear con el que pretende construir bombas atómicas para atacar a sus enemigos, principalmente Israel e Irán. Ese mismo año un dispositivo de la Fuerza Aérea Israelí destruye el reactor nuclear iraquí situado en la base de Osirak justo antes de ser operativo; los sueños nucleares del régimen iraquí quedaban reducidos a escombros y el mundo occidental, que sentía una posición ambivalente entre el respeto y el temor por el régimen de Sadam Hussein, respiró tranquilo.
Un año más tarde de esta operación, en 1982, los israelíes, cansados de los ataques terroristas procedentes de Líbano y de la impunidad con la que actuaba la Organización para la Liberación de Palestina desde este país, deciden pasar a la acción y el ministro de defensa de la época, Ariel Sharón, enviaría a una fuerza militar a desalojar a las fuerzas palestinas del país de los cedros. Se trataba de la Operación Paz de Galilea, en la jerga militar israelí.
En apenas unas semanas, el ejército israelí consigue expulsar de Beirut a la OLP, dando un respiro no sólo a la sociedad israelí sino también a una buena parte de la libanesa que siempre receló de los guerrilleros palestinos. En esos días, se producen las tristes matanzas de Sabra y Chatila, donde morirían algunos centenares de palestinos a manos de las falanges cristianas libanesas. Sharón fue exculpado por el parlamento israelí de aquellos hechos, aunque muchos son los que piensan que tuvo alguna responsabilidad y los episodios sembraron de dudas su inmaculada trayectoria hasta entonces.
En 1984, el país cuenta con más de cuatro millones de habitantes y, en cierta medida, ha logrado notables éxitos a la hora de garantizar su seguridad y estabilidad, tras haber firmado acuerdos con los egipcios y expulsado a la OLP de Líbano. Ese año también ocurre un acontecimiento histórico: se forma el primer gobierno de unidad nacional entre el Likud y el laborismo, lo que permitiría al país un período de consenso en los grandes temas y un ejecutivo de amplia mayoría en el parlamento. El 1984 también nos depara la denominada Operación Moisés, una vasta operación por la que miles de judíos procedentes de Etiopía son llevados a Israel e instalados en nuevos poblados y colonias. Fue un acontecimiento histórico y hoy, pese al color diferente de su piel y unos hábitos culturales claramente diferenciados del resto, están plenamente integrados en la sociedad israelí.
En los años ochenta sigue la violencia terrorista y se producen atentados tanto en el exterior como en el interior del país contra intereses judíos. Pese a todo, Israel sigue adelante y en 1985 se firma un acuerdo de cooperación comercial con los Estados Unidos, nación protectora y firme aliado de Israel en el mundo occidental. El gobierno de unidad nacional consiguió importantes éxitos en el plano interior, sobre todo trabajando por la integración de los recién llegados de otros países en el país, que en aquellos años vivía inmerso en proceso de transformación de su economía debido a la crisis en el sistema productivo de los Kibutzim.
En 1987, y de una forma más o menos inesperada, estalló la primera Intifada (revuelta) palestina contra la presencia israelí en Gaza y Cisjordania. Los líderes palestinos, que saboreaban del dulce exilio pagado con los petrodólares en Túnez y las millonarias ayudas siempre despilfarradas de la UE, lanzaron a miles de jóvenes desesperados y sin expectativas, algunos menores de edad, contra el ejército de Israel con el fin de ganar la atención mundial y el protagonismo en un conflicto que requería mayores dosis de diplomacia y acción política que la sangre de miles de inocentes, que el sacrificio inútil de los más débiles en aras de conseguir réditos políticos y beneficios económicos.
El comienzo del proceso de paz y el naufragio del mismo tras la oleada de atentados terroristas
Sin embargo, la Intifada palestina provocó dos resultados inmediatos: los palestinos comprobaron la inutilidad de sus acciones, que solamente enconaban más el conflicto, y los israelíes, tras el comienzo de la Guerra del Golfo, comprendieron que era necesario iniciar un proceso político para resolver los contenciosos de Oriente Medio. Había que comenzar una nueva fase, contribuir a una nueva reconfiguración de Oriente Medio.
En este contexto, y después de la victoria electoral del Likud en las elecciones de 1988, Israel comenzó una nueva era que consistía en llevar la iniciativa en el terreno político, combinando el uso de la fuerza si era necesario con las acciones diplomáticas. Israel, pese a todo, fue atacada en 1991 por los misiles Scud iraquíes en plena Guerra del Golfo y el terrorismo palestino siguió siendo una fuente de problemas para el Estado hebreo, incapaz de frenar la acción de los terroristas. La Guerra del Golfo, en la que Irak salió claramente derrotada tras la intervención de una gran coalición internacional liderada por los Estados Unidos, llevó a la administración norteamericana a organizar una gran conferencia de Paz en Madrid para resolver los diferentes contenciosos que había pendientes en Oriente Medio. (En ese año, 1991, también Israel completó el traslado de los judíos etíopes a territorio judío en la denominada Operación Salómón).
