PURIM


Biografía de Assuero, rey de Persia
Biografía traducida del Who is Who in the Jewish Bible (www.amazon.com).

Assuero, rey de Persia, generalmente es identificado por los historiadores con el rey Jerjes I de Persia, quien reinó en el siglo 5 A.E.C. y fue hijo y sucesor de Darío I.
La Biblia lo describe como rey de un inmenso imperio que se extendía desde la India hasta Etiopía en África, e incluía ciento veintisiete provincias gobernadas desde la capital Susán. La Biblia también pinta a Assuero como un rey con poco interés en sus obligaciones como gobernante pero con mucha afición al vino, irreflexivo, sin ideas propias, y fácil de influenciar.
En el tercer año de su reinado, Assuero ofreció un banquete a todos los príncipes y administradores del reino para hacer gala de su riqueza. La gran celebración duró ciento ochenta días. Cuando las festividades para los nobles terminaron, el rey dio un banquete en el jardín de su palacio para la gente común. Durante siete días, ricos y pobres, bebieron tanto como podían. Al mismo tiempo, Vashti, su reina, agasajaba con una comida a las mujeres adentro del palacio.
En el sétimo día de la celebración, Assuero, que estaba ebrio, ordenó a los siete eunucos, que eran sus sirvientes personales, que traigan a la reina Vashti, y que se aseguren que ella tenga puesta la corona real. Vashti era una bella mujer y el rey querían que todos la viesen. Los eunucos regresaron, y le dijeron al rey que la reina se negaba a venir.
El rey, que a duras penas podía contener su furia, consultó con sus expertos legales acerca de lo que debería hacer con Vashti por haber rehusado obedecer la orden del rey.
Memucán, uno de sus principales consejeros, declaró, "La reina Vashti ha cometido una grave ofensa, no sólo contra Su Majestad, sino contra todos los hombres en todas las provincias del reino. La conducta de la reina hará que todas las esposas desprecien a sus maridos, al ver que hasta el rey Assuero le dio orden de comparece ante él, y la reina no le hizo caso. Hoy mismo las mujeres de Persia y Media, que han oído el comportamiento de la reina, se lo dirán a todos los oficiales de Su Majestad, y el escarnio y la provocación no tendrán límites. Si le place a Su Majestad, que emita un edicto real, que sea escrito en las leyes de Persia y Media, para que no pueda ser revocado, prohibiendo a Vashti que se presente ante el rey Assuero. Su Majestad debe otorgar el rango de reina a otra mujer que lo merezca más. Y así el veredicto de Su Majestad será escuchado en todo el reino, y todas las esposas tratarán a sus maridos, sean nobles o comunes, con el debido respeto."
La propuesta de Memucán fue aprobada por el rey y por sus ministros.
Durante mucho tiempo el rey continuó obsesionado por la afrenta que Vashti le había hecho y por el edicto que había decretado contra ella. Sus consejeros sugirieron que se deberían traer bellas vírgenes de cada provincia al harem del palacio real en Susán, donde estarían bajo la supervisión del eunuco Hege, encargado de las mujeres, y recibirían un tratamiento de belleza. Aquella que más le gustaría al rey sería nombrada reina, en vez de Vashti. La propuesta le gustó al rey e inmediatamente la puso en efecto.
Trajeron doncellas de todo el imperio, y las sometieron durante un año a un tratamiento de belleza. Luego cada una de ellas, por turno, era traída al dormitorio real para pasar una noche con el rey. En la mañana siguiente la joven era llevada al segundo harem, donde estaban las mujeres que ya habían pasado una noche con el rey, para vivir allí bajo la supervisión del eunuco Shashgaz. Nunca volvería a ver al rey, a no ser que el soberano específicamente la pidiese por su nombre.
Una de las jóvenes era Esther—una muchacha judía cuyo nombre hebreo era Hadassah, Mirto—hija de Abihail, un descendiente del rey Saúl que había sido exilado por los babilonios junto con el rey Jeconiah de Judá. Esther, que era huérfana desde temprana edad, había sido criada por su primo Mardoqueo.
