
Historia del FORVERTS de New York
La historia de la llegada de los judíos al continente americano, al Nuevo Mundo, tiene su expresión más completa y antigua en aquellos que llegaron a las primeras colonias inglesas en América del Norte. Cuando llegaron lo hicieron abiertamente como judíos, sin necesidad de ocultar su identidad.
El territorio del inmenso imperio colonial español y también el de Portugal prohibían no solo la presencia de judíos sino también la de sus descendientes. Por muy católico que se fuese, se debía presentar un certificado que demostrase la pureza de sangre, libre de ascendencia judía so pena de ser aprisionado y llevado ante los tribunales de la Inquisición.
Los primeros en llegar, fueron los sefardíes, que lo hicieron en diversas regiones, luego llegaron judíos provenientes del centro de Europa. Los judíos que provenían del Imperio de los Habsburgo, en aquel año no existía el Estado Alemán, cuando estalló la guerra contra Napoleón, retornaron a Europa para luchar contra él. En 1848, cuanto estallaron las Revoluciones Burguesas fue bastante numerosa la emigración de judíos de origen germánico a los Estados Unidos, hasta que finalmente llegaron en masa y en grupos muy numerosos los judíos que escapaban de los pogroms y la miseria del Imperio Zarista. Esos inmigrantes a quienes la Estatua de la Libertad les daba la bienvenida con las sentidas estrofas del soneto de Emma Lazarus, solo traían las ilusiones de poder tener una vida más serena, progresar y vivir sin miedo a los ataques que sobrevenían con los pogroms.
Casi todos se expresaban en idish, muchos eran judíos ortodoxos, y otros anarquistas, socialistas, bundistas, sionistas etc. Con la vitalidad que los caracterizó crearon negocios, inventaron nuevas formas de expresión, lo intentaron todo, y mantuvieron una cultura idish que expresaron en libros, obras de teatro, revistas y diarios y uno de ellos, el más antiguo que todavía subsiste y que ha cumplido 110 años el año pasado: el Forward
En 1897, cuando fue fundado el Forward fue un año de apertura, era una época de cambios en América y en casi todas partes. Especialmente para los judíos, este era el año en que el siglo XX estaba asomando. Era el momento del nacimiento en que los valores milenarios estaban comenzando a transformar la historia. Era el tiempo perfecto para la llegada de un nuevo diario para la escena y el escenario de los cataclismos que llegarían y que relatarían las crónicas.
En agosto de 1897, en Basilea, Suiza, Teodoro Herzl había convocado la realización de un Congreso de la Organización Sionista Mundial , el primer paso hacia el renacimiento de un Estado Judío. Un año antes, Herzl había electrizado al mundo judío con su visionario ensayo “El Estado Judío.” Ahora estaba trabajando para convertirlo en una realidad. En abril de 1897, cuando Herzl estaba planeando su congreso, estalló una guerra en el Medio Oriente entre Grecia y Turquía. Herzl pasó gran parte de su tiempo en la primavera y el verano tratando de lograr un acuerdo con Turquía, el poder dominante en Tierra Santa: los derechos judíos en Palestina a cambio de una promesa de ayuda de los judíos de Occidente para esta guerra. El sultán no le prestó atención. Pero el juego diplomático llevado a cabo por Herzl solo estaba comenzando.
En octubre de 1897, en Vilna, Lituania, los delegados de las asociaciones de trabajadores judíos de la Rusia zarista y de Polonia, se habían reunido secretamente para la conferencia donde se fundaría el partido laborista judío, el BUND, el primer partido socialista de masas en Rusia. El Bund a su vez, realizó una conferencia en el siguiente mes de mayo en Minsk, donde fue fundado el partido Social Demócrata de la Federación Rusa , el mismo partido que luego expulsaría al Bund y a sus aliados demócratas cambiando su nombre por el de Partido Comunista
Para los cinco millones de judíos rusos, el Sionismo y el Socialismo eran vistos como respuestas utópicas a una crisis muy inmediata. Habían estado sujetos desde 1881 a permanentes persecuciones y actos repetidos de violencia por parte de la chusma bajo el tiránico reinado del Zar Alejandro III. Miles huyeron a América. En 1896, el inútil hijo de Alejandro, Nicolás II fue coronado zar, y la corriente se transformó en torrente. En solo un año emigraron 33.000 personas. Para 1897, mas de medio millón de judíos rusos habían llegado a América. La inmigración cambió la cara del judaísmo norteamericano, que había crecido en menos de dos década, de una opulenta y bien integrada comunidad de 250.000 personas a casi de un millón de recién llegados de habla idish y de extrema pobreza.