La Conferencia de Madrid (1991) significó que, por primera vez, Israel y Jordania iniciaran negociaciones de cara a afrontar sus contenciosos y problemas pendientes, algo que no ocurrió en el caso de Siria, siempre remisa a firmar a acuerdos con los negociadores de Jerusalén. En 1994, Israel y Jordania acordaron firmar, tras unas largas negociaciones, un Tratado de Paz en presencia del presidente norteamericano, Bill Clinton, quien había sido el principal valedor del Estado jordano tras su craso error de apoyar a Sadam Hussein en la Guerra del Golfo.
En lo que respecta a los palestinos, bajo la presidencia Itzjak Rabín, del Partido Laborista, en 1993 se firma una Declaración de Principios entre la ex terrorista OLP y el Estado de Israel, por la que se acordaba la renuncia al uso de la fuerza por parte los grupos extremistas palestinos, a la búsqueda de una solución pacífica al contencioso por ambas partes y regulaba un período interino de autogobierno para el pueblo palestino. Dicha fórmula quedaba regulada en un nuevo acuerdo firmado entre Israel y los líderes palestinos en 1995, que completaba la transferencia de amplias competencias en Gaza y Cisjordania de Israel a las nuevas autoridades palestinas.
Pese a las buenas intenciones de Israel y el deseo de la comunidad internacional por resolver tan largo conflicto, los años 1994, 1995, 1996, 1997 y 1998 son los peores en cuanto a la acción terrorista y el número de víctimas. Autobuses, restaurantes, mercados y numerosos objetivos civiles y militares se convirtieron en el principal objetivo de las milicias palestinas que no abandonaron nunca la violencia. A la brutalidad de los terroristas palestinos hay que añadir la miseria moral de unos dirigentes que pretendían obtener réditos políticos y beneficios de la sangre derramada; Arafat y otros líderes palestinos guardaron silencio y ni siquiera se produjeron condenas significativas acerca del uso de la violencia. Era una estrategia suicida que ha llevado al actual punto muerto.
En esta situación tan adversa, aunque parezca increíble, el proceso seguía avanzando y se implementaban los acuerdos relativos al autogobierno palestino. Israel deseaba “desconectar” cuanto antes de los territorios ocupados y consolidar los resultados obtenidos, algo que no parecía fácil y que los terroristas palestinos se empeñaban en torpedear. Pero cuando todo avanzaba sin problemas vino a ocurrir un episodio violento que frenó de golpe todo lo conseguido hasta entonces: el primer ministro israelí, Rabín, fue asesinado en 1995 por un ultraortodoxo judío que lo consideraba un “traidor” por haber negociado con los palestinos. La carrera política del soldado-estadista Rabín sumiría al país en el desconcierto y el dolor, en el duelo por el hombre que no pudo culminar el camino hacia la paz. El siempre derrotado en las urnas Shimón Peres le sustituyó en el cargo y continuó con el incierto camino hacia la paz en Oriente Medio.
Israel, en estos tiempos turbulentos y difíciles, siguió abriéndose hacia el exterior y se iniciaron relaciones diplomáticas con China, India, Omán, Marruecos y Qatar. El país seguía subiendo en su renta por cápita, la población llegaba a los casi 5,7 millones de habitantes y el sector tecnológico se desarrollaba notablemente. También la clase política, pese a la presencia del terrorismo palestino, seguía apostando por la vía negociadora para resolver el conflicto. No había otra alternativa, pensaban muchos en Israel.
En 1996, después de unas elecciones y un recuento reñidísimos, llega al poder el conservador Benjamín Netanyahu, que forma una amplia coalición para hacer frente a los grandes desafíos que tiene el país por delante. Los atentados terroristas palestinos, cada vez más virulentos y sangrientos, impidieron la posibilidad de establecer un diálogo duradero y basado en la confianza mutua entre las partes; los palestinos nunca renunciaron a la violencia y siguieron apoyando la estrategia del terror como forma de resolver el contencioso. También Hizbullá, desde el sur del Líbano, siguió atacando a Israel y el Estado hebreo emprendió la operación Viñas de la Ira en 1996, consiguiendo reducir la intensidad de los ataques terroristas desde este país supuestamente soberano.
Aún así, y con los muertos encima de la mesa, se rubricaron algunos acuerdos, como el Protocolo de Hebrón, en 1997, y se facilitó la autonomía en un importante territorio palestino. En 1998, cuando Israel celebraba su 50 aniversario, el gobierno hebreo y la Autoridad Nacional Palestina firmaban el Memorándum de Río Wie para facilitar la implementación del Acuerdo Interino e impulsar por enésima vez el proceso de paz. En 1999, y en un ambiente marcado por la desilusión y la violencia terrorista, es elegido primer ministro el laborista Ehud Barak, que forma una coalición amplia de gobierno y que decide impulsar de nuevo las negociaciones con los palestinos.
