LA ECONOMIA DE ISRAEL


Del colectivismo socialista a su integración en los mercados mundiales
Félix Bornstein
Infomedio.org

Félix Bornstein analiza la evolución de la economía de Israel, desde sus inicios marcados por el colectivismo socialista a su integración en los mercados mundiales. La gestión de la vida económica israelí durante los primeros veinte años de su creación fue netamente socialista, dirigida de abajo arriba con la consiguiente imposición de la sociedad sobre el Estado, en lo que se denomina el "experimento menchevique". Tras el agotamiento de este modelo, llega la liberalización a finales de los años 70 y se reduce gradualmente el peso del sector público. Israel es hoy un gran ejemplo de innovación tecnológica y un país plenamente integrado en la economía global, aunque la práctica inexistencia de relaciones con sus vecinos árabes es un lastre para la integración del Oriente Medio en todos los niveles. Félix Bornstein es abogado y colaborador del diario El Mundo.

La partición de Palestina en noviembre de 1947 y la proclamación del Estado de Israel en mayo de 1948 presentan una singularidad relevante respecto a otros procesos de descolonización producidos durante el siglo XX. Generalmente, la potencia colonial dejaba a su marcha del territorio una estructura organizativa, compuesta en gran parte, al menos en los escalones medios y bajos, por una burocracia de origen nativo que los estados emergentes podían aprovechar o no.

Los nuevos estados surgieron de un proceso de transición política y administrativa y eran libres de aceptar o repudiar las instituciones transmitidas por la antigua potencia ocupante. Era una obligación de derecho público internacional para esta última garantizar una transición ordenada a la nueva realidad poscolonial. A partir de aquí empezaban las peculiaridades y las divergencias de cada proceso. Precisamente la quiebra de este principio en el caso que nos ocupa desmiente de plano las alegaciones árabes que acusan a Israel de ser un estado colonizador o de haber sido la punta de lanza de los antiguos intereses occidentales (siempre renovados y permanentes, según los palestinos) en Oriente Próximo. Además, dicha ruptura tuvo su impacto en el sistema económico de la región, aunque resulta más apropiado hablar de dos sistemas muy diferenciados.
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En el caso de autos, Gran Bretaña, como potencia mandataria de la Sociedad de Naciones y administradora del fideicomiso internacional sobre Palestina que reemplazó, al término de la Gran Guerra, a la soberanía del imperio turco, no dejó nada aprovechable tras su evacuación del territorio. El Gobierno de Su Graciosa Majestad, por el contrario, legó la llama encendida del enfrentamiento de dos comunidades a las que había intentado manipular durante los últimos veinticinco años. En el aspecto económico, el resultado de esta política británica de tierra quemada era previsible: el nacimiento de dos economías aisladas la una de la otra que no sólo decidieron romper con el pasado británico, sino que además nacieron condicionadas por la violencia y la guerra y por las respectivas alianzas internacionales derivadas del conflicto entre los nuevos agentes. Sin embargo, las dos economías no tenían el mismo nivel de desarrollo y organización. Los judíos, en el medio siglo anterior a la partición, habían desarrollado una serie de organizaciones de gran racionalidad que a la postre se impusieron sobre un "pathos" institucional, el palestino, mucho más precario. El territorio era parecido. Los agentes que querían perpetuarse sobre el mismo, no.
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Punto de partida. Los años fundacionales.

En el lado judío, las instituciones económicas (como las políticas) del nuevo Estado fueron las transmitidas, sin solución de continuidad, por el "Yishuv", que se habían ido creando, al compás de las sucesivas oleadas de inmigrantes, de forma paralela y autónoma respecto a la administración del fideicomiso británico. El sistema económico pivotaba sobre la Histadrut ("organización", en hebreo), acrónimo de Federación General del Trabajo Judío en Israel, fundada en 1920. Más allá de su carácter sindical, la Histadrut era el eje monopólico de la estructura social israelí e influía grandemente además sobre otros elementos exógenos, pero en buena parte satélites suyos, como el movimiento cooperativista de explotaciones agrarias, las distintas agrupaciones de "kibutz" y el Hityashvut, la organización que estaba a cargo de los asentamientos de pioneros. La Histadrut (dominada por el Mapai, como principal partido israelí) permaneció intacta después de la Guerra de Independencia. Podemos hablar cabalmente del "sistema Mapai-Histadrut", cuyo predominio, en lo económico, se lo daba fundamentalmente su control absoluto sobre el "Kupat Holim", o Fondo de Salud Obrera. La gestión de la vida económica israelí (colectivizada en su práctica totalidad), durante los primeros veinte años del Estado, no se basó, pues, en el juego de un inexistente mercado libre de bienes y servicios, así como de capital y trabajo, sino en el funcionamiento de una economía dirigida por lo que Amos Perlmutter(1) ha denominado el "sistema de partidos clave", conjunto en el que resultaba hegemónico, aunque nunca consiguió mayoría absoluta en la Knesset, el Mapai, cuyos cuadros dirigentes eran en su mayoría antiguos emigrados de origen asquenazí. El Estado recién nacido era un apéndice patrimonial del sistema preestatal Mapai-Histadrut y las instituciones económicas del joven Israel no eran otra cosa que una hechura privada de dicho sistema, aunque extendida a todos los ciudadanos. En consonancia con ello, tampoco existía una administración pública profesionalizada y apolítica, sino una máquina burocrática de naturaleza privada a la que se habían traspasado los medios humanos y materiales que se habían ido desarrollando en el Yishuv de la era británica, siempre dominado, como hemos visto, por el movimiento laborista. De esta forma, el nacionalismo y el obrerismo se introdujeron en el Estado de manera "natural" y sin apenas oposición.
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Así, durante sus dos primeras décadas de vida existió, más que un sector público neutral con respecto a la sociedad, un movimiento hegemónico en la propia sociedad israelí que controlaba las relaciones industriales, la salud, la política de inmigración (entre 1949 y 1951 unos 600.000 judíos arribaron a "Eretz Israel", doblando su población), e incluso la organización del ocio y el tiempo libre de los trabajadores. El primer ministro David Ben Gurión combatió tal estado de cosas con su política (fallida, salvo en las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF)) de la "mamlajtiut", un término hebreo que traducido literalmente al castellano significa "monarquía". Realmente, los intentos de Ben Gurión de despolitizar y desprivatizar las funciones del complejo Mapai-Histadrut aproximan semánticamente el concepto de "mamlajtiut" al significado de "estatización"(2). Sin embargo, hasta bien entrados los años 60, el intento de fundación de este orden político y económico estatal, superior a la sociedad (a su vez controlada por el Mapai), fracasó en términos generales (con la aludida excepción de las IDF, a partir de su reforma en 1956), lo que explica en parte las peripecias de la carrera política de Ben Gurión hasta desembocar en su salida del Mapai al comienzo de los citados años 60 y la creación de una nueva organización política (el Rafi, años después reintegrado a la coalición laborista).