La vida que hallaron no era simple.
En abril de 1897, cuando el Forward hizo su aparición en las calles de Nueva York, Estados Unidos estaba saliendo del cuarto año de depresión económica, marcado por el malestar generado por la violencia ejercida sobre los trabajadores y la corrupción desenfrenada en los negocios. Un mes antes, en marzo, el republicano William McKinley había comenzado su período presidencial luego de haber ganado unas elecciones que habían sido muy duramente peleadas contra el populismo radical de William Jennings Bryan, un demócrata de las praderas. Bryan había electrizado a la nación con su osado mensaje sobre la economía - “Ustedes no crucificarán a la humanidad sobre una cruz de oro.” – pero el republicano le ganó por 20 votos a uno.
La derrota de Bryan y el triunfo conservador provocó una ola de malestar en los sectores radicalizados. Estallaron las huelgas en todo el país, desde las minas de carbón a las fábricas de camisas y los ferrocarriles. En diciembre, la Federación de Trabajadores de América se dividió – por primera, pero no última vez – cuando los mineros del Este se separaron uniéndose al tímido AFL.
La prensa diaria luchó para mantener la agitación a su alrededor. Adolph Ochs, un judío alemán de Tennessee, había comprado el New York Times en 1896 y prometía elevar su nivel como diario mundano, con clase, sobrio, objetivo y cuidadoso, dedicado al quehacer e información de los ciudadanos lectores del mundo. En febrero de 1897, Ochs definió su trayectoria futura con el lema, colocado en el borde superior de la primera plana “todas las noticias que merecen ser impresas”. En la vereda opuesta, “El Mundo de Nueva York” de Joseph Pulitzer y “El Diario de Nueva York” de William Randolph Hearst estaban en un camino diferente. Se involucraron hasta el fondo en una carrera donde competían el uno con el otro para sacarse ventaja con un nuevo periodismo sensacionalista y escandaloso donde los temas eran el sexo y el crimen.
En enero de 1897, cuando su rivalidad alcanzó el punto más alto, la prensa snob de Nueva York se burló de esas páginas escandalosas de inflamado estilo, inventando un nuevo término, “prensa amarilla”. Pero mientras los otros la despreciaban, la prensa amarilla estaba estableciendo la agenda nacional. Habían tomado partido por la causa de la independencia de Cuba, llamando implacablemente a la guerra contra España para otorgar la democracia norteamericana a los latinoamericanos.
Para 1898 ellos tuvieron su guerra, y Estados Unidos su primer imperio. Este era el mundo al que entró Forward el 22 de abril de 1897. Las historias que encabezaban la primera plana contenían indirectamente los temas del siglo: un reportaje desde el frente en la Guerra de Medio Oriente; un relato sobre el malestar de los cubanos – encabezado “Bravo Cubans” – más historias de las huelgas que continuaban a todo vapor en Nueva York, una huelga de lecheros en Buenos Aires y una crónica sobre la corrupción sobre la casi nueva administración de McKinley. Desde sus inicios, el Forward fue un diario que se ocupaba de los temas estadounidenses y mundiales. A diferencia de otros periódicos de inmigrantes, no intentó simplemente conformar a sus lectores con sus modos familiares, contándoles los chismes del gueto. Más bien, aspiró a permitirles conocer el mundo en el que se hallaban y tampoco nunca deseó ser un diario selecto para selectos lectores. Esto significa que desde el principio quiso ser una voz del pueblo. Ese fue su secreto: hablaba el lenguaje de sus lectores de la clase trabajadora, en un lenguaje sencillo que pudieran comprender fácilmente, nunca por encima de ellos y nunca por debajo. Para 1925 era uno de los diarios de mayor circulación en los Estados Unidos y hay quienes dicen que el más querido.
