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¿Tiene Irán voluntad de diálogo?
Especial para INFOMEDIO

Ricardo Angoso escribe que hay una nueva corriente en el pensamiento internacional que pretende hacernos vivir en la ficción de que el régimen iraní pretende negociar y buscar un acuerdo político duradero con la comunidad internacional, pero muy especialmente con los Estados Unidos, tras más de tres décadas de desencuentros, enfrentamientos dialécticos e incluso soterradas luchas por el control de la región. ¿Ilusión o realidad? Vamos por partes. Puede que en esta ocasión que tras las brumas de la cruda realidad de un régimen que nunca ha ocultado su patrocinio del terrorismo haya un cierto sentido del pragmatismo que le lleve a apostar por opciones arriesgadas, entre las que se puede incluir el diálogo con sus sempiternos y declarados enemigos. Ricardo Angoso es coordinador general de la ONG Diálogo Europeo y director de la revista Lecturas para el Debate. Es miembro del Consejo Asesor de INFOMEDIO.
Para resumir, este pragmatismo iraní tendría como objetivo la consecución de una mayor apertura exterior en el ámbito económico que permita, a la larga, mejorar las difíciles condiciones de vida de los más de setenta millones de persas, cada día más cansados de la hueca retórica antiimperialista que no se traduce ni en un mayor bienestar ni en riqueza.
El diálogo quizá vendrá, pero no por razones políticas, sino por la imperiosa necesidad de cambio que tiene la sociedad iraní. Los iraníes saben que en el exterior se vive mejor, que la gente goza de más derechos que ellos y que treinta años de revolución no han bastado para transformar el país y hacerlo más justo; más bien lo contrario.
Tampoco olvidemos el contexto en que se está produciendo este supuesto “acercamiento”: Irán está inmerso en una larga precampaña electoral, ya que el próximo doce de junio se celebrarán elecciones presidenciales y el duelo entre los reformistas, que lideraría Mohammad Jatamí, y el sector más radical del régimen, que encabezaría el actual presidente Mamad Ahmadineyad, está servido. Quizá, una vez que las urnas diriman la contienda abierta desde hace años, el diálogo político entre Irán y la comunidad internacional sería más fluido, sobre todo si ganan los reformistas.


El radicalismo y virulencia antisionista del régimen iraní
Pero que nadie se llame a engaños, la realidad sobre el terreno demuestra que la apuesta iraní actual es por un mayor radicalismo, por la utilización del terrorismo como instrumento de acción política y por un antisionismo, cuando no abierto antisemitismo, muy virulento. Luego está el asunto del programa nuclear que el régimen iraní pretende desarrollar en los próximos años –supuestamente pacífico, pero motivo de gran preocupación para Israel, los Estados Unidos y la misma Unión Europea (UE)-, y que según fuentes autorizadas, sobre todo procedentes de la inteligencia del Estado hebreo, estaría en un estado muy avanzado.
Irán ha estado apoyando, financiando e incluso armando a través de Siria y otros países a las dos principales organizaciones terroristas de Oriente Medio: Hamas y Hizbulá. Pero hay más todavía. Irán ha contribuido notablemente a la desestabilización del Líbano, tras haber alentado a Hizbulá a atacar a Israel y provocar la corta guerra del verano de 2006; ha apoyado los ataques terroristas de Hamas contra objetivos civiles israelíes, que llevaron a la reciente ofensiva israelí contra las bases de esta organización en Gaza; se ha aliado y ha fortalecido sus relaciones con los regímenes más antioccidentales del mundo, como los de Ecuador, Siria y Venezuela; ha intervenido abiertamente, apoyando a los grupos chiítas, en la política interna iraquí; y, por último pero no en menor importancia, ha continuado con su programa nuclear desoyendo los llamados de la UE y la comunidad internacional para que cesase en el mismo. ¿Son acaso estas líneas fundamentales de la política exterior iraní las que están llevando al optimismo de algunas cancillerías y analistas?
Quizá con Jatamí al frente de la máxima responsabilidad política, se piensa en Occidente y en los Estados Unidos, las cosas serían más sencillas y se podrían encontrar más convergencias que desacuerdos. El argumento no puede ser más endeble: Jatamí, cuando fue presidente de Irán (1997-2005), decepcionó ampliamente a los sectores más reformistas del país, como los estudiantes y las mujeres, y durante su mandato se pudo comprobar quien era quien realmente mandaba en el peculiar régimen persa: el líder espiritual Ali Jamenei. Los márgenes de maniobra de los presidentes iraníes son limitados; cualquier giro hacia el centro es desacreditado por el aparato fundamentalista y los líderes religiosos. Jatamí bien puede dar fe de ello.
¿Qué se puede dialogar con Irán?
Ahora, con el optimismo en alza en nuestros medios, el nuevo presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, se ha mostrado dispuesto a dialogar con Irán “cara a cara”. ¿Cuáles son los asuntos pendientes que deberían tratar ambos países? En primer lugar, las relaciones diplomáticas deberían restablecerse tras una treintena de años interrumpidas debido a la toma de la Embajada norteamericana por los revolucionarios iraníes allá por el año 1979, cuando los Estados Unidos todavía se aferraban a salvar a la moribunda dictadura real.
Una vez restablecidas las relaciones, y en orden de prioridades, Estados Unidos debería fijar como asunto fundamental y prioritario el poner coto al programa nuclear iraní, pues el régimen no es fiable y el desarrollo del mismo desestabilizará la región y generará seguras e inciertas “turbulencias” en la zona, por llamarlas de una forma suave.
Por último, y si de veras Irán pretende retornar de nuevo al orden internacional y mostrarse como un Estado responsable y sujeto a la legalidad, deberá dejar a un lado su retórica belicista –Ahmadineyad: “Israel debe ser borrado del mapa”- y abandonar, de una vez por todas, el terrorismo como forma de hacer política en Oriente Medio, desde Irak hasta Gaza pasando por el Líbano. Sólo así el necesario retorno de Irán a la sociedad internacional y al sentido común podrá ser bendecido por la comunidad de naciones libres y democráticas. ¿Será capaz Irán de realizar tan ingente esfuerzo?
Pero, llegados a este punto, cabe la pena preguntarse si realmente Irán tiene en este momento verdadera voluntad de iniciar ese diálogo; a tenor de la retórica empleada, la respuesta sería no, aunque la historia del régimen iraní demuestra que muchas veces es más pragmático en sus acciones prácticas que en su ruda y violenta dialéctica. Jatamí, en el funeral de Juan Pablo II, llegó a conversar con el presidente israelí y fue duramente criticado por ello. Ahora, cuando la situación económica del país es muy grave, los precios del petróleo están por los suelos y la popularidad del ala más reformista del régimen en alza, puede ser el mejor momento para los radicales para mover ficha y desbloquear una situación que puede estallarles en el corto plazo, incluso antes de las elecciones. Puede que, por enésima vez en la historia, lo que parece una simple ilusión se convierta en realidad. Veremos qué pasa, las espadas siguen en alto.