Israel fue en sus comienzos un Estado-partido. La existencia de una estructura socioeconómica netamente socialista, pero dirigida de abajo arriba con la consiguiente imposición de la sociedad sobre el Estado, justifica, creo yo, el hallazgo terminológico de "experimento menchevique" que le han asignado algunos estudiosos del Estado israelí. Como, además, esa estructura se estableció durante sus comienzos también sobre un espacio nuevo e imprevisto –el desierto del Negev-, no adjudicado, salvo una pequeña extensión, a Israel en la partición internacional de 1947, con sus correspondientes planes de irrigación agraria, explotación de sus recursos mineros, nuevos asentamientos humanos, etc., puede decirse que el nacimiento y los primeros años de vida del Estado de Israel fueron insólitos y llenos de exotismo para la ciencia política clásica. ¿Quién hubiera podido imaginar poco antes que a un recién llegado al orden internacional de posguerra se le tendría que analizar con una lente doble que captara, al mismo tiempo, su condición de obrero menchevique y colono del "far west"? Éste es el Israel, sobrio hasta lo espartano, que relató para el público español el gran Josep Pla en sus extraordinarias crónicas periodísticas de su visita al país durante el año 1957, editadas en castellano no hace mucho. (3)

Además de sometida a esta orientación ideológica, la economía israelí de los primeros tiempos fue tributaria de su escasez de recursos materiales, sobre todo de su falta de capital financiero. En unas circunstancias políticas y económicas tan precarias era imposible una afluencia masiva de capitales privados, que naturalmente sólo se mueven si se les garantiza su seguridad y unas ganancias aceptables a corto plazo. Tenía razón, por ello, León Lapacó (4) cuando afirmaba que "en donde la Histadrut penetra, el capital privado puede seguir". Lógicamente, las fuerzas financieras privadas con las que contaba Israel fueron al principio muy modestas.
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Todo lo anterior no significa que Israel tuviera voluntad de autarquía. Israel tenía su propio modelo de desarrollo económico y simultáneamente la necesidad de comerciar con el exterior, dos aspectos perfectamente compatibles. Pero la geopolítica estaba en su contra y Nasser, el "rais" egipcio, intentó estrangular económicamente al Estado hebreo con su doctrina de los "Tres Círculos" (el árabe, el islámico y el africano). Era anatema en el Oriente Próximo poscolonial colaborar con Israel y, a este boicot de "anillos concéntricos", el Estado judío replicó, de forma ciertamente poco eficaz, con su estrategia del "Anillo Exterior", una alianza periférica a la que apenas se dio publicidad trabada entre 1957 y 1963 con países como Turquía, Irán y Etiopía, naciones entonces enfrentadas por diversos motivos a Egipto. Todo menos ser "un mendigo en una trinchera al que disparan desde todos los frentes", como dijo Isser Harel, director del Mossad(5).
Volvamos a la evolución interior de Israel. Fueron los tecnócratas y los políticos más jóvenes (Dayan, Peres y Eban, fundamentalmente) los que, poco a poco, consiguieron levantar un sector público estatal arrancado al movimiento laborista en cuestiones clave, como la educación (1953), las oficinas de empleo (1958) y la seguridad social, aunque luego ésta revirtió transitoriamente a la Histadrut, que no quería darse por vencida. Hasta 1980, Israel no tuvo un sistema estatal de salud.

Mediada la década de los 60, la expansión del colectivismo económico había alcanzado su techo y daba las primeras muestras de agotamiento. Creo que se puede relacionar legítimamente esta valoración con un hecho, acaecido precisamente en 1965, como la constitución del bloque Gajal (Herut-Sionistas Generales) para competir con el Mapai en las elecciones parlamentarias de ese año. Sin embargo, el período de entreguerras que va de 1967 a 1973 vio lo mejor del espíritu de influencia del "sistema Mapai-Histadrut" sobre la sociedad israelí y constituyó "la edad de oro del colectivismo laborista"(6). Israel alcanzó entonces sus mayores cotas de productividad, renta per cápita y población desde 1948. La "Maaraj" (Alineación) fue el apogeo del socialismo y, el 21 de enero de 1968, acogió en su seno al Mapai, a Ajdut Haavodá y al Rafi, dando lugar a la creación del Partido Laborista, al que luego se unió electoralmente el izquierdista Mapam. Paradójicamente (al fin y al cabo se trataba de una vieja disputa entre diversas visiones socialistas sobre la preeminencia de la sociedad o el Estado), la fusión de estas fuerzas dispares en el nuevo conglomerado laborista y su dominio de la escena política en los años siguientes significaron resueltamente la victoria definitiva de la "mamlajtiut" sobre el particularismo anterior. El Partido Laborista nació bien ensamblado, pero pronto tuvo que hacer frente a otros retos inéditos y en esta ocasión la realidad no le produjo las mismas satisfacciones.
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Cambio de rumbo. Los inicios de la liberalización