Aprovechando el llamado del presidente norteamericano Bill Clinton, en el año 2000 se reúnen Barak y Arafat en Camp David, pero nuevamente la escasa determinación palestina por poner fin al conflicto impide el acuerdo y el máximo líder palestino prefiere continuar por la vía terrorista que sentarse a negociar pacíficamente. Los atentados contra civiles continuaron hasta el año 2002, sin que los dirigentes palestinos los condenasen, y la difícil coyuntura política por la que pasaba el Estado de Israel llevó al poder a Ariel Sharon, un "halcón” con fama de duro y que podría ser capaz de hacer frente al reto terrorista.
Sharon, que tuvo que hacer frente a la segunda Intifada comenzada en el año 2000, tras su famosa visita a la Explanada de las Mezquitas, que para algunos sólo constituyó una excusa para que los palestinos continuasen con su estrategia terrorista, vio como su ministro de turismo, Rejavam Zeevy, era asesinado por extremistas palestinos y como decenas de ciudadanos israelíes morían o resultaban asesinados en indiscriminados ataques. Había que hacer algo, pero nadie sabía en Israel qué. La esperanza de una paz justa y duradera, tras meses de acariciarla, desaparecía de la escena política y social israelí. Hoy ya se percibe como horizonte lejano.
Israel hoy
En el año 2003, y una vez que Sharon ha comprobado que no goza de la mayoría suficiente para gobernar Israel, se convocan nuevas elecciones que son ganadas por el viejo general israelí. Sin una amplia mayoría absoluta y haciendo frente a una brutal campaña de atentados terroristas, el primer ministro forma una amplia coalición de gobierno y acepta la denominada Hoja de Ruta presentada por el Cuarteto (Estados Unidos, Rusia, Unión Europea y Naciones Unidas), que significaba el final de la violencia y el regreso a la mesa de negociaciones tras el cese definitivo de la misma. Arafat y y la diligencia palestina, que en principio aceptaban las bases de lo presentado por la comunidad internacional, nunca hicieron nada por detener la violencia terrorista y el “goteo” de atentados impidió encarar un proceso de paz de una forma justa y tranquila, ajena a los exabruptos violentos. También la desaparición de Rabín había sido un mazazo para el proceso de paz. Ambos elementos explican la parálisis a la que se llegó a comienzos de este siglo.
En este contexto de cierto pesimismo, los israelíes comenzaron a desarrollar la Valla o el Muro de Seguridad que aísla a Cisjordania del territorio del Estado hebreo, habiendo descendido drásticamente los atentados desde la construcción del dispositivo de seguridad. Pese a que el curso que sigue la valla y la medida en sí son discutibles, tal como incluso han dicho algunas instituciones israelíes, lo que no merece la pena discutir es su efectividad: los atentados decrecieron y las zonas cercanas a las áreas donde viven los palestinos son más seguras hoy que hace cinco años. La diplomacia, en boca de su ministro de exteriores, así lo reconoció en una entrevista dada a Le Monde.
Sobre el proceso de paz, que desde el año 2002 languidece, hay que reseñar que la muerte de Arafat, la llegada al poder del segundo Bush (con su consiguiente desinterés por los asuntos exteriores) y los atentados terroristas imposibilitaron crear un marco adecuado para encauzar políticamente el conflicto e iniciar negociaciones entre las partes. A este escenario tan adverso, el infarto cerebral reciente de Ariel Sharon, que le apartó de la vida política tras ganar las elecciones del año 2003, dio el poder al actual primer ministro Ehud Olmert, quien lidera una escisión del Likud llamada Kadima fundada por el ex primer ministro enfermo.
Hace apenas un año, en junio de 2006, y fracasados todos los intentos por detener la violencia terrorista procedente del sur del Líbano, Israel lanzó un ataque a gran escala contra las bases de Hizbulá en el país de los cedros. Hizbulá, que contaba y cuenta con el apoyo de Siria e Irán en la guerra contra el Estado hebreo, se ha convertido en un auténtico Estado dentro de otro, en un grupo que actúa con total impunidad y sin cortapisas en un país debilitado y dominado por las potencias externas. El Líbano se encuentra al borde de la guerra civil.
La ofensiva se produjo tras el asesinato de ocho soldados hebreos y el secuestro de otros dos en territorio israelí, muy cerca de la frontera libanesa. La acción militar, muy discutida dentro y fuera de Israel, ha enfriado aún más la posibilidad de un acuerdo entre el Estado hebreo y los líderes palestinos, que viven un momento de zozobra y división tras la reciente victoria de Hamas en las elecciones legislativas de la ANP. Hamas sigue sin reconocer a Israel, alentado la violencia contra objetivos civiles israelíes y mantiene estrechas relaciones con Irán, país dispuesto a “echar al mar a la entidad sionista”, el Estado hebreo.