En el sétimo año del reinado del rey Assuero le llegó el turno a Esther de ser llevada a la alcoba del rey. A Assuero le gustó Esther más que todas las otras, y la hizo su reina. El rey ofreció un gran banquete en su honor a todos sus oficiales y cortesanos, durante el cual anunció una amnistía de impuestos y distribuyó regalos. Esther, aconsejada por Mardoqueo, no reveló que era judía.
Un día, Mardoqueo, que solía sentarse en la entrada del palacio, escuchó a dos guardias conspirar contra la vida del rey. Mardoqueo informó a la reina Esther, y ella, a su vez, lo reportó al rey. El asunto fue investigado, y los conspiradores fueron arrestados y ejecutados. El rey ordenó que se escriba una reseña del incidente en los archivos oficiales del imperio.
Algún tiempo más tarde, el rey nombró como primer ministro del reino a un individuo llamado Amán, y ordenó que todos los oficiales de la corte le demuestren respeto arrodillándose e inclinándose frente a él. Todos cumplieron con la orden del rey, excepto Mardoqueo. Mardoqueo rehusó arrodillarse o inclinarse ante Amán, diciendo que él era judío y que los judíos solo doblan la rodilla y se inclinan ante Dios. Amán, molesto y ofendido, decidió que no era suficiente castigar solamente a Mardoqueo. ¡Todos los judíos del imperio debían ser exterminados!
Amán fue a hablar con el rey y acusó a los judíos de ser un pueblo que tenía costumbres diferentes y no obedecía las leyes del rey. Añadió que, si el rey dictaba una orden de muerte contra los judíos, él, Amán, pagaría diez mil talentos de plata al tesoro real.
El rey se sacó el anillo y se lo entregó a Amán, diciendo, "La plata y la gente son tuyas para que hagas con ellos lo que creas conveniente."
Amán echó la suerte, (pur en hebreo) para escoger la fecha cuando realizaría el genocidio, y salió el mes de Adar. Llamó a los escribas del rey y les dictó cartas anunciando que todos los judíos, jóvenes y viejos, mujeres y niños, serían exterminados el día trece del mes de Adar. Estas cartas, selladas con el anillo del rey, fueron enviadas de inmediato a los gobernadores de todas las provincias. Luego de terminar de tratar estos asuntos el rey y Amán se sentaron a beber.
Mardoqueo, al enterarse del decreto fatal, rasgó su vestimenta, se vistió con arpillera, se echó cenizas sobre la cabeza, y caminó por la ciudad, lamentándose amargamente en voz alta, hasta llegar a la entrada del palacio. No pudo entrar porque estaba prohibido el ingreso a gente vestida con tela arpillera. En las provincias los judíos ayunaron, lloraron y se vistieron con arpillera.
Las doncellas y los eunucos de la reina Esther le informaron que Mardoqueo se encontraba afuera de la entrada al palacio, vestido con arpillera, llorando y gritando. La reina se puso muy agitada y preocupada por la salud mental de su primo. Envió a uno de sus sirvientes a la entrada del palacio, llevando ropa para que Mardoqueo se la ponga en vez de la arpillera. Mardoqueo se negó a recibir la vestimenta.
La reina envió a Hathach, uno de los eunucos en su servicio, para que hable con Mardoqueo y averigüe el motivo de su extraño y preocupante proceder. Mardoqueo, luego de informar a Hathach que Amán había prometido dar una suma de dinero al tesoro del rey en retribución por haber recibido autorización de exterminar a los judíos, le entregó una copia del edicto, y le dijo que se lo enseñe a Esther, para que ella se de cuenta del peligro y fuese a hablar con el rey para suplicar por su pueblo.
Esther recibió el mensaje y le envió a Mardoqueo una nota de respuesta, diciendo que de acuerdo a la ley, si ella se presentaba frente al rey sin haber sido llamada, sería condenada a muerte, a no ser que el rey le extendiese su cetro de oro.
Mardoqueo le contestó que Esther no debería sentirse más segura que cualquier otro judío sólo porque vivía en el palacio. Esther le respondió pidiendo que los judíos en Susán ayunasen y rogasen por ella durante tres días. Ella también ayunaría durante esos tres días, y luego iría a ver al rey, aún si eso le costara la vida.