1977 Fue el año del "maapaj", de la irrupción y el triunfo inesperado de los antiguos "prishim" ("renegados"), la fecha de ascenso al poder de la coalición del Likud, los herederos del Herut. El Likud supo captar perfectamente los cambios demográficos habidos en Israel, la eclosión de los judíos sefardíes y orientales y los deseos de un electorado muy joven (el 51% del censo electoral de 1981, el gran año del Likud, no llegaba a los 40 años de edad) ansioso, en contra del tradicional colectivismo asquenazí, que apenas le rendía beneficios, por mirar preferentemente hacia el futuro y desligarse del pasado. Aparte de sus diferencias económicas, de su menor renta y peor situación comparativa, estos grupos emergentes tenían poco que ver con la cultura sionista de los fundadores del Estado, por lo que los conceptos socialistas y la organización colectivista de la vida social les eran muy ajenos. Su masiva procedencia geográfica, extraeuropea y mediterránea, su inmigración reciente y sus altas tasas de natalidad, fueron factores determinantes de una reorientación profunda de la política israelí y, desde luego, propiciaron que su economía comenzara a variar el rumbo.
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A ello debe añadirse que el peso del sector público, dado su tamaño excesivo, había dejado de ser funcional en una economía, como la israelí, en constante crecimiento y urgida por la necesidad de cambios cada vez más acelerados. El intervencionismo estatal en la economía –en 1971, por ejemplo, el gasto público ascendió a un 50% del PIB(7)-, era contemplado como un lastre para el desarrollo del país por capas cada vez más numerosas de la población. El Gobierno, además de la gestión directa de los servicios de correos, teléfonos, radio y TV, los servicios ferroviarios y la inversión y mantenimiento de regadíos, tenía una participación de más del 50% en unas 200 empresas públicas, Histadrut aparte, cuyas industrias y cooperativas de servicios, en 1973, aportaban el 17% del PIB y el 22% del empleo nacional(8). Esta situación empezó a resquebrajarse, como hemos visto, con la llegada del Likud al poder en 1977 y su política liberal de facilitar la autorregulación de los mercados de bienes, servicios y capitales, la paulatina renuncia al control administrativo sobre los precios y la puesta en marcha de un proceso de liquidación de la participación estatal en numerosas empresas públicas. Dicha estrategia incrementó la actividad económica en general y el nivel de exportaciones en particular, apalancadas sobre todo en el sector agrario, además de inyectar liquidez en la economía.
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Desde comienzos de los años 60, la industria israelí había sustituido a la agricultura como principal motor económico. En 1972, la producción industrial duplicó la de 1967, y el valor de sus exportaciones durante el período 1968-1973 experimentó un alza del 300%. En 1978, la exportación industrial fue de 3.900 millones de dólares (sin contar los diamantes, 1.700 millones en 1980), y todo ello con un notable aumento de la producción y el consumo internos, mientras que las exportaciones agrarias fueron de sólo 600 millones de dólares. En la actualidad, la composición del PIB israelí se distribuye entre el 2,4% que aporta la agricultura, el 30% que representa la industria y el 67,6% de los servicios. Pero estas cifras no nos dirán nada por sí mismas si no desglosamos la ocupación laboral por sectores, en los que la agricultura, dado su alto valor tecnológico, está fuertemente sobre-representada (con un 18,5% del total), a costa –relativamente- de los servicios (el 50%), la industria (el 23,7%) y otros (el 7,8%). Es decir, la situación actual de Israel, de la que enseguida hablaré, tiene mucho más que ver con los cambios institucionales operados desde finales de los años 70 del siglo pasado, urgidos por las exigencias de un continuo desarrollo industrial y tecnológico aplicado a todos los sectores de la economía, que con las lejanas fechas fundacionales del Estado. Esto, obviamente, no es patrimonio exclusivo de Israel, pero aquí sí es cierto que la liberalización y privatización de la economía han contrastado más fuertemente que en otras latitudes con las circunstancias anteriores. Es un sistema único en la historia reciente -el sionismo socialista- el que se ha venido abajo.
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Un gran ejemplo de innovación tecnológica exigido por la economía global