En estas condiciones, no hay proceso de paz e Israel espera todavía el momento propicio para resolver el largo contencioso que comenzó allá por el año 1948, cuando unos envalentonados dirigentes árabes animaron a los palestinos a abandonar sus tierras y comenzaron esta cruenta guerra todavía no concluida. No obstante, el país sigue en pleno desarrollo: el censo israelí supera los 6,7 millones de habitantes, los emigrantes judíos siguen llegando y su renta por cápita se acerca a la española. Más de un millón de judíos de la extinta Unión Soviética se han instalado desde el colapso del bloque comunista, e Israel sigue siendo la patria única e indivisible de millones de judíos. Y Jerusalén, la tierra santa para las tres religiones, sigue siendo “la capital eterna de Israel”, pues ya se sabe que todo judío de la diáspora se despide de otro expresando el deseo secular de “el próximo año en Jerusalén”. Lo único que falta en esta tierra, tras décadas desangrándose, es la paz.
Los últimos acontecimientos son de sobra conocidos, por su actualidad: en diciembre de 2008 Israel lanzó un ataque militar contra el territorio de Gaza, que controla la organización terrorista Hamas y que periódicamente lanza sus cohetes contra las poblaciones civiles israelíes. Tras tres semanas de duros ataques, el fuego cesó y dejó paso a esta frágil tregua que reina al día de hoy. Las armas siguen en alto, Hamas sigue siendo un actor imprescindible de cara a la búsqueda de un acuerdo definitivo entre las partes y la Autoridad Nacional Palestina, paradójicamente, ha sido la gran perdedora, al quedar desacreditada ante su propia opinión pública, que le exigía más firmeza ante Israel, y ante un mundo árabe que exhibe una vigorosa y radical retórica antisionista que no se traduce en hechos favorables hacia el pueblo palestino. En fin, un desastre sin paliativos por mucho que la diplomacia israelí pretenda “vender” los éxitos de la controvertida operación, la última guerra del saliente y ya ex primer ministro israelí Ehud Olmert. Veremos qué pasa en los próximos meses.
Sin embargo, la Intifada palestina provocó dos resultados inmediatos: los palestinos comprobaron la inutilidad de sus acciones, que solamente enconaban más el conflicto, y los israelíes, tras el comienzo de la Guerra del Golfo, comprendieron que era necesario iniciar un proceso político para resolver los contenciosos de Oriente Medio. Había que comenzar una nueva fase, contribuir a una nueva reconfiguración de Oriente Medio.
En este contexto, y después de la victoria electoral del Likud en las elecciones de 1988, Israel comenzó una nueva era que consistía en llevar la iniciativa en el terreno político, combinando el uso de la fuerza si era necesario con las acciones diplomáticas. Israel, pese a todo, fue atacada en 1991 por los misiles Scud iraquíes en plena Guerra del Golfo y el terrorismo palestino siguió siendo una fuente de problemas para el Estado hebreo, incapaz de frenar la acción de los terroristas. La Guerra del Golfo, en la que Irak salió claramente derrotada tras la intervención de una gran coalición internacional liderada por los Estados Unidos, llevó a la administración norteamericana a organizar una gran conferencia de Paz en Madrid para resolver los diferentes contenciosos que había pendientes en Oriente Medio. (En ese año, 1991, también Israel completó el traslado de los judíos etíopes a territorio judío en la denominada Operación Salómón).
La Conferencia de Madrid (1991) significó que, por primera vez, Israel y Jordania iniciaran negociaciones de cara a afrontar sus contenciosos y problemas pendientes, algo que no ocurrió en el caso de Siria, siempre remisa a firmar a acuerdos con los negociadores de Jerusalén. En 1994, Israel y Jordania acordaron firmar, tras unas largas negociaciones, un Tratado de Paz en presencia del presidente norteamericano, Bill Clinton, quien había sido el principal valedor del Estado jordano tras su craso error de apoyar a Sadam Hussein en la Guerra del Golfo.
En lo que respecta a los palestinos, bajo la presidencia Itzjak Rabín, del Partido Laborista, en 1993 se firma una Declaración de Principios entre la ex terrorista OLP y el Estado de Israel, por la que se acordaba la renuncia al uso de la fuerza por parte los grupos extremistas palestinos, a la búsqueda de una solución pacífica al contencioso por ambas partes y regulaba un período interino de autogobierno para el pueblo palestino. Dicha fórmula quedaba regulada en un nuevo acuerdo firmado entre Israel y los líderes palestinos en 1995, que completaba la transferencia de amplias competencias en Gaza y Cisjordania de Israel a las nuevas autoridades palestinas.
Pese a las buenas intenciones de Israel y el deseo de la comunidad internacional por resolver tan largo conflicto, los años 1994, 1995, 1996, 1997 y 1998 son los peores en cuanto a la acción terrorista y el número de víctimas. Autobuses, restaurantes, mercados y numerosos objetivos civiles y militares se convirtieron en el principal objetivo de las milicias palestinas que no abandonaron nunca la violencia. A la brutalidad de los terroristas palestinos hay que añadir la miseria moral de unos dirigentes que pretendían obtener réditos políticos y beneficios de la sangre derramada; Arafat y otros líderes palestinos guardaron silencio y ni siquiera se produjeron condenas significativas acerca del uso de la violencia. Era una estrategia suicida que ha llevado al actual punto muerto.