El Forward verdadero no surgió completo cuando irrumpió en la escena en abril de 1897. Fue una tarea progresiva, desarrollándose en el tiempo hasta encontrar su propia voz. Reclamó en 1898 contra los “patrones capitalistas” y la explotación en sus fábricas. Lloró en 1903 por las víctimas de los pogroms. Aconsejó, mirando hacia los inmigrantes en 1918 que escaparon de los guetos. Colaboró con los pioneros sionistas que estaban reconstruyendo el Hogar Nacional Judío en 1925. Se alineó en 1935 detrás de Roosvelt y su New Deal. Advirtió en 1940 sobre la tormenta que se cernía sobre Europa. Década por década adaptó su mensaje y su tono a medida que iba cambiando el mundo de sus lectores.
Otros diarios buscaron aumentar sus lectores atrayéndolos hacia ellos; el Forward, en un modo casi único, fue hacia sus lectores y compartió sus vidas, y su nombre se convirtió en una leyenda. El destino del Forward fue demasiado único. Entre 1940 y 1945, la máquina de guerra del nazismo alemán exterminó sistemáticamente a los hablantes judíos de idish de Europa Oriental, el corazón palpitante del judaísmo mundial. Como ya se había señalado, el Forward se hallaba entre los primeros que advirtieron sobre la amenaza nazi, y cuando se desencadenó la tragedia, el Forward contó absolutamente todo, sin dudarlo. Solo más tarde, y luego de cierto tiempo el Forward pudo comprender todo el significado de la tragedia y cuanto de ella le afectaba también directamente. Los nazis no solo habían asesinado seis millones de judíos, ellos habían destruido las raíces de una civilización, los más de mil años de una cultura que se expresaban en el idish del judaísmo de Europa Oriental. El mundo judío perdió su corazón; el Forward perdió sus futuros lectores.
La historia de la llegada de los judíos al continente americano, al Nuevo Mundo, tiene su expresión más completa y antigua en aquellos que llegaron a las primeras colonias inglesas en América del Norte. Cuando llegaron lo hicieron abiertamente como judíos, sin necesidad de ocultar su identidad.
El territorio del inmenso imperio colonial español y también el de Portugal prohibían no solo la presencia de judíos sino también la de sus descendientes. Por muy católico que se fuese, se debía presentar un certificado que demostrase la pureza de sangre, libre de ascendencia judía so pena de ser aprisionado y llevado ante los tribunales de la Inquisición.
Los primeros en llegar, fueron los sefardíes, que lo hicieron en diversas regiones, luego llegaron judíos provenientes del centro de Europa. Los judíos que provenían del Imperio de los Habsburgo, en aquel año no existía el Estado Alemán, cuando estalló la guerra contra Napoleón, retornaron a Europa para luchar contra él. En 1848, cuanto estallaron las Revoluciones Burguesas fue bastante numerosa la emigración de judíos de origen germánico a los Estados Unidos, hasta que finalmente llegaron en masa y en grupos muy numerosos los judíos que escapaban de los pogroms y la miseria del Imperio Zarista. Esos inmigrantes a quienes la Estatua de la Libertad les daba la bienvenida con las sentidas estrofas del soneto de Emma Lazarus, solo traían las ilusiones de poder tener una vida más serena, progresar y vivir sin miedo a los ataques que sobrevenían con los pogroms.