El PIB israelí creció un 800% entre 1950 y 1973. Pero este aumento no pudo corregir uno de los problemas crónicos de Israel: el déficit de su balanza de pagos y el servicio de su deuda, ocasionados fundamentalmente por sus necesidades militares, que incluso hoy requieren la atención de cerca de un tercio del presupuesto y que han ocasionado unos índices de inflación descomunales (nada menos que del 120% en 1980), aunque esta situación se ha atemperado mucho en la actualidad. Hoy la tasa de inflación es menor de dos dígitos, algo insólito en su historia económica, pero aún así el déficit sigue lastrando el desarrollo israelí y, además, presenta una vertiente política que amenaza la independencia del país. De esto hablaré luego con algo de detalle.
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A fecha de hoy, Israel está plenamente integrado en la economía global gracias a su fomento de una "economía de la oferta" (quizás con la excepción del sistema bancario, todavía muy protegido e ineficiente) que se aceleró al iniciarse este siglo XXI bajo la batuta del ministro de Economía Benjamín Netanyahu. La gran paradoja (quizás sólo aparente) de esta integración en los mercados mundiales –los principales socios de Israel son la Unión Europea, Estados Unidos y China- es que no funciona en el entorno geográfico más próximo, no afecta a su "hinterland" por obvias razones políticas (y también de índole comercial) que han condicionado la estrategia económica de Israel. La "geoeconomía", ese modo de ver las relaciones internacionales propuesto por los profesores Edward Lutwak y Paul Kennedy hace ya casi treinta años, es una ciencia ineludible para explicar el pasado de Israel y, sobre todo, para desentrañar su presente. Porque la maldición de la "geopolítica" en un entorno de vecinos hostiles que le fue consustancial en sus primeros años de vida, ha podido ser contrarrestada por Israel, al menos en una parte considerable, por su apreciación lúcida de una visión modernizada de la “geoeconomía” y sus ventajas en un sistema económico que, desde los años 90 del siglo pasado, tiene un tamaño mundial. Es la "geopolítica" la que nos da una respuesta a la pregunta de por qué Israel no pertenece al club privilegiado de los países de la OCDE, a pesar de cumplir todas las condiciones requeridas, mientras que es la "geoeconomía" la que explica su pertenencia, desde su creación en 1995, a la Organización Mundial de Comercio.
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La práctica inexistencia de relaciones económicas entre Israel y sus vecinos árabes es un lastre para la integración del Oriente Medio a todos los niveles, impuesto por dichos vecinos, que a su vez, empeora, dentro de un círculo vicioso, su estabilidad política y el desarrollo económico conjunto de la zona. No obstante, la economía israelí ha echado mano especialmente de la diplomacia para romper este cerco y, gracias a su potencia y diversificación económica, mantiene desde hace mucho unas prósperas relaciones comerciales con Estados Unidos y con la Unión Europea, estas últimas intensificadas (además de por una serie de acuerdos preferenciales, especialmente la concertación en 1975 de un acuerdo bilateral de libre comercio y, en 1985, la firma de un tratado de asociación económica más intensa) después de la suscripción por Israel del Acuerdo Euro mediterráneo de Asociación (vigente desde el año 2000), merced al cual se ha creado una amplia zona de libre comercio entre la Unión Europea y los países de la cuenca mediterránea.
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Sin embargo, la principal virtud económica de Israel ha sido entender que la globalización ha modificado las dimensiones tradicionales del tiempo y el espacio. Israel, pese (o quizás, gracias) a lo limitado de su superficie y de su población, ha desarrollado su gran ventaja competitiva en el campo de la formación profesional, en el capital humano y en la aplicación de este capital a su especialización tecnológica dentro de la economía global (con una atracción de 50.000 millones de dólares en inversiones extranjeras en el ramo de la alta tecnología). Un par de muestras: Israel tiene el mayor plantel de ingenieros por número de habitantes, y sus empresas ocupan el segundo lugar, después de Estados Unidos, respecto a su cuantía, en el índice bursátil Nasdaq (también es el segundo país del mundo en registro de patentes), copando sectores como la electrónica, la informática, la nanotecnología, biotecnología y también la industria farmacéutica (véase el caso de la multinacional farmacéutica "Teva", con 30.000 empleados y unos beneficios, en 2007, de 10.000 millones de dólares).

Pero una moneda siempre tiene dos caras. Pese a sus logros espectaculares, el moderno liberalismo económico de Israel ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres, entre un centro próspero y una periferia mucho menos desarrollada. Estos desequilibrios, actuando sobre el "melting pot" de la cultura multiétnica del país (más de 3 millones de judíos, de 90 países, absorbidos desde la fundación del Estado, nacimientos aparte) y sobre las diferencias religiosas y políticas de sus ciudadanos, acentúan los riesgos de fragmentación y deslegitimación del Estado. Otro problema cuya solución está pendiente es la integración plena de los ciudadanos árabes, cuyos ratios socioeconómicos son muy inferiores a los de los israelíes judíos. En cualquier caso, un 25% de la población total israelí está por debajo del umbral de pobreza, mientras crece la desigualdad, como lo refleja el Instituto del Seguro Nacional (datos de 2004), que certifica un índice Gini de 0,38, que incluso asciende al 0,52 si se contempla sólo la renta ganada (antes de impuestos pagados y transferencias estatales recibidas).

Si no nos fijamos (¿podemos hacerlo?) en las cuestiones de la igualdad y la distribución de la riqueza, y dirigimos la mirada sólo a las cifras macroeconómicas más recientes, la prosperidad y la eficiencia del sistema económico israelí son las mayores de su corta historia. El período 2004-2007 ha sido de gran crecimiento económico, siempre con tasas superiores al 5% (aunque, previsiblemente, en este año 2008 será, según estimaciones oficiales, sólo del 2,9%, debido al estancamiento de la economía mundial). La renta per cápita es de unos 28.000 dólares, el desempleo es soportable (en febrero del 2008 se ha situado en el 6,5%, un índice históricamente bajo en los últimos años) e incluso la inflación (el problema económico más letal para Israel en sus primeras décadas de vida) también es hoy excepcionalmente baja (el 0,4% interanual), lo que acrecienta su competitividad dentro de la economía global.
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Dependencia exterior