En esta situación tan adversa, aunque parezca increíble, el proceso seguía avanzando y se implementaban los acuerdos relativos al autogobierno palestino. Israel deseaba “desconectar” cuanto antes de los territorios ocupados y consolidar los resultados obtenidos, algo que no parecía fácil y que los terroristas palestinos se empeñaban en torpedear. Pero cuando todo avanzaba sin problemas vino a ocurrir un episodio violento que frenó de golpe todo lo conseguido hasta entonces: el primer ministro israelí, Rabín, fue asesinado en 1995 por un ultraortodoxo judío que lo consideraba un “traidor” por haber negociado con los palestinos. La carrera política del soldado-estadista Rabín sumiría al país en el desconcierto y el dolor, en el duelo por el hombre que no pudo culminar el camino hacia la paz. El siempre derrotado en las urnas Shimón Peres le sustituyó en el cargo y continuó con el incierto camino hacia la paz en Oriente Medio.
Israel, en estos tiempos turbulentos y difíciles, siguió abriéndose hacia el exterior y se iniciaron relaciones diplomáticas con China, India, Omán, Marruecos y Qatar. El país seguía subiendo en su renta por cápita, la población llegaba a los casi 5,7 millones de habitantes y el sector tecnológico se desarrollaba notablemente. También la clase política, pese a la presencia del terrorismo palestino, seguía apostando por la vía negociadora para resolver el conflicto. No había otra alternativa, pensaban muchos en Israel.
En 1996, después de unas elecciones y un recuento reñidísimos, llega al poder el conservador Benjamín Netanyahu, que forma una amplia coalición para hacer frente a los grandes desafíos que tiene el país por delante. Los atentados terroristas palestinos, cada vez más virulentos y sangrientos, impidieron la posibilidad de establecer un diálogo duradero y basado en la confianza mutua entre las partes; los palestinos nunca renunciaron a la violencia y siguieron apoyando la estrategia del terror como forma de resolver el contencioso. También Hizbullá, desde el sur del Líbano, siguió atacando a Israel y el Estado hebreo emprendió la operación Viñas de la Ira en 1996, consiguiendo reducir la intensidad de los ataques terroristas desde este país supuestamente soberano.
Aún así, y con los muertos encima de la mesa, se rubricaron algunos acuerdos, como el Protocolo de Hebrón, en 1997, y se facilitó la autonomía en un importante territorio palestino. En 1998, cuando Israel celebraba su 50 aniversario, el gobierno hebreo y la Autoridad Nacional Palestina firmaban el Memorándum de Río Wie para facilitar la implementación del Acuerdo Interino e impulsar por enésima vez el proceso de paz. En 1999, y en un ambiente marcado por la desilusión y la violencia terrorista, es elegido primer ministro el laborista Ehud Barak, que forma una coalición amplia de gobierno y que decide impulsar de nuevo las negociaciones con los palestinos.
Aprovechando el llamado del presidente norteamericano Bill Clinton, en el año 2000 se reúnen Barak y Arafat en Camp David, pero nuevamente la escasa determinación palestina por poner fin al conflicto impide el acuerdo y el máximo líder palestino prefiere continuar por la vía terrorista que sentarse a negociar pacíficamente. Los atentados contra civiles continuaron hasta el año 2002, sin que los dirigentes palestinos los condenasen, y la difícil coyuntura política por la que pasaba el Estado de Israel llevó al poder a Ariel Sharon, un "halcón” con fama de duro y que podría ser capaz de hacer frente al reto terrorista.
Sharon, que tuvo que hacer frente a la segunda Intifada comenzada en el año 2000, tras su famosa visita a la Explanada de las Mezquitas, que para algunos sólo constituyó una excusa para que los palestinos continuasen con su estrategia terrorista, vio como su ministro de turismo, Rejavam Zeevy, era asesinado por extremistas palestinos y como decenas de ciudadanos israelíes morían o resultaban asesinados en indiscriminados ataques. Había que hacer algo, pero nadie sabía en Israel qué. La esperanza de una paz justa y duradera, tras meses de acariciarla, desaparecía de la escena política y social israelí. Hoy ya se percibe como horizonte lejano.
