IMPERDIBLE NOTA

EL FESTIN DE LA IMPUNIDAD
por SANTIAGO KOVADLOFF (LN - 14/09/08)
Se cuenta que, tras el estallido de la bomba atómica en Hiroshima, un grupo de físicos japoneses se congratuló con los colegas norteamericanos responsables por su invención. La bomba, afirmaron, representaba un extraordinario avance científico-tecnológico. Viene a cuento la evocación de aquel siniestro episodio porque en estos días abundaron las declaraciones de empresarios argentinos que celebraron con indisimulado entusiasmo la reanudación sin restricciones de las relaciones comerciales con Irán. Con ello, manifestaron, vuelven a prosperar las exportaciones argentinas afectadas desde hace tiempo por el congelamiento impuesto por Néstor Kirchner al intercambio entre ambos países. El entonces presidente de la Nación respaldó, como se recordará, la investigación judicial sobre el atentado a la AMIA y el pedido de captura, por parte de la justicia argentina, de varios iraníes sospechosos que, en aquel momento, se desempeñaban como funcionarios de la embajada de su país en el nuestro. Con tal contundencia se manifestó al respecto Néstor Kirchner que, en el año 2007, no vaciló en expresar su repugnancia frente al hecho de que "muchos argentinos quisieron que privilegiemos los intercambios comerciales y no encontrar la verdad sobre quienes cometieron hechos aberrantes aquí en la Patria." Pues bien, hoy, en el gobierno que da continuidad familiar al suyo, esa indignación se ha evaporado. El caso AMIA sigue envuelto en la bruma de la dilación y el encubrimiento pero las relaciones comerciales de la Argentina con Irán han reconquistado la prosperidad perdida. Y ello para júbilo de los empresarios argentinos en quienes la conciencia moral se reduce al espesor del bolsillo y que creen en la justicia mientras no afecte sus negocios. Gente así no sólo proliferó en la Alemania nazi. Aquí los tuvimos también durante los años del Proceso y los tenemos hoy, cebados como bien se ve, por un Gobierno que, no obstante, asegura haber encontrado, en la bandera de los derechos humanos, su propia bandera. La reanudación irrestricta de las relaciones comerciales con Irán vuelve a proyectar sobre el Estado la sombra de una dramática perplejidad pública. Las vidas perdidas en aquel día pavoroso del año 1994 vuelven a ser negociadas como lo fueron cuando se las condenó a morir. Y los asesinos que decidieron aquel crimen pueden verificar, una vez más, que la Argentina sigue siendo un país donde la integridad tiene precio y donde las vidas de sus ciudadanos son una mercancía. Es así como el poroto de soja importa hoy más que los muertos sembrados por el terrorismo. Si la conducta de los empresarios argentinos involucrados en este festín de la impunidad es detestable, más aún lo es la del Estado que permite tanta vileza. Esta profunda contradicción entre los hechos y las palabras por parte del Gobierno suma inseguridad a la inseguridad reinante. Prueba que el delito, cualquier delito, puede perder significación si así lo exigen los intereses del momento. Una vez más la Argentina se perfila ante el mundo y ante su propia ciudadanía como un país imprevisible y, con ello, vuelve a generar desconfianza, confusión y desaliento. El pragmatismo cínico no conoce límites éticos. Lo demuestran las actuales circunstancias. Y si la verdad se reduce a lo que exigen los buenos negocios, habrá que entender que las demandas de la justicia están fuera de la realidad, ecuación que retrata, acabadamente, el espíritu progresista del Gobierno de turno.