El desarrollo económico de Israel, como vemos, ha sido impresionante. Al mismo tiempo, podemos decir que Israel ha compartido este desarrollo con los demás, al ser un país innovador y puntero en el hallazgo de remedios tecnológicos a problemas humanos acuciantes como consecuencia de la urbanización, la explotación de los recursos naturales y la sobrepoblación. La demografía israelí es una de las más altas del mundo, pero esta densidad poblacional específica respecto a un territorio tan limitado ha sido un estímulo para solucionar unos problemas hoy universales e Israel está siendo un factor clave en la división internacional del trabajo económico (9)
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Pero Israel tiene su talón de Aquiles en la gran dependencia de la ayuda económica de Estados Unidos. En cierta manera, la economía israelí es una economía subsidiada al poder destinar recursos a su aparato productivo, liberándolos de los compromisos presupuestarios para las atenciones de la defensa militar y la seguridad gracias al apoyo norteamericano que rellena este hueco financiero. Hasta el ejercicio de 2005, la asistencia norteamericana directa a Israel (subvenciones a fondo perdido y préstamos), en acumulación histórica, había ascendido a 154.000 millones de dólares, sin incluir otros beneficios financieros adicionales por concesión de ayudas con contraprestaciones "blandas" , en forma, por ejemplo, de préstamos no reembolsables. La asistencia exterior directa, en la actualidad, es de unos 3.000 millones de dólares al año, lo que representa aproximadamente el 2% del PIB de Israel, pero el total de ayudas asciende probablemente a una cifra cercana a los 4.300 millones, por la vía de anticipos, préstamos sin interés o con baja carga financiera, garantías de crédito frente a la banca privada o reinversión de la ayuda no gastada en deuda del Tesoro norteamericano con devengo de los correspondientes intereses. También existe en la legislación tributaria federal de los Estados Unidos una serie de ayudas (bonificaciones y deducciones) destinadas a las donaciones y suscripción de las emisiones de deuda pública israelí por ciudadanos norteamericanos, que actualmente significan unos 2.000 millones de dólares anuales. Se trata de un conjunto de ayudas inusual para el presupuesto norteamericano si estimamos su impacto favorable sobre una población de sólo siete millones de individuos. Egipto (con una población muy superior), por ejemplo, recibe de Estados Unidos unos 2.000 millones de dólares al año(11) y Jordania una partida de unos 570 millones.
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La restricción militar

Los datos anteriores nos obligan a tratar, aunque sea de manera breve y parafraseando a J.M. Keynes, de las consecuencias económicas de la guerra. La guerra –o el miedo a la misma- es el principal lastre para la economía en Oriente Medio. Poco después de la firma de los acuerdos de Oslo (el 20 de agosto de 1993), Shimon Peres publicó un libro(12), en colaboración con Arye Naor, en el que se mostraba muy esperanzado sobre el nuevo escenario internacional que parecía abrirse inmediatamente después de Oslo I. El diagnóstico de Peres sobre los gravísimos problemas económicos de la zona (falta de crecimiento y pobreza generalizada en los países árabes, obviamente un lastre mucho más pesado que los problemas específicos que perjudican a Israel y a su estructura económica), causantes a su vez de una endémica incertidumbre política (amenaza del integrismo islámico, falta de legitimación de los sistemas políticos tradicionales...), era acertado y no se podía negar: "la única solución posible es la paz", afirmaba. Peres tenía razón. Los economistas debaten a menudo sobre la rentabilidad y el valor económico de las inversiones en bienes y servicios militares. Es cierto que estas inversiones tienen su aplicación en la, llamémosla así, "economía civil", a través del desarrollo tecnológico que impulsa la investigación militar. El tractor es el sucesor natural del tanque, después de la Iª Guerra Mundial. El microondas doméstico procede de las mejoras en los sistemas de radar antiaéreos de la IIª Guerra. Pero, aún así, casi todos los expertos están de acuerdo en que la productividad y el valor añadido de la industria militar tienen un efecto limitado sobre el desarrollo de la economía en su conjunto y sobre los niveles de empleo. Aparte de eso, la revolución tecnológica encarece inevitablemente y a ritmo cada vez mayor el gasto militar de carácter disuasorio en tiempos de paz (en nuestro caso, es preferible hablar de "no guerra"), detrayendo recursos de las actividades que más influyen en las tasas de crecimiento y alivian la pobreza, por no hablar de los daños ocasionados a las infraestructuras cuando el peligro de guerra se consuma en la realidad. Unos presupuestos militares excesivos son un círculo vicioso que destrozan la prosperidad y comprometen, no sólo el crecimiento económico, sino también la distribución de la riqueza. Las inversiones militares no son tales, sino un despilfarro de capital. Piénsese que Israel soporta una descomunal deuda pública del 82,7% del PIB, causada en gran parte por sus necesidades militares. De esta forma, el proceso de liberalización económica, intensificado al doblar página el siglo XX, tiene, como hemos visto, su talón de Aquiles en el fuerte porcentaje que mantiene el gasto público en defensa y seguridad en relación con el producto nacional bruto de Israel, una proporción que le aleja de los países de economía más desarrollada e impide que se complete el proceso "natural" de expansión de la economía israelí.
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A pesar de que el gasto presupuestario israelí en defensa asciende al 26% y es el mayor de la zona (sólo superado por Siria, que destina un 50% de su presupuesto de gastos), el Estado hebreo está en mejor situación que sus vecinos árabes, por su menor crecimiento demográfico y su superior renta per cápita, para capear los demoledores efectos políticos y sobre el bienestar de los ciudadanos que la "restricción militar" impone a la economía. Además, sus elevados ingresos públicos le permiten costear un buen sistema de salud, al que en las vísperas de los acuerdos de Oslo ya dedicaba un 3,2% del presupuesto y sobre todo un excelente nivel educativo (con una asignación presupuestaria del 7,1%). Aún así, el lastre bélico sobre la economía es evidente. En el libro antes citado, Shimon Peres evaluaba (sin contar los daños en infraestructuras) en mil millones de dólares diarios el coste de una futura guerra. ¿Cuánto ha costado la campaña del Líbano del verano de 2006, cuál fue su impacto en las infraestructuras del norte del país? Todo ello sin computar los costes indirectos de la permanente situación de tensión prebélica en la zona para un país con apenas siete millones de habitantes, que tiene que movilizar de manera prolongada y "sacar" de la economía productiva (y del sistema educativo) a miles de jóvenes soldados y reservistas, aunque esta situación ha mejorado con la masiva llegada de inmigrantes procedentes de la extinta Unión Soviética en los años 1990-91. A lo que debe añadirse un perjuicio que comparte con todos sus vecinos, como son las oportunidades económicas perdidas por la falta de relaciones comerciales entre ellos y la perpetuación de economías estancas y con una escasa integración regional, por no mencionar las elevadas primas de los seguros del transporte internacional que cargan las compañías en todas las áreas geográficas de alto riesgo para los bienes y las personas.
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En 1999, el propio Shimon Peres, a pesar del asesinato de Rabin y, en general, del frenazo del proceso de paz con los palestinos, seguía siendo optimista. En su libro "Que le soleil se lève"(13) llega a afirmar que "la guerra ya no está a la orden del día", que "estamos saliendo de la noche de las guerras" y que "aquel que no se estanque en el pasado y dirija la vista hacia el futuro podrá ver el alba de la nueva época de la que hablaron los profetas Isaías y Miqueas". Bueno, en lugar de los sueños de los profetas del Tanaj, lo que llegó poco después de la rutilante promesa del hoy Presidente de Israel fue la IIª Intifada (septiembre de 2000), las bombas humanas de Hamas, la reaparición de Al Queda como amenaza planetaria y el peligro no inferior, estratégico y nuclear, de los ayatolás iraníes. El brillante porvenir de Israel e incluso el propio momento en que se pronunciaba Peres (en 2000, la economía israelí crecía a un estratosférico 8,9%), dio paso, sin solución de continuidad, a un decaimiento sostenido: tasas de crecimiento negativo de un –0,4% en 2001 y -0,6% en 2002, una recesión en toda regla que empezó a remontarse en 2003 (crecimiento ya de un 2,2%) y de algo más de un 5% anual entre 2004 y 2007. ¿Puede afirmar un observador sensato que el futuro de Israel se encuentra libre de graves incertidumbres?