Israel hoy
En el año 2003, y una vez que Sharon ha comprobado que no goza de la mayoría suficiente para gobernar Israel, se convocan nuevas elecciones que son ganadas por el viejo general israelí. Sin una amplia mayoría absoluta y haciendo frente a una brutal campaña de atentados terroristas, el primer ministro forma una amplia coalición de gobierno y acepta la denominada Hoja de Ruta presentada por el Cuarteto (Estados Unidos, Rusia, Unión Europea y Naciones Unidas), que significaba el final de la violencia y el regreso a la mesa de negociaciones tras el cese definitivo de la misma. Arafat y y la diligencia palestina, que en principio aceptaban las bases de lo presentado por la comunidad internacional, nunca hicieron nada por detener la violencia terrorista y el “goteo” de atentados impidió encarar un proceso de paz de una forma justa y tranquila, ajena a los exabruptos violentos. También la desaparición de Rabín había sido un mazazo para el proceso de paz. Ambos elementos explican la parálisis a la que se llegó a comienzos de este siglo.
En este contexto de cierto pesimismo, los israelíes comenzaron a desarrollar la Valla o el Muro de Seguridad que aísla a Cisjordania del territorio del Estado hebreo, habiendo descendido drásticamente los atentados desde la construcción del dispositivo de seguridad. Pese a que el curso que sigue la valla y la medida en sí son discutibles, tal como incluso han dicho algunas instituciones israelíes, lo que no merece la pena discutir es su efectividad: los atentados decrecieron y las zonas cercanas a las áreas donde viven los palestinos son más seguras hoy que hace cinco años. La diplomacia, en boca de su ministro de exteriores, así lo reconoció en una entrevista dada a Le Monde.
Sobre el proceso de paz, que desde el año 2002 languidece, hay que reseñar que la muerte de Arafat, la llegada al poder del segundo Bush (con su consiguiente desinterés por los asuntos exteriores) y los atentados terroristas imposibilitaron crear un marco adecuado para encauzar políticamente el conflicto e iniciar negociaciones entre las partes. A este escenario tan adverso, el infarto cerebral reciente de Ariel Sharon, que le apartó de la vida política tras ganar las elecciones del año 2003, dio el poder al actual primer ministro Ehud Olmert, quien lidera una escisión del Likud llamada Kadima fundada por el ex primer ministro enfermo.
Hace apenas un año, en junio de 2006, y fracasados todos los intentos por detener la violencia terrorista procedente del sur del Líbano, Israel lanzó un ataque a gran escala contra las bases de Hizbulá en el país de los cedros. Hizbulá, que contaba y cuenta con el apoyo de Siria e Irán en la guerra contra el Estado hebreo, se ha convertido en un auténtico Estado dentro de otro, en un grupo que actúa con total impunidad y sin cortapisas en un país debilitado y dominado por las potencias externas. El Líbano se encuentra al borde de la guerra civil.
La ofensiva se produjo tras el asesinato de ocho soldados hebreos y el secuestro de otros dos en territorio israelí, muy cerca de la frontera libanesa. La acción militar, muy discutida dentro y fuera de Israel, ha enfriado aún más la posibilidad de un acuerdo entre el Estado hebreo y los líderes palestinos, que viven un momento de zozobra y división tras la reciente victoria de Hamas en las elecciones legislativas de la ANP. Hamas sigue sin reconocer a Israel, alentado la violencia contra objetivos civiles israelíes y mantiene estrechas relaciones con Irán, país dispuesto a “echar al mar a la entidad sionista”, el Estado hebreo.
En estas condiciones, no hay proceso de paz e Israel espera todavía el momento propicio para resolver el largo contencioso que comenzó allá por el año 1948, cuando unos envalentonados dirigentes árabes animaron a los palestinos a abandonar sus tierras y comenzaron esta cruenta guerra todavía no concluida. No obstante, el país sigue en pleno desarrollo: el censo israelí supera los 6,7 millones de habitantes, los emigrantes judíos siguen llegando y su renta por cápita se acerca a la española. Más de un millón de judíos de la extinta Unión Soviética se han instalado desde el colapso del bloque comunista, e Israel sigue siendo la patria única e indivisible de millones de judíos. Y Jerusalén, la tierra santa para las tres religiones, sigue siendo “la capital eterna de Israel”, pues ya se sabe que todo judío de la diáspora se despide de otro expresando el deseo secular de “el próximo año en Jerusalén”. Lo único que falta en esta tierra, tras décadas desangrándose, es la paz.
Los últimos acontecimientos son de sobra conocidos, por su actualidad: en diciembre de 2008 Israel lanzó un ataque militar contra el territorio de Gaza, que controla la organización terrorista Hamas y que periódicamente lanza sus cohetes contra las poblaciones civiles israelíes. Tras tres semanas de duros ataques, el fuego cesó y dejó paso a esta frágil tregua que reina al día de hoy. Las armas siguen en alto, Hamas sigue siendo un actor imprescindible de cara a la búsqueda de un acuerdo definitivo entre las partes y la Autoridad Nacional Palestina, paradójicamente, ha sido la gran perdedora, al quedar desacreditada ante su propia opinión pública, que le exigía más firmeza ante Israel, y ante un mundo árabe que exhibe una vigorosa y radical retórica antisionista que no se traduce en hechos favorables hacia el pueblo palestino. En fin, un desastre sin paliativos por mucho que la diplomacia israelí pretenda “vender” los éxitos de la controvertida operación, la última guerra del saliente y ya ex primer ministro israelí Ehud Olmert. Veremos qué pasa en los próximos meses.