El tercer día de su ayuno Esther se vistió con su ropaje real, y se presentó en el patio interior del palacio del rey, mirando hacia la habitación del trono, frente al rey, quien se hallaba sentado con el cetro de oro en la mano.
El rey, al ver a Esther, le extendió el cetro. Esther se acercó y tocó la punta del cetro.
"¿Qué es lo que te preocupa, reina Esther?", le preguntó el rey. "¿Cuál es tu petición? Aún si pidieses la mitad de mi reino te lo otorgaría."
"Si a Vuestra Majestad le place", contestó Esther, "que venga hoy el rey con Amán al banquete que he preparado para él."
"Dense prisa, y llamen a Amán para hacer lo que la reina ha ofrecido", ordenó el rey a sus oficiales.
Esa noche el rey y Amán fueron a los aposentos de la reina. Durante el banquete de vino, el rey nuevamente le preguntó a Esther, "¿Cuál es tu deseo? Aún si pidieses la mitad de mi reino te lo otorgaría."
Esther contestó que le gustaría que el rey y Amán sean nuevamente sus invitados el día siguiente en otro banquete.
Amán, feliz y contento, salió de los aposentos de la reina. Su buen humor se desvaneció cuando salió por la puerta del palacio y vio que Mardoqueo nuevamente no le demostraba señales de respeto. Se encolerizó, pero logró controlarse, y continuó hacia su mansión.
Una vez llegado a su casa invitó a su esposa y a sus amigos a conversar con él. Se jactó de su gran riqueza, de sus numerosos hijos, de su alta posición en la corte, y de que él y el rey habían sido los únicos invitados al banquete ofrecido por la reina Esther.
"Pero todo esto no significa nada para mí cada vez que veo al judío Mardoqueo sentado en la entrada al palacio", se lamentó.
Su esposa y sus amigos le aconsejaron que hiciera construir una horca, y que le pidiese al rey que le permita colgar allí a Mardoqueo. A Amán le gustó la idea e inmediatamente dio la orden de construir la horca.
Esa noche el rey, sufriendo de insomnio, pidió que le traigan los archivos oficiales del imperio y que se los lean. Escuchó el relato de cómo Mardoqueo había descubierto una conspiración para asesinar al rey, y preguntó si el hombre había sido recompensado y honrado por su acto. Los sirvientes le contestaron que no había sido recompensado ni se le había conferido honores.
"¿Alguno de mis oficiales está en el palacio?", preguntó el rey.
En esos minutos entraba Amán al palacio para solicitar el permiso del rey para colgar a Mardoqueo. Cuando los sirvientes del rey lo vieron, lo trajeron a los aposentos reales.
"¿Qué se le debería hacer a un hombre a quien el rey quiere honrar?", preguntó el rey.
Amán asumió que el rey se refería a él, y le contestó, "Al hombre a quien el rey desea honrar le deberán traer la vestimentas reales que el rey ha usado, y el caballo que el rey ha montado. En su cabeza se debe colocar una diadema real. La ropa y el caballo deben estar bajo el cargo de uno de los nobles cortesanos del rey. Y el hombre a quien el rey desea honrar debe ser vestido con las vestimentas reales y montado sobre el caballo que fue del rey, y debe ser paseado por la plaza principal de la ciudad, mientras todos proclaman, 'Esto es lo que se hace al hombre a quien el rey desea honrar'".
"¡Apresúrate, entonces!, le dijo el rey a Amán. "Consigue la vestimenta y el caballo, tal como dijiste, y haz todo lo que sugeriste al judío Mardoqueo, que se sienta en la entrada al palacio. No dejes de hacer nada de lo que has propuesto."
Amán hizo lo que ordenó el rey. Luego, Mardoqueo retornó a su lugar usual en la entrada del palacio, y Amán se apresuró a regresar a su casa, con la cabeza cubierta como si estuviese de luto.
Amán les contó a su esposa y a sus amigos todo lo que le había pasado. Ellos le advirtieron que Mardoqueo lo derrotaría. Todavía estaban conversando cuando llegaron los eunucos del palacio y, apresurados, llevaron a Amán al banquete de la reina Esther.