Interludio: una breve pausa valorativa.

Al sionismo colectivista basado en el trabajo físico le sucedió la liberalización económica, las buenas magnitudes de la macroeconomía y elevados índices de desarrollo, pero también le siguió el aumento de la brecha de la desigualdad dentro del Estado hoy sexagenario. Por otro lado, la paz y unas relaciones aceptables con los países árabes, aunque en su conjunto son mejores que en 1947-49, no han traspasado los dominios de la utopía. Sólo con Egipto y Jordania mantienen los israelíes una limitada "paz fría". Israel tiene para sus vecinos más o menos la imagen de siempre, mientras se da la paradoja de que Israel sí sabe y es plenamente consciente de lo mucho que ha cambiado desde 1948.
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Las metáforas no suelen perder su validez argumental y, a menudo, la indagación más efectiva sobre la realidad histórica y las circunstancias del presente pertenecen al campo de las bellas artes. Eran Kolirin, director de la película "La banda nos visita" (año de producción, 2007), ha comentado al estrenarse en las pantallas: "Se han hecho muchas películas refiriéndose a la cuestión del porqué no hay paz, pero, al parecer, son pocas las que se han hecho hablándonos del porqué necesitamos la paz por encima de todo. Ya no vemos lo obvio en medio de conversaciones que se centran en las ventajas económicas y en los intereses. Acabada la jornada, mi hijo, y el hijo de mi vecino se encontrarán -estoy seguro de ello- en cualquier gran área comercial de neones parpadeantes, bajo el cartel gigante de McDonald´s. Puede que haya cierto bienestar en ello, no lo sé. Pero de lo que no hay duda es de que hemos perdido algo por el camino. Hemos trocado el amor auténtico por el sexo de noche única; el arte por el comercio; y el contacto humano, la magia de la conversación, por la cuestión de cuán grande es el trozo de pastel que podemos agenciarnos". Finalmente, Kolirin apostilla: "Con el tiempo, hemos llegado a olvidarnos de nosotros mismos". Ante semejante desahogo y rechazo apasionado de la postmodernidad del país, incluida la de su economía, me pregunto: ¿cuántas personas en Israel, sin descontar a los que, como el joven Kolirin, apenas tienen treinta años de edad, sienten nostalgia de la herencia perdida?; ¿cuántos la han olvidado o ni siquiera la han conocido?; ¿hay algún israelí que, si pudiera, volvería a querer ser menchevique?; ¿o son estas preguntas totalmente inoportunas y absurdas?