LOS PRÓCERES DEL ESTADO DE ISRAEL
Theodor Herzl (1864-1904): De ideas izquierdistas y liberales, el periodista Herzl, nacido en Budapest, fue el creador del Estado de Israel, aunque nunca lo conoció. Además, contribuyó notablemente a que la entidad nacional judía fuera un Estado laico, tal como dejó escrito en su momento: “¿Debemos crear un Estado teocrático? No. La fe une, la ciencia nos hace un pueblo libre. En consecuencia, no dejaremos que nos gobierne la voluntad teocrática de nuestros dirigentes religiosos. Sabremos cómo encerrarlos en sus sinagogas, como soldados en sus cuarteles. No tomarán parte en los asuntos políticos para evitar problemas internos y externos”. En cierta medida, Herzl fue el Atatürk israelí, anticipándose incluso a la formación del Estado de Israel. Sus restos están enterrados en Jerusalén, en el monte Herzl, muy cerca del museo Yad Vashem dedicado al Holocausto, desde donde fueron llevados desde su natal Budapest tras la Segunda Guerra Mundial.
David Ben-Gurión (1886-1973): Personalidad de un carisma indiscutible. Mentor del Estado de Israel y el que leyó la declaración de independencia y su foto es ya historia del siglo XX. Fue su imperiosa decisión, seguido por Weitzman, Aba Eban y otros, declarar la independencia sin perdida de tiempo. Luego fue primer ministro y un hombre de dilatada y larga carrera política, primero desde el laborismo y después desde dos formaciones políticas que formó tras su ruptura con sus ex correligionarios. También resolvió las disputas históricas con los alemanes y consiguió que asumieran sus responsabilidades en el Holocausto y el pago de compensaciones por los daños, el dolor y las víctimas causadas. Murió en su kibutz Sde Boker, en una cabaña en el desierto, trabajando la tierra, rodeado de miles de libros, (se calculan 20.000 volúmenes en su casa de Tel Aviv y diez mil en el kibutz), consultado por grandes estadistas y polemizando con sus antiguos aliados políticos, reclamando la devolución de los territorios ocupados a los árabes en las guerras de los Seis Días y el Yom Kipur. Creía que Israel necesitaba una paz justa en la región y la convivencia pacífica con sus vecinos árabes, un discurso muy parecido al del asesinado Isaac Rabín.
Golda Meir (1898-1978): Pragmática, inteligente y hábil negociadora, su figura tiene un peso especial en Oriente Medio: fue la primera mujer primer ministra. Sionista convencida y activista infatigable, su figura está ya indisolublemente ligada al proceso de construcción nacional de Israel. Estuvo con Ben-Gurión el día de la proclamación de la independencia del Estado hebreo y luego le acompañó en el largo viaje político del laborismo. Provenía de Rusia, vivió en Estados Unidos y no dudó en viajar hasta Palestina, acompañada por su marido, para construir su gran sueño: Israel. Creyó en sus anhelos, los vio cumplidos y también sufrió por ellos, pues la guerra del Yom Kipur la alejó definitivamente de la política y murió en ese silencio en él quizá tan sólo mueren los grandes héroes.
Isaac Rabín (1922-1995): Viejo general de grandes éxitos y medallas, Rabín creyó que tan sólo en la negociación y el diálogo con sus vecinos árabes Israel encontraría su lugar en Oriente Medio y en el mundo. Su fórmula “paz a cambio de territorios” se vio truncada por el terrorismo radical y la desconfianza de la otra parte, que siguió atizando la violencia para conseguir sus objetivos. Paradójicamente, y cuando mejores resultados estaba consiguiendo su política, un radical israelí de extrema derecha le asesinó por la espalda y, con ello, puso fin al periodo más fructífero en la resolución del eterno conflicto árabe-israelí. Nada volvió a ser lo mismo tras su muerte.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA:
· Ben Ami, Shlomo; Zvi Medin, Historia del Estado de Israel. Madrid, Rialp, 3ª ed. 1992.
· Culla, Joan B. La tierra más disputada: El sionismo, Israel y el conflicto de Palestina. Madrid, Alianza, 2005. Un documentado y riguroso recorrido histórico a través del movimiento sionista, el Estado de Israel y el enfrentamiento con los árabes palestinos.
· Pla, Josep, Israel, 1957. Barcelona, Destino, 2002. Relato periodístico del viaje que Pla realizó a los pocos años de fundarse el Estado de Israel.
· Varios autores, Israel (Los libros del Viajero), Madrid, El País-Aguilar, 2ª ed. 1992. Guía de viaje.
· Varios autores, En defensa de Israel. Certeza. 2003.
· Macías, Uriel y Romero, Elena: Los judíos de Europa, Madrid, Anaya, 2000.
