
LA NOTICIA
VIENA.- Mientras los austriacos intentaban recuperarse de la conmoción que provocó en el país la macabra historia de incesto y encierro que dio la vuelta al mundo, Josef Fritzl, protagonista de este caso sin precedente, admitió ayer que mantuvo encerrada a su hija durante 24 años, que abusó sexualmente de ella sistemáticamente y que juntos tuvieron siete hijos. Sin mostrar remordimientos, Fritzl, un ingeniero electrónico jubilado de 73 años, también reconoció haber incinerado el cadáver de uno de ellos, que murió a los tres días de nacer, en la caldera del sistema de calefacción de su casa. El estado de salud y su inclinación a llorar eran los criterios por los cuales el violador austriaco Josef Fritzl escogió a tres de los seis hijos que tuvo con su hija para adoptarlos junto con su esposa.
Así lo afirmó hoy Leopold Etz, inspector jefe de la Oficina regional contra el Crimen de Baja Austria, en base a los primeros interrogatorios. Los otros tres, disfrutaron de una educación ejemplar, incluyendo instrucción musical y deportiva, los otros tres hermanos malvivieron en el calabozo de unos 60 metros cuadrados y 1,70 metros de altura.
VIENA.- Mientras los austriacos intentaban recuperarse de la conmoción que provocó en el país la macabra historia de incesto y encierro que dio la vuelta al mundo, Josef Fritzl, protagonista de este caso sin precedente, admitió ayer que mantuvo encerrada a su hija durante 24 años, que abusó sexualmente de ella sistemáticamente y que juntos tuvieron siete hijos. Sin mostrar remordimientos, Fritzl, un ingeniero electrónico jubilado de 73 años, también reconoció haber incinerado el cadáver de uno de ellos, que murió a los tres días de nacer, en la caldera del sistema de calefacción de su casa. El estado de salud y su inclinación a llorar eran los criterios por los cuales el violador austriaco Josef Fritzl escogió a tres de los seis hijos que tuvo con su hija para adoptarlos junto con su esposa.
Así lo afirmó hoy Leopold Etz, inspector jefe de la Oficina regional contra el Crimen de Baja Austria, en base a los primeros interrogatorios. Los otros tres, disfrutaron de una educación ejemplar, incluyendo instrucción musical y deportiva, los otros tres hermanos malvivieron en el calabozo de unos 60 metros cuadrados y 1,70 metros de altura.
LA HERENCIA NAZI DE FRITZL
Por Inés Buleczka*
Pulcro, obsesivo, diligente, el más conocido de los austriacos perversos, Adolf Hitler, tuvo bajo cautiverio durante casi una década a millones de seres humanos en condiciones infrahumanas. Armó una estructura de ocultamiento casi perfecta, que pudo llevar a cabo sólo con la complicidad, el silencio y el desprecio por el prójimo que ejercieron millones de sus compatriotas.
A pocos días de descubierto el caso más aberrante de incesto y tortura de la historia, que ha roto todos los cánones de la perversión hasta la fecha, el diario Der Standard lanzó esta duda: "Todo el país debe preguntarse qué está haciendo mal".
Josef Fritzl, un hombre correcto, sonriente, tuvo secuestrada a su hija por espacio de 24 años en el sótano de su casa. La amenazaba con que si gritaba o intentaba escaparse la mataría con gas. La violó reiteradas veces, y de esas violaciones nacieron sus hijos. Uno de ellos enfermó de bebé y Josef lo incineró en el horno de la caldera del sistema de calefacción de su casa.
Durante todos estos años, Fritzl utilizó métodos de tortura y muerte que nos retrotraen directamente al nazismo: horno, gas, secuestro, ocultamiento, silencio, violación y selección racial -los bebés más fuertes, quienes se quejaban y lloraban, fueron salvados y llevados a la superficie, donde se criaron.
Pero volvamos a la pregunta del diario Der Standard: “Todo el país debe preguntarse que está haciendo mal”
¿Podrán acaso los millones de austriacos hacerse esta pregunta, cuando aún no han indagado a fondo en su negra historia de los años de la Segunda Guerra Mundial? ¿Podrán preguntarse, acaso, algo con sinceridad, cuando después de la Shoá (Holocausto) murieron asesinados y quemados seis millones de judíos, un millón y medio de gitanos, cientos de miles de homosexuales y discapacitados físicos y mentales, y otros millones de opositores al régimen nazi, cuando sólo fueron llevados a juicio y castigados algunos pocos?
Austria, madre patria de Hitler, una sociedad culta en términos de conocimiento científico y refinamiento en el arte, que le abrió las puertas a la invasión y la anexión alemana e impregnó de nazismo todas las estructuras de su sociedad, ostenta escasa literatura y obras de arte que den testimonio de su actuación durante la aberración más ignominiosa de la historia de la humanidad. Es más, si el ex secretario general de las Naciones Unidas entre 1971 y 1981 y por entonces candidato a presidente Kurt Waldheim no hubiera sido denunciado por un semanario político en plena campaña electoral en 1986, con seguridad hubiese llegado a la presidencia de este país. Limpito estaba su currículum, salvo por un detalle que había quedado oculto en el sótano de su conciencia: Waldheim tenía un pasado como miembro de la Wehrmacht (el ejército alemán) en calidad de oficial de enlace, y habría estado involucrado en masacres y ejecuciones masivas de prisioneros yugoslavos. El ex oficial había omitido de su hoja de vida su pasado nacionalsocialista. Así fue como casi se cuela este nazi militante y ex SS hacia la presidencia de Austria.
