TERRORISMO


Imad Mughaniye... una Pesadilla
Por Uzy Baram – Israel Hayom

El nombre “Mughaniye” lo escuché varias veces en la época en que ejercí como miembro de la Comisión de Exteriores y Seguridad del Parlamento y en sus sub-comisiones. Pero nunca olvidaré cuando el nombre "Mughaniye" fue mencionado en Buenos Aires en 1994.
Inmediatamente después del atentado en el edificio de la AMIA en Argentina me llamó Itzjak Rabin (z”l), primer ministro en ese entonces, y me solicitó que viajara de inmediato a Buenos Aires.
Estuve varias veces en Argentina. En esa oportunidad viajé con la sensación de acompañar a una grave tragedia que golpeó a la comunidad judía. Una extraordinaria comunidad con un sistema educativo de avanzada.
Apenas llegué, me dirigí a la colina de ruinas que quedó del pesado edificio de piedra de la AMIA. En todo el terreno, se encontraban los soldados de la unidad especial del Ejército de Defensa de Israel comandados por Zeev Livni. Era una escena extraña contemplar a las fuerzas de bomberos de Buenos Aires actuando como asistentes de la unidad selecta de Tzáhal, que trabajaba con equipos modernos y con entrega inusitada.
En un salón especial se encontraban los familiares de los desaparecidos que esperaban la más nimia información de los mismos. El clima en el lugar era pesado. Clamores, llanto y tristeza se expandían a lo largo y a lo ancho. Las familias me tomaban como una fuente a quien dirigirse. Como judíos en desgracia, vieron al Gobierno de Israel como sostén y esperaban encontrar a los desaparecidos debajo de los escombros y asimismo una investigación profunda para encontrar a los culpables.
Llevé a cabo instrucciones con los reporteros extranjeros y los periodistas locales, mientras un gran signo de interrogación se extendía sobre el gobierno argentino y los organismos antisemitas.
Después de la primera instrucción a los corresponsales, alguien de la BBC presente en el lugar quiso hablar conmigo. Me comentó que tenía una duda concreta con respecto a la identidad de los responsables del atentado en el edificio de la AMIA.
El hombre, que se veía como un veterano caballo de guerra, me habló en un susurro imperceptible, sentados en un banco en un salón en el que se concentraban los familiares de los desaparecidos. “Este es un trabajo de Imad Mughaniye”, susurró. Y agregó: “Es una acción en cooperación con Irán, y ojalá tuviera la seguridad de que la Argentina no tomó parte en el asunto”. Lo escuché sin tener ningún conocimiento alguno con fundamento pero la seguridad con la que habló me impresionó vivamente.
Dos días después, me encontré con el presidente de la Argentina, Carlos Menem. Conmigo se encontraba Ovadia Ali, que representaba al Parlamento de Israel en el trágico suceso.
Menem conversó amistosamente. “Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para encontrar a los culpables y condenarlos”, dijo. Estaba rodeado de agentes de seguridad. Yo tenía la sensación que sabían más sobre el acontecimiento que todos nosotros juntos.
La conversación con el presidente de Argentina no fue un diálogo con un dirigente que en ese momento y en su país comprendiera que acontecía un asesinato político. Condujo rápidamente la conversación a temas sobre relaciones bilaterales entre su país e Israel.
Su entorno no parecía sentir responsabilidad alguna ante la facilidad con que terroristas pueden llevar a cabo una acción de semejante envergadura en el centro de Buenos Aires.
Regresé diez años atrás. En 1984 dirigí una delegación del Parlamento que solicitó del entonces presidente de Argentina Raúl Alfonsín, investigar el asesinato sistemático de jóvenes judíos en la época del régimen de los generales a raíz del regreso de la democracia en su país.
Con nosotros había agentes de seguridad argentinos que nos custodiaban las 24 horas del día. Cada vez que conversábamos con los políticos, presentábamos nuestras protestas por lo acontecido a los jóvenes judíos y sionistas desaparecidos en horas de la noche y exterminados. Observábamos una y otra vez los rostros de nuestros custodios, agentes de seguridad que trabajaron con los generales durante el régimen en Argentina. Sus expresiones no decían nada. A pesar de escuchar lo que decíamos -y entendían los propósitos de nuestra llegada al lugar- no nos dirigieron la palabra.
Ya en ese entonces, Geula Cohen, miembro de la delegación, me dijo: “Ellos parecen saber de qué estamos hablando”. En 1994 intuí que también Menem y sus hombres sabían mucho más de lo que aparentaban.
Pasaron muchos años hasta que incluso el Gobierno de Argentina reconoció su parte de responsabilidad en el asesinato. Cuando vi la comitiva del presidente, recordé las palabras del hombre de la BBC sobre Imad Mughaniye. Entendí que no fue fácil acordar las circunstancias de la acción criminal, y por supuesto, la cooperación entre el terrorista profesional del Medio Oriente —Mughaniye— y sus cómplices en un país al cual viajé: Argentina.
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il