RICARDO ANGOSO
www.hotelquintadebolivar.com
www.lecturasparaeldebate.com
www.dialogoeuropeo.com
www.iniciativaradical.org
Reenvia: www.porisrael.org
Theodor Herzl (1864-1904): De ideas izquierdistas y liberales, el periodista Herzl, nacido en Budapest, fue el creador del Estado de Israel, aunque nunca lo conoció. Además, contribuyó notablemente a que la entidad nacional judía fuera un Estado laico, tal como dejó escrito en su momento: “¿Debemos crear un Estado teocrático? No. La fe une, la ciencia nos hace un pueblo libre. En consecuencia, no dejaremos que nos gobierne la voluntad teocrática de nuestros dirigentes religiosos. Sabremos cómo encerrarlos en sus sinagogas, como soldados en sus cuarteles. No tomarán parte en los asuntos políticos para evitar problemas internos y externos”. En cierta medida, Herzl fue el Atatürk israelí, anticipándose incluso a la formación del Estado de Israel. Sus restos están enterrados en Jerusalén, en el monte Herzl, muy cerca del museo Yad Vashem dedicado al Holocausto, desde donde fueron llevados desde su natal Budapest tras la Segunda Guerra Mundial.
David Ben-Gurión (1886-1973): Personalidad de un carisma indiscutible. Mentor del Estado de Israel y el que leyó la declaración de independencia y su foto es ya historia del siglo XX. Fue su imperiosa decisión, seguido por Weitzman, Aba Eban y otros, declarar la independencia sin perdida de tiempo. Luego fue primer ministro y un hombre de dilatada y larga carrera política, primero desde el laborismo y después desde dos formaciones políticas que formó tras su ruptura con sus ex correligionarios. También resolvió las disputas históricas con los alemanes y consiguió que asumieran sus responsabilidades en el Holocausto y el pago de compensaciones por los daños, el dolor y las víctimas causadas. Murió en su kibutz Sde Boker, en una cabaña en el desierto, trabajando la tierra, rodeado de miles de libros, (se calculan 20.000 volúmenes en su casa de Tel Aviv y diez mil en el kibutz), consultado por grandes estadistas y polemizando con sus antiguos aliados políticos, reclamando la devolución de los territorios ocupados a los árabes en las guerras de los Seis Días y el Yom Kipur. Creía que Israel necesitaba una paz justa en la región y la convivencia pacífica con sus vecinos árabes, un discurso muy parecido al del asesinado Isaac Rabín.
Golda Meir (1898-1978): Pragmática, inteligente y hábil negociadora, su figura tiene un peso especial en Oriente Medio: fue la primera mujer primer ministra. Sionista convencida y activista infatigable, su figura está ya indisolublemente ligada al proceso de construcción nacional de Israel. Estuvo con Ben-Gurión el día de la proclamación de la independencia del Estado hebreo y luego le acompañó en el largo viaje político del laborismo. Provenía de Rusia, vivió en Estados Unidos y no dudó en viajar hasta Palestina, acompañada por su marido, para construir su gran sueño: Israel. Creyó en sus anhelos, los vio cumplidos y también sufrió por ellos, pues la guerra del Yom Kipur la alejó definitivamente de la política y murió en ese silencio en él quizá tan sólo mueren los grandes héroes.
Isaac Rabín (1922-1995): Viejo general de grandes éxitos y medallas, Rabín creyó que tan sólo en la negociación y el diálogo con sus vecinos árabes Israel encontraría su lugar en Oriente Medio y en el mundo. Su fórmula “paz a cambio de territorios” se vio truncada por el terrorismo radical y la desconfianza de la otra parte, que siguió atizando la violencia para conseguir sus objetivos. Paradójicamente, y cuando mejores resultados estaba consiguiendo su política, un radical israelí de extrema derecha le asesinó por la espalda y, con ello, puso fin al periodo más fructífero en la resolución del eterno conflicto árabe-israelí. Nada volvió a ser lo mismo tras su muerte.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA:
· Ben Ami, Shlomo; Zvi Medin, Historia del Estado de Israel. Madrid, Rialp, 3ª ed. 1992.
· Culla, Joan B. La tierra más disputada: El sionismo, Israel y el conflicto de Palestina. Madrid, Alianza, 2005. Un documentado y riguroso recorrido histórico a través del movimiento sionista, el Estado de Israel y el enfrentamiento con los árabes palestinos.
· Pla, Josep, Israel, 1957. Barcelona, Destino, 2002. Relato periodístico del viaje que Pla realizó a los pocos años de fundarse el Estado de Israel.
· Varios autores, Israel (Los libros del Viajero), Madrid, El País-Aguilar, 2ª ed. 1992. Guía de viaje.
· Varios autores, En defensa de Israel. Certeza. 2003.
· Macías, Uriel y Romero, Elena: Los judíos de Europa, Madrid, Anaya, 2000.
RICARDO ANGOSO
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