Con Fritzl tenemos una nueva versión del espanto, que pareciera contener muchos de los ingredientes heredados de la moral de los tiempos de la muerte en masa: silencio, complicidad, perversión sin límites, poder absoluto sobre el prójimo.
No hay dudas de que esta sociedad, tan pulcra y ordenada, esconde debajo de su sótano cultural monstruosidades y culpas dignas de un film de terror. Sólo respondiendo a preguntas más antiguas podrán meterse a fondo con un presente que vuelve a indicarnos que lo reprimido, tal como nos enseñó Freud y nos lo ha mostrado Fritzl, retorna siempre como síntoma.
Este padre incestuoso, educado en la universidad, quien nos ha mostrado con crudeza el unheimlich (siniestro, ominoso) de lo humano, es, sin dudas, un arquetipo individual, cuya estructura habrá que buscarla no sólo en su historia personal, sino en la de una sociedad que sigue olcultando, patológicamente, su oscuro pasado, tal como nos advierte el psicoanálisis.
* Lic. en Psicología; Psicoanalista; Directora de Cultura de Tzavta.
Por Inés Buleczka*
Pulcro, obsesivo, diligente, el más conocido de los austriacos perversos, Adolf Hitler, tuvo bajo cautiverio durante casi una década a millones de seres humanos en condiciones infrahumanas. Armó una estructura de ocultamiento casi perfecta, que pudo llevar a cabo sólo con la complicidad, el silencio y el desprecio por el prójimo que ejercieron millones de sus compatriotas.
A pocos días de descubierto el caso más aberrante de incesto y tortura de la historia, que ha roto todos los cánones de la perversión hasta la fecha, el diario Der Standard lanzó esta duda: "Todo el país debe preguntarse qué está haciendo mal".
Josef Fritzl, un hombre correcto, sonriente, tuvo secuestrada a su hija por espacio de 24 años en el sótano de su casa. La amenazaba con que si gritaba o intentaba escaparse la mataría con gas. La violó reiteradas veces, y de esas violaciones nacieron sus hijos. Uno de ellos enfermó de bebé y Josef lo incineró en el horno de la caldera del sistema de calefacción de su casa.
Durante todos estos años, Fritzl utilizó métodos de tortura y muerte que nos retrotraen directamente al nazismo: horno, gas, secuestro, ocultamiento, silencio, violación y selección racial -los bebés más fuertes, quienes se quejaban y lloraban, fueron salvados y llevados a la superficie, donde se criaron.
Pero volvamos a la pregunta del diario Der Standard: “Todo el país debe preguntarse que está haciendo mal”
¿Podrán acaso los millones de austriacos hacerse esta pregunta, cuando aún no han indagado a fondo en su negra historia de los años de la Segunda Guerra Mundial? ¿Podrán preguntarse, acaso, algo con sinceridad, cuando después de la Shoá (Holocausto) murieron asesinados y quemados seis millones de judíos, un millón y medio de gitanos, cientos de miles de homosexuales y discapacitados físicos y mentales, y otros millones de opositores al régimen nazi, cuando sólo fueron llevados a juicio y castigados algunos pocos?
Austria, madre patria de Hitler, una sociedad culta en términos de conocimiento científico y refinamiento en el arte, que le abrió las puertas a la invasión y la anexión alemana e impregnó de nazismo todas las estructuras de su sociedad, ostenta escasa literatura y obras de arte que den testimonio de su actuación durante la aberración más ignominiosa de la historia de la humanidad. Es más, si el ex secretario general de las Naciones Unidas entre 1971 y 1981 y por entonces candidato a presidente Kurt Waldheim no hubiera sido denunciado por un semanario político en plena campaña electoral en 1986, con seguridad hubiese llegado a la presidencia de este país. Limpito estaba su currículum, salvo por un detalle que había quedado oculto en el sótano de su conciencia: Waldheim tenía un pasado como miembro de la Wehrmacht (el ejército alemán) en calidad de oficial de enlace, y habría estado involucrado en masacres y ejecuciones masivas de prisioneros yugoslavos. El ex oficial había omitido de su hoja de vida su pasado nacionalsocialista. Así fue como casi se cuela este nazi militante y ex SS hacia la presidencia de Austria.
Con Fritzl tenemos una nueva versión del espanto, que pareciera contener muchos de los ingredientes heredados de la moral de los tiempos de la muerte en masa: silencio, complicidad, perversión sin límites, poder absoluto sobre el prójimo.
No hay dudas de que esta sociedad, tan pulcra y ordenada, esconde debajo de su sótano cultural monstruosidades y culpas dignas de un film de terror. Sólo respondiendo a preguntas más antiguas podrán meterse a fondo con un presente que vuelve a indicarnos que lo reprimido, tal como nos enseñó Freud y nos lo ha mostrado Fritzl, retorna siempre como síntoma.
Este padre incestuoso, educado en la universidad, quien nos ha mostrado con crudeza el unheimlich (siniestro, ominoso) de lo humano, es, sin dudas, un arquetipo individual, cuya estructura habrá que buscarla no sólo en su historia personal, sino en la de una sociedad que sigue olcultando, patológicamente, su oscuro pasado, tal como nos advierte el psicoanálisis.
* Lic. en Psicología; Psicoanalista; Directora de Cultura de Tzavta.