
Masacre y júbilo
La masacre de ocho jóvenes estudiantes de seminario y las heridas a otros nueve provocada por un terrorista árabe en Jerusalén la semana pasada es un acto de perversión a sangre fría. Pero aún más perversa y repugnante que la masacre fue el comportamiento que la acompañó.
Por Jeff Jacoby
La masacre de ocho jóvenes estudiantes de seminario y las heridas a otros nueve provocada por un terrorista árabe en Jerusalén la semana pasada es un acto de perversión a sangre fría. Pero aún más perversa y repugnante que la masacre fue el comportamiento que la acompañó.
Por Jeff Jacoby
La masacre de ocho jóvenes estudiantes de seminario y las heridas a otros nueve provocada por un terrorista árabe en Jerusalén la semana pasada es un acto de perversión a sangre fría. Es difícil dar sentido al depravado fanatismo de alguien como Ala Abú Dhaim, que entraba tranquilamente en la concurrida biblioteca del centro, sacaba tres armas de una caja, y rociaba la sala con cientos de balas, vaciando cargador tras cargador hasta finalmente ser abatido por un funcionario del ejército de permiso y estudiante a tiempo parcial que escuchó el tiroteo y llegó corriendo.
Aún más perversa y repugnante que la masacre de Abú Dhaim, no obstante, fue el comportamiento que la acompañó.
En Gaza, las noticias de que estudiantes judíos sin identificar, niños en su mayor parte, habían sido tiroteados mientras estudiaban provocó estallidos de júbilo. Miles de estudiantes palestinos se lanzaban a las calles de Gaza, disparando armas al aire para celebrar y repartiendo caramelos a los transeúntes. Muchos residentes acudieron a las mezquitas a ofrecer oraciones de agradecimiento antes de unirse a los actos festivos. Las cámaras de televisión recogían la juerga; puede verla por usted mismo en YouTube.
Hamas, la organización terrorista que controla Gaza, difundía una declaración aplaudiendo el baño de sangre. "Bendecimos la operación [de Jerusalén]", reza. "No será la última".
Hamas es monstruoso, pero al César lo que es del César: no hace ningún secreto de su deseo de sangre. Lo mismo no se puede decir siempre de Fatah, la otra facción de importancia en la Autoridad Palestina. Fatah está encabezado por el rais de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbás, cuyo pulido portavoz, Saeb Erekat, fue raudo en asegurar a los periodistas -- en inglés, para consumo occidental -- que Abbás condenaba los crímenes y "reitera su condena a todos los ataques dirigidos contra civiles ya sean palestinos o israelíes".
Pero apenas unos cuantos días después de la masacre de la yeshiva, Abbás declaraba al rotativo jordano Al-Dustur -- en árabe, para consumo árabe -- que se opone a los ataques terroristas solamente por motivos tácticos "en este momento", y que "en el futuro, las cosas cambian". Presumió de su veterana implicación en la violencia de la OLP -- "yo tuve el privilegio de disparar el primer tiro en 1965" -- y reivindicaba con orgullo que Fatah "enseñó la resistencia a todo el mundo, incluyendo a Hezbolá, que se entrena en nuestros campamentos militares”.
Supuesta condena de Abbás aparte, el diario oficial de la Autoridad Palestina, Al-Hayat Al-Yadida, se deshacía en elogios al asesino en su portada, mostrando de manera prominente su fotografía e identificándole como “shahid” -- el término de aprobación y referencia que denota a un mártir islámico. Y las Brigadas de los Mártir de Al-Aqsa, una violenta filial de Fatah identificada por el gobierno americano como organización terrorista, elogiaba la matanza como "una operación heroica".
Mientras tanto, la familia de Abú Dhaim instalaba una jaima funeraria junto a su casa en Jerusalén oriental, donde, en medio de banderas de Hamas y Hezbolá, los visitantes llegaban para honrar al terrorista muerto. Increíblemente, el gobierno israelí no realizaba ningún esfuerzo por evitar esta muestra pública de respeto a un asesino colectivo; insistía solamente en que las banderas de Hamas y Hezbolá fueran retiradas.
En contraste, cuando los parientes de Abú Dhaim residentes en Jordania instalaban una jaima similar para recibir a los simpatizantes, los funcionarios jordanos les obligaban a desmantelarla inmediatamente. El tío del terrorista estaba indignado. "Esperábamos que la gente viniera a felicitarnos por el martirio de mi sobrino", declaraba. "Esta es una operación heroica que tiene que ser celebrada por todo el mundo". Es testimonio de lo irresponsable que se ha vuelto la directiva israelí que el gobierno árabe de Jordania manifieste más sentido común que el estado judío reaccionando frente a aquellos que entronizan al asesino de niños judíos .
Y eso es indicativo del comportamiento más perverso de todos: el rechazo por parte de Israel a enfrentarse al hecho de que ésta es una guerra de supervivencia -- una guerra que solamente se ganará luchando y derrotando a su enemigo, no aferrándose a ciegas a un "proceso de paz" falso que no ha traído nada sino terror, lágrimas y una cifra creciente de muertos.
La reacción del Primer Ministro Ehud Olmert a la masacre de inocentes la semana pasada consistió en anunciar que no iba a "dejar de realizar tremendos esfuerzos por dar otro paso significativo, importante y dramático que nos conduzca a una oportunidad de reconciliación real".
El Ministerio israelí de Exteriores soltaba la misma tontería: "Estos terroristas intentan destruir las posibilidades de paz", decía su portavoz, "pero ciertamente continuaremos las conversaciones de paz". La Casa Blanca cantaba también a coro: "Lo más importante es que el proceso de paz continúe y que las partes estén comprometidas con él".
