
Fragmentación poco auspiciadora
Una vez más, los resultados del acto electoral no se han traducido en una visión clara y contundente. Desde luego, la izquierda ha perdido. Pero ¿realmente se puede afirmar que la derecha ha ganado? ¿En qué medida coinciden las fuerzas que la integran?
Las elecciones del pasado martes en Israel fueron una categórica lección de democracia. Pero como ya es la norma, no es cosa de subrayarla, y nadie lo hace aquí. Sin embargo para nosotros, que en la pluralidad de los casos hemos vivido bajo regímenes totalitarios antes de llegar a este país, es algo que se debe mencionar. Cada uno ha votado según su modo de pensar.
Sin embargo, muchos israelíes hubiéramos querido tener un escenario como el de los EE.UU. o incluso, Gran Bretaña: dos o tres partidos, y al concluir el recuento de la votos, ya se sabe quién es el vencedor. El señor Obama lo hizo el año pasado. No ha tenido problema alguno para mudarse a la Casa Blanca. Aquí sucede lo contrario: la Sra. Tzipi Livni de Kadima ha ganado la votación, pero tiene escasas posibilidades de ser la futura Primer Ministro. El candidato con mayores perspectivas de hacerlo es Biniamín Netaniahu del Likud, pero para ello tendrá que formar una coalición con otros partidos, que ya le están dando mucho en que afanarse para conseguir su visto bueno.
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En realidad se trata de una miscelánea masa política de una docena de partidos, que van a entrar en la próxima Knéset. Representan a todas las tendencias de la sociedad israelí, se dirá. Pero por ser tales, crean un pandemonio como no hay otro igual. Hasta tal punto que los expertos, para sintetizar, señalan que se dividen en dos bloques: derecha e izquierda. El primer bloque tiene unos 66, y el segundo 54. Juntos suman 120 diputados. Lo que me pregunto es cómo se amalgama un Israel Beitenu que aunque nacionalista hasta la médula es eminentemente laico, con un Yaadut Hatorá ultraordodoxo e intransigente que ni siquiera es sionista. O con un Shas tan reacio como para que su figura máxima haya tildado de “demonios” a la gente de Avigdor Liberman. Y a la inversa, me siento un tanto incómodo al pensar que Tzipi Livni tendría que hacer buenas migas con un tal Ahmed Tibi, que milita en uno de los partidos árabes más radicales, y fue en su momento asesor político del architerrorista Yasser Arafat. En ambos casos, hay antagonismos que no se pueden dilucidar.
De modo que dividir el panorama político israelí en dos bloques es una exageración que no vale en la práctica. El excesivo fraccionamiento del sistema político se ha hecho evidente más que nunca en estos comicios. Ningún partido ha obtenido la mayoría absoluta; es inconcebible en un sistema político como el nuestro, y no ha ocurrido en los 60 años de la existencia del Estado. Los dos primeros partidos se pisan mutuamente los talones: Kadima con 28 bancas y Likud con 27. El primero de centroderecha y el segundo de derecha moderada. En tercer lugar la sorpresa de estas elecciones: Israel Beitenu con 15, el partido que lidera Avigdor Liberman, y que creado a partir de un núcleo de inmigrantes rusos, pasa a ser ahora la fracción política de quienes no ocultan su animosidad contra los árabes. Su éxito es bien comprensible: después de lo que ha hecho el Hamás en la zona lindante con Gaza, que dio lugar a la reciente campaña, hay un gran resentimiento contra aquéllos, en especial en el sur del país.
El Mapai fue instrumental en fundar el Estado, pero la historia no siempre ayuda a los políticos. Esta generación ni siquiera ha conocido a Ben Gurión, y el Laborismo de hoy que es tan o más burgués que la derecha del Likud, en donde milita principalmente la masa obrera, ha quedado malparado con 13 bancas. Otro partido de izquierda, el Meretz que ha sucedido al histórico Mapam, ha perdido una banca y se ha quedado solamente con tres. Con la poca amistad que demuestra tener la izquierda mundial para con Israel, es un fenómeno bien comprensible.
Dos partidos sociorreligiosos figuran en nuestra agenda política: el Shas de las comunidades orientales que responde a las dictados de un venerable rabino de avanzada edad, cuya prudencia o sensatez es motivo de discusión, y el Agudat Israel de los ortodoxos no sionistas, que no ven otra cosa que no sea la el estricto cumplimiento de los preceptos de la halajá, y hasta se niegan a cumplir el servicio militar. El primero tiene 11 bancas y el segundo 5. Le siguen los dos partidos nacionalistas que, para mal de ellos, no pudieron presentar una lista unida: Unión Nacional y la Casa Judía, con 4 y 3 escaños, respectivamente. Y para terminar los 11 diputados conseguidos por los tres partidos árabes, que son tan extremadamente pro palestinos que repetidamente se discute si tienen razón de existir en un Estado judío.