Israel y los españoles...y una estrategia a larga distancia

No debo finalizar este análisis sin referirme a las relaciones bilaterales entre España e Israel. “Ese paso que nos falta” es el acertado y gráfico subtítulo de la colaboración ("Relaciones económicas España-Israel") de Eva Levy Bensadon en la obra colectiva "España e Israel" (14) publicada con ocasión del vigésimo aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos Estados. En efecto, el grado de implicación mutua entre las dos economías es casi inexistente, pese a la homogeneidad en los ratios fundamentales de sus estructuras económicas. Así, la renta per cápita española y la israelí son algo superiores a 25.000 dólares. España e Israel ocuparon respectivamente, en el año 2004, el 20º y el 22º puesto en la lista de países desarrollados que elabora anualmente el Banco Mundial. Y la tasa de desempleo es similar (alrededor del 10% en ambos casos durante los últimos años, si bien, y como antes vimos, Israel ha mejorado mucho esta cifra en los últimos tiempos). Los dos países, aunque con una demografía muy diferente, pertenecen al área mediterránea y un 20% de los israelíes habla o al menos entiende el idioma castellano. Sin embargo, el nivel de intercambios es raquítico. Las cuotas de inversión en el otro territorio son inapreciables y lo mismo ocurre con sus respectivas cuotas de mercado, inferiores en todo caso al 2%.
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Esta atonía se debe a la imagen poco positiva de Israel en España (no al revés, dado el interés creciente que despierta España entre los israelíes), sobre todo desde el año 2000, al surgir la Segunda Intifada. Algunos pueden encontrar lógica esta rarefacción del ambiente, pero entonces deberían interrogarse por qué no ocurre lo mismo con Italia, Francia y Alemania, países con los que Israel mantiene un comercio exterior muy importante, aunque las exportaciones de los mismos a Israel están bajando significativamente en la actualidad por el encarecimiento del euro en relación al shekel. Revertir esta tendencia llevará su tiempo y aquí la diplomacia adquiere un valor económico de primera importancia, sobre todo en campos como la prensa o la universidad. Mientras tanto, la economía española perderá, como ya sucede actualmente, una gran oportunidad de negocio en segmentos como las infraestructuras israelíes (relativamente deficitarias como consecuencia del drenaje que suponen los gastos en defensa) o el turismo. Otras oportunidades quizás estén hoy ya amortizadas, como la posibilidad para España de servir de puente entre Israel y Latinoamérica, según veremos enseguida.
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A finales de 2007, Israel suscribió un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Mercosur, el espacio económico fundado en 1991 que integra las economías de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Israel pretende con ello saltar sobre el cerco impuesto por sus vecinos árabes y asegurarse un mercado de 250 millones de consumidores encabezado por Brasil (15). Israel puede suministrar a este mercado alta tecnología, productos agroquímicos y servicios de ingeniería, recibiendo como contrapartida productos cárnicos, cereales y calzado. Con esto se comprobarán, una vez más y si el TLC sigue el curso previsto, los beneficios compartidos de la división internacional del trabajo, como antes dije. Además, las ventajas para ambas partes no son sólo de naturaleza directa. Israel puede servir de puente en las relaciones interamericanas, ya que su alianza estratégica con Estados Unidos y las subcontratas de algunas de sus empresas informáticas y tecnológicas con grandes multinacionales norteamericanas le hacen idóneo para estos contactos. Para Israel, Mercosur significa no sólo una buena oportunidad de negocio directo con esos países sudamericanos, sino la posibilidad de diálogo, a través de los mismos, con el Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudí, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Qatar y Omán), con el que Mercosur tiene muy avanzadas unas negociaciones que probablemente desembocarán en un futuro no muy lejano en la firma de un nuevo TLC. Merece la pena destacar aquí a Qatar, un emirato con el que Israel está anudando ahora unas relaciones excelentes y que también juega en la actualidad un papel prominente, por sus buenos oficios de árbitro en la crisis interna libanesa. Qatar puede "arrastrar" a los países árabes más reacios a relacionarse con Israel y, por ello, los contactos del Golfo Pérsico (o Arábigo, si se prefiere) con Latinoamérica van en la buena dirección también para atender esta finalidad indirecta.
Por otro lado, existe otra vertiente de gran interés político El pacto de Mercosur con Israel alza un cortafuegos a la penetración iraní en Latinoamérica a través de Venezuela y a su vez "enfría" en América las pretensiones bolivarianas de Hugo Chavez y su política contraria al gran mercado para las Américas –el famoso ALCA- promovido por Estados Unidos y siempre bloqueado por el populismo de algunos dirigentes del subcontinente
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Vemos, en cualquier caso y al margen de consideraciones políticas, que se trata de un comercio a larga distancia. Pero, como antes se ha expuesto, se da la paradoja de que la economía israelí quizás sea una de las menos complementarias del mundo respecto a su entorno geográfico. Alfred Tovias, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén (16), ha explicado bien las razones de esta paradoja. Las restricciones políticas y militares conocidas por todos son aquí relevantes y, además, los vecinos de Israel tienen unos mercados muy reducidos, mientras que su producción sólo es potencialmente significativa en el uso intensivo de mano de obra, algo propio de una industria poco cualificada y centrada en los productos de cuero, textiles y transformación de alimentos. Es el caso, por lo demás bien aprovechado (el único por el momento, aunque parece que Egipto puede ir detrás), de las Qualified Industrial Zones (QIZ), las zonas francas adyacentes a Israel que ha abierto Jordania. Son una variante de las célebres "maquiladoras" o "golondrinas" a las que Israel ha transferido, con éxito para ambos socios, una parte considerable de sus instalaciones textiles. Para Israel, acabamos de hablar de ello, sería mucho más importante establecer un comercio normalizado de bienes y servicios con las monarquías del Golfo, unos mercados mucho más potentes, capaces de absorber una cuota o grado de penetración superior al 10% que, en el mejor de los casos, podría representar como mucho el comercio de Israel con todos sus vecinos inmediatos, a pesar del tamaño de la población de estos últimos.
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Finalizaré con una observación de rabiosa actualidad. La balanza comercial israelí es negativa en términos históricos (en el año 2000, de casi 2.500 millones de dólares). En dicho año, las importaciones fueron de 40.968 millones de dólares y las exportaciones de 38.613 millones. A gran distancia de los demás, EE.UU es el principal comprador de bienes y servicios israelíes (14.175 millones de dólares). Esta salida comercial se ha restringido en los últimos meses debido a la fuerte apreciación del shekel respecto al dólar y la crisis de la economía norteamericana (aunque, en menor medida, se da la situación inversa para Israel con respecto a la Unión Europea). Este encarecimiento de su moneda puede agravar aún más el crónico déficit comercial israelí, sobre todo si las diferencias en el tipo de cambio acentúan las exportaciones de productos norteamericanos a Israel, que en el citado año 2000 significaron la no despreciable cifra de 6.099 millones de dólares