Error. Lo más importante es reconocer que hay una guerra contra Israel emprendida por enemigos comprometidos profundamente con su erradicación -- enemigos que califican las negociaciones, las concesiones, y todos los adornos del "proceso de paz" de prueba de que los judíos se retiran, y que golpearles con aún más contundencia les acerca a la victoria aún más. Este es el motivo de que hubiera una expresión de júbilo así en Gaza. Y el motivo de que la atrocidad de la semana pasada en Jerusalén sea solamente el más reciente de los horrores así -- que no el último.
Aún más perversa y repugnante que la masacre de Abú Dhaim, no obstante, fue el comportamiento que la acompañó.
En Gaza, las noticias de que estudiantes judíos sin identificar, niños en su mayor parte, habían sido tiroteados mientras estudiaban provocó estallidos de júbilo. Miles de estudiantes palestinos se lanzaban a las calles de Gaza, disparando armas al aire para celebrar y repartiendo caramelos a los transeúntes. Muchos residentes acudieron a las mezquitas a ofrecer oraciones de agradecimiento antes de unirse a los actos festivos. Las cámaras de televisión recogían la juerga; puede verla por usted mismo en YouTube.
Hamas, la organización terrorista que controla Gaza, difundía una declaración aplaudiendo el baño de sangre. "Bendecimos la operación [de Jerusalén]", reza. "No será la última".
Hamas es monstruoso, pero al César lo que es del César: no hace ningún secreto de su deseo de sangre. Lo mismo no se puede decir siempre de Fatah, la otra facción de importancia en la Autoridad Palestina. Fatah está encabezado por el rais de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbás, cuyo pulido portavoz, Saeb Erekat, fue raudo en asegurar a los periodistas -- en inglés, para consumo occidental -- que Abbás condenaba los crímenes y "reitera su condena a todos los ataques dirigidos contra civiles ya sean palestinos o israelíes".
Pero apenas unos cuantos días después de la masacre de la yeshiva, Abbás declaraba al rotativo jordano Al-Dustur -- en árabe, para consumo árabe -- que se opone a los ataques terroristas solamente por motivos tácticos "en este momento", y que "en el futuro, las cosas cambian". Presumió de su veterana implicación en la violencia de la OLP -- "yo tuve el privilegio de disparar el primer tiro en 1965" -- y reivindicaba con orgullo que Fatah "enseñó la resistencia a todo el mundo, incluyendo a Hezbolá, que se entrena en nuestros campamentos militares”.
Supuesta condena de Abbás aparte, el diario oficial de la Autoridad Palestina, Al-Hayat Al-Yadida, se deshacía en elogios al asesino en su portada, mostrando de manera prominente su fotografía e identificándole como “shahid” -- el término de aprobación y referencia que denota a un mártir islámico. Y las Brigadas de los Mártir de Al-Aqsa, una violenta filial de Fatah identificada por el gobierno americano como organización terrorista, elogiaba la matanza como "una operación heroica".
Mientras tanto, la familia de Abú Dhaim instalaba una jaima funeraria junto a su casa en Jerusalén oriental, donde, en medio de banderas de Hamas y Hezbolá, los visitantes llegaban para honrar al terrorista muerto. Increíblemente, el gobierno israelí no realizaba ningún esfuerzo por evitar esta muestra pública de respeto a un asesino colectivo; insistía solamente en que las banderas de Hamas y Hezbolá fueran retiradas.
En contraste, cuando los parientes de Abú Dhaim residentes en Jordania instalaban una jaima similar para recibir a los simpatizantes, los funcionarios jordanos les obligaban a desmantelarla inmediatamente. El tío del terrorista estaba indignado. "Esperábamos que la gente viniera a felicitarnos por el martirio de mi sobrino", declaraba. "Esta es una operación heroica que tiene que ser celebrada por todo el mundo". Es testimonio de lo irresponsable que se ha vuelto la directiva israelí que el gobierno árabe de Jordania manifieste más sentido común que el estado judío reaccionando frente a aquellos que entronizan al asesino de niños judíos .
Y eso es indicativo del comportamiento más perverso de todos: el rechazo por parte de Israel a enfrentarse al hecho de que ésta es una guerra de supervivencia -- una guerra que solamente se ganará luchando y derrotando a su enemigo, no aferrándose a ciegas a un "proceso de paz" falso que no ha traído nada sino terror, lágrimas y una cifra creciente de muertos.
La reacción del Primer Ministro Ehud Olmert a la masacre de inocentes la semana pasada consistió en anunciar que no iba a "dejar de realizar tremendos esfuerzos por dar otro paso significativo, importante y dramático que nos conduzca a una oportunidad de reconciliación real".
El Ministerio israelí de Exteriores soltaba la misma tontería: "Estos terroristas intentan destruir las posibilidades de paz", decía su portavoz, "pero ciertamente continuaremos las conversaciones de paz". La Casa Blanca cantaba también a coro: "Lo más importante es que el proceso de paz continúe y que las partes estén comprometidas con él".
Error. Lo más importante es reconocer que hay una guerra contra Israel emprendida por enemigos comprometidos profundamente con su erradicación -- enemigos que califican las negociaciones, las concesiones, y todos los adornos del "proceso de paz" de prueba de que los judíos se retiran, y que golpearles con aún más contundencia les acerca a la victoria aún más. Este es el motivo de que hubiera una expresión de júbilo así en Gaza. Y el motivo de que la atrocidad de la semana pasada en Jerusalén sea solamente el más reciente de los horrores así -- que no el último.