Cuando se supieron los primeros resultados de los comicios, y lo que ello daría lugar, ya se escucharon voces pidiendo una modificación radical del sistema político de Israel. Decirlo es fácil, veamos cómo se hace. Recordemos que en su momento se desligó la elección del Primer Ministro de las elecciones a la Knéset, y que esa medida no tuvo éxito. Ahora habría que buscar otra alternativa.
Volviendo al tema, los expertos en la materia estiman que, en última instancia, Biniamín Netaniahu podrá formar de algún modo una coalición y presentar nuevo Gobierno. Pero no faltan quienes anticipan que será de corta duración. Podrá durar de un año o dos, pero es difícil que cumpla los cuatro años de su mandato. De modo que dentro de poco Israel acudiría nuevamente a las urnas, nos dicen. Presagio nada halagador.
Moshé Yanai
Las elecciones del pasado martes en Israel fueron una categórica lección de democracia. Pero como ya es la norma, no es cosa de subrayarla, y nadie lo hace aquí. Sin embargo para nosotros, que en la pluralidad de los casos hemos vivido bajo regímenes totalitarios antes de llegar a este país, es algo que se debe mencionar. Cada uno ha votado según su modo de pensar.
Sin embargo, muchos israelíes hubiéramos querido tener un escenario como el de los EE.UU. o incluso, Gran Bretaña: dos o tres partidos, y al concluir el recuento de la votos, ya se sabe quién es el vencedor. El señor Obama lo hizo el año pasado. No ha tenido problema alguno para mudarse a la Casa Blanca. Aquí sucede lo contrario: la Sra. Tzipi Livni de Kadima ha ganado la votación, pero tiene escasas posibilidades de ser la futura Primer Ministro. El candidato con mayores perspectivas de hacerlo es Biniamín Netaniahu del Likud, pero para ello tendrá que formar una coalición con otros partidos, que ya le están dando mucho en que afanarse para conseguir su visto bueno.
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De modo que dividir el panorama político israelí en dos bloques es una exageración que no vale en la práctica. El excesivo fraccionamiento del sistema político se ha hecho evidente más que nunca en estos comicios. Ningún partido ha obtenido la mayoría absoluta; es inconcebible en un sistema político como el nuestro, y no ha ocurrido en los 60 años de la existencia del Estado. Los dos primeros partidos se pisan mutuamente los talones: Kadima con 28 bancas y Likud con 27. El primero de centroderecha y el segundo de derecha moderada. En tercer lugar la sorpresa de estas elecciones: Israel Beitenu con 15, el partido que lidera Avigdor Liberman, y que creado a partir de un núcleo de inmigrantes rusos, pasa a ser ahora la fracción política de quienes no ocultan su animosidad contra los árabes. Su éxito es bien comprensible: después de lo que ha hecho el Hamás en la zona lindante con Gaza, que dio lugar a la reciente campaña, hay un gran resentimiento contra aquéllos, en especial en el sur del país.
El Mapai fue instrumental en fundar el Estado, pero la historia no siempre ayuda a los políticos. Esta generación ni siquiera ha conocido a Ben Gurión, y el Laborismo de hoy que es tan o más burgués que la derecha del Likud, en donde milita principalmente la masa obrera, ha quedado malparado con 13 bancas. Otro partido de izquierda, el Meretz que ha sucedido al histórico Mapam, ha perdido una banca y se ha quedado solamente con tres. Con la poca amistad que demuestra tener la izquierda mundial para con Israel, es un fenómeno bien comprensible.
Dos partidos sociorreligiosos figuran en nuestra agenda política: el Shas de las comunidades orientales que responde a las dictados de un venerable rabino de avanzada edad, cuya prudencia o sensatez es motivo de discusión, y el Agudat Israel de los ortodoxos no sionistas, que no ven otra cosa que no sea la el estricto cumplimiento de los preceptos de la halajá, y hasta se niegan a cumplir el servicio militar. El primero tiene 11 bancas y el segundo 5. Le siguen los dos partidos nacionalistas que, para mal de ellos, no pudieron presentar una lista unida: Unión Nacional y la Casa Judía, con 4 y 3 escaños, respectivamente. Y para terminar los 11 diputados conseguidos por los tres partidos árabes, que son tan extremadamente pro palestinos que repetidamente se discute si tienen razón de existir en un Estado judío.
Cuando se supieron los primeros resultados de los comicios, y lo que ello daría lugar, ya se escucharon voces pidiendo una modificación radical del sistema político de Israel. Decirlo es fácil, veamos cómo se hace. Recordemos que en su momento se desligó la elección del Primer Ministro de las elecciones a la Knéset, y que esa medida no tuvo éxito. Ahora habría que buscar otra alternativa.
Volviendo al tema, los expertos en la materia estiman que, en última instancia, Biniamín Netaniahu podrá formar de algún modo una coalición y presentar nuevo Gobierno. Pero no faltan quienes anticipan que será de corta duración. Podrá durar de un año o dos, pero es difícil que cumpla los cuatro años de su mandato. De modo que dentro de poco Israel acudiría nuevamente a las urnas, nos dicen. Presagio nada halagador.
Moshé Yanai