Notas
(1) “Israel”, edición en castellano de Espasa-Calpe, 1987, pág. 144.(2) Perlmutter, “Israel”, pág. 146.(3) “Israel, 1957”, Ediciones Destino, Barcelona, 2002.(4) “Israel en construcción. La Histadrut”, Santiago Rueda, Buenos Aires, 1953, pág. 292.(5) Avi Shlaim, “El muro de hierro”, edición en castellano de Almed, 2003, pág 264.(6) Perlmutter, “Israel”, pág. 218(7) Shlomo Ben Ami y Zvi Medin, “Historia del Estado de Israel”, 3ª edición española, Rialp, 1992, pág. 138.(8) Ibídem, pág. 140.(9) Esto se ha visto claramente en el tratamiento del agua, un bien básico cada día más escaso en el planeta y del que se nutre abrumadoramente la agricultura (que agota el 70% del agua dulce), detrayéndola del consumo humano. Israel, como pone de relieve Giovanni Sartori –“La tierra explota. Superpoblación y desarrollo”, págs. 61 y 62, en colaboración con Gianni Mazzoleni, edición española de Taurus, 2003-, ha revertido parcialmente esta circunstancia con su sistema de riego por goteo de cítricos. En todo caso, el problema de la escasez de agua trasciende el ámbito agrario e Israel lo ha entendido perfectamente dentro del conjunto de su estrategia económica, hasta el punto de ser uno de los promotores de lo que la revista italiana Equilibri (núm. 1, 2000) denomina el “agua virtual”. Según Tony Allan, en su colaboración en dicha revista (“Il Medio Oriente. La pretestuosa guerra dell´acqua”, págs. 51-64), Israel genera el 97% del PIB utilizando únicamente el 5% de sus recursos hídricos. No se trata sólo del desarrollo tecnológico del riego por goteo, el reciclaje del agua o la desalinización del agua de mar, sino de una decisión económica sobre los bienes que se producen y los bienes que se intercambian dentro de la más arriba mencionada división internacional del trabajo. De esta forma, Israel ha renunciado a la producción de bienes “hidroexigentes”, de productos con alta absorción de agua (los cereales, la agricultura de secano o la industria básica), destinando sus escasas reservas de agua a productos de alto valor (fresas, habichuelas, cítricos, “cactus” mexicano con período de fructificación de once meses sin necesidad de riego...) destinados a la exportación; y, con su contravalor en divisas, Israel adquiere, vía importaciones con gran beneficio en el cambio en cuanto a los respectivos costes de producción, bienes básicos pero con altos costes de consumo de agua, como los cereales. Los economistas contemporáneos llaman a esta serie de decisiones estratégicas una opción ejercitada por las economías que apuestan por la “ventaja competitiva”, con lo que, en el fondo, reconocen la vigencia de las doctrinas de David Ricardo sobre el comercio exterior. Ítem más: el sistema israelí tiene como consecuencia lo que economistas como el indio Jagdish Bagwhati designan con la expresión “efecto derrame”, esto es, la posible imitación de estas técnicas por otros agentes próximos, por aprendizaje, lo que en una zona políticamente tan conflictiva como es Oriente Próximo tiene un gran valor añadido y refuerza los lazos mutuos de cooperación, siempre difíciles en esta parte del mundo. Jordania, en este sentido, es un buen discípulo de sus vecinos de la ribera occidental.(10) John J. Mearsheimer y Stephen Walt, “El lobby israelí y la política exterior de los Estados Unidos”, pág. 50, edición española de Taurus, 2007.(11) Comparados con los 3.000 millones de ayuda directa que recibe Israel, parece una cantidad cercana. Pero sólo lo es en términos absolutos y no en lo que afecta al desarrollo de cada uno de estos dos países, en los que la población juega un papel decisivo. De esta forma, y en términos de renta per cápita, la repercusión de las ayudas USA en Egipto es de 20 dólares por persona, mientras que en Israel la cifra asciende a unos 500 dólares al año por persona.(12) The new Middle East, Henry Holt and Company, Nueva York, 1993 (hay traducción española con el título de “Oriente Medio, Año Cero”, Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1993).(13) Hay traducción española: “Que salga el sol”, Seix Barral, Barcelona, 1999.(14) Madrid, 2006, editado por la Federación de Comunidades Judías de España, colección Cuadernos de Sefarad. Los datos de este epígrafe, en sus dos primeros párrafos, proceden de la citada colaboración de Levy Bensadon.(15) Félix Bornstein, “La economía del anillo exterior”, publicado en el diario “El Mundo”, diciembre de 2007.(16) “Preparados para la globalización”, en Vanguardia Dossier (“Israel”), núm. 19, abril/junio 2006, págs. 90-93, Barcelona