Mientras tomaban el vino de sobremesa el rey nuevamente le preguntó a Esther, "¿Cuál es tu deseo, reina Esther? Aún si pidieses la mitad de mi reino te lo otorgaría."
"Si a Vuestra Majestad le place", contestó Esther, "mi petición es que mi vida y la de mi pueblo sean perdonadas, porque yo y mi pueblo hemos sido vendidos para ser destruidos, masacrados y exterminados."
"¿Quién se atreve a hacer tal cosa? ¿Quién es ese hombre?", preguntó Assuero.
"¡El enemigo y adversario es este malvado Amán!", contestó Esther.
Amán tembló de miedo. El rey se levantó preso de la furia, y salió al jardín para calmarse.
Amán permaneció en la habitación para rogar a la reina Esther por su vida. Lleno de terror, cayó en el sofá donde estaba Esther, e imploró clemencia. En ese momento el rey regresó del jardín y vio que Amán estaba echado sobre el sofá de la reina.
"¿Intenta este hombre forzar a la reina en mi propio palacio?", gritó el rey.
Los eunucos agarraron boca abajo a Amán. Uno de ellos, Harbona, dijo que Amán había construido una horca en su casa para colgar a Mardoqueo. El rey inmediatamente ordenó "¡Que lo cuelguen allí a Amán!"
Amán fue ahorcado y el rey se calmó. Ese mismo día, el rey Assuero le entregó a Esther la propiedad de Amán. Cuando Esther le informó que Mardoqueo era su pariente, el rey se sacó el anillo que le había quitado a Amán y se lo dio a Mardoqueo, nombrándolo primer ministro, segundo en rango tras el rey. Desde ese momento, Mardoqueo usó la vestimenta real de azul y blanco, una capa de fino lino color púrpura, y una magnífica corona de oro.
Esther se echó llorando a los pies del rey, y le pidió que detenga la malvada conspiración que Amán había preparado contra los judíos. El rey le extendió a Esther su cetro de oro.
"Si a Vuestra Majestad le place", contestó Esther, "y si es que he encontrado favor en sus ojos, y si esto le parece correcto al rey, sean enviadas órdenes para contrarrestar las instrucciones enviadas por Amán, hijo de Hammedatha el Agatita, de exterminar a los judíos en todas las provincias del rey. Porque, ¿cómo podría yo ver la destrucción de mi nación, el exterminio de mi pueblo?"
El rey explicó a Esther y a Mardoqueo que los edictos proclamados en nombre del rey y sellados con el sello real no podían ser revocados, pero les autorizaba a escribir a los judíos lo que gustasen en nombre del rey y sellar las cartas con el sello real.
Mardoqueo dictó a los escribas cartas en nombre del rey, las selló con el sello real, y las envió a todas las provincias con mensajeros montados sobre veloces caballos. Las cartas decían que el rey autorizaba a los judíos a organizar su auto defensa, defenderse si eran atacados, y a destruir a sus enemigos incluyendo a las esposas y niños, y a apoderarse de sus posesiones.
El día trece del mes de Adar, el día que los enemigos de los judíos habían planeado destruirlos, los judíos los atacaron con espadas y los mataron.
El rey, al recibir el informe, le dijo a Esther, "Solamente en Susán los judíos han matado a quinientos hombres, incluyendo a los diez hijos de Amán. ¿Qué habrán hecho en las provincias del rey? ¿Cuál es ahora tu deseo? Dímelo y te lo otorgaré."
"Si a Vuestra Majestad le place", contestó Esther, "que permita a los judíos de Susán que mañana continúen haciendo lo que hicieron hoy, y que cuelguen en la horca los cuerpos de los diez hijos de Amán."
El rey ordenó que así se haga. Los cuerpos de los diez hijos de Amán fueron colgados públicamente, y, el siguiente día, los judíos de Susán mataron a otros trescientos enemigos.
Esther y Mardoqueo escribieron cartas a los judíos, deseándoles paz y seguridad, y ordenando que ellos y sus descendientes celebren cada año un festival llamado Purim, ya que Amán había escogido la fecha del genocidio echando la suerte, Pur en hebreo.