Casi todos se expresaban en idish, muchos eran judíos ortodoxos, y otros anarquistas, socialistas, bundistas, sionistas etc. Con la vitalidad que los caracterizó crearon negocios, inventaron nuevas formas de expresión, lo intentaron todo, y mantuvieron una cultura idish que expresaron en libros, obras de teatro, revistas y diarios y uno de ellos, el más antiguo que todavía subsiste y que ha cumplido 110 años el año pasado: el Forward
En 1897, cuando fue fundado el Forward fue un año de apertura, era una época de cambios en América y en casi todas partes. Especialmente para los judíos, este era el año en que el siglo XX estaba asomando. Era el momento del nacimiento en que los valores milenarios estaban comenzando a transformar la historia. Era el tiempo perfecto para la llegada de un nuevo diario para la escena y el escenario de los cataclismos que llegarían y que relatarían las crónicas.
En agosto de 1897, en Basilea, Suiza, Teodoro Herzl había convocado la realización de un Congreso de la Organización Sionista Mundial , el primer paso hacia el renacimiento de un Estado Judío. Un año antes, Herzl había electrizado al mundo judío con su visionario ensayo “El Estado Judío.” Ahora estaba trabajando para convertirlo en una realidad. En abril de 1897, cuando Herzl estaba planeando su congreso, estalló una guerra en el Medio Oriente entre Grecia y Turquía. Herzl pasó gran parte de su tiempo en la primavera y el verano tratando de lograr un acuerdo con Turquía, el poder dominante en Tierra Santa: los derechos judíos en Palestina a cambio de una promesa de ayuda de los judíos de Occidente para esta guerra. El sultán no le prestó atención. Pero el juego diplomático llevado a cabo por Herzl solo estaba comenzando.
En octubre de 1897, en Vilna, Lituania, los delegados de las asociaciones de trabajadores judíos de la Rusia zarista y de Polonia, se habían reunido secretamente para la conferencia donde se fundaría el partido laborista judío, el BUND, el primer partido socialista de masas en Rusia. El Bund a su vez, realizó una conferencia en el siguiente mes de mayo en Minsk, donde fue fundado el partido Social Demócrata de la Federación Rusa , el mismo partido que luego expulsaría al Bund y a sus aliados demócratas cambiando su nombre por el de Partido Comunista
Para los cinco millones de judíos rusos, el Sionismo y el Socialismo eran vistos como respuestas utópicas a una crisis muy inmediata. Habían estado sujetos desde 1881 a permanentes persecuciones y actos repetidos de violencia por parte de la chusma bajo el tiránico reinado del Zar Alejandro III. Miles huyeron a América. En 1896, el inútil hijo de Alejandro, Nicolás II fue coronado zar, y la corriente se transformó en torrente. En solo un año emigraron 33.000 personas. Para 1897, mas de medio millón de judíos rusos habían llegado a América. La inmigración cambió la cara del judaísmo norteamericano, que había crecido en menos de dos década, de una opulenta y bien integrada comunidad de 250.000 personas a casi de un millón de recién llegados de habla idish y de extrema pobreza.
La vida que hallaron no era simple.
En abril de 1897, cuando el Forward hizo su aparición en las calles de Nueva York, Estados Unidos estaba saliendo del cuarto año de depresión económica, marcado por el malestar generado por la violencia ejercida sobre los trabajadores y la corrupción desenfrenada en los negocios. Un mes antes, en marzo, el republicano William McKinley había comenzado su período presidencial luego de haber ganado unas elecciones que habían sido muy duramente peleadas contra el populismo radical de William Jennings Bryan, un demócrata de las praderas. Bryan había electrizado a la nación con su osado mensaje sobre la economía - “Ustedes no crucificarán a la humanidad sobre una cruz de oro.” – pero el republicano le ganó por 20 votos a uno.
La derrota de Bryan y el triunfo conservador provocó una ola de malestar en los sectores radicalizados. Estallaron las huelgas en todo el país, desde las minas de carbón a las fábricas de camisas y los ferrocarriles. En diciembre, la Federación de Trabajadores de América se dividió – por primera, pero no última vez – cuando los mineros del Este se separaron uniéndose al tímido AFL.
La prensa diaria luchó para mantener la agitación a su alrededor. Adolph Ochs, un judío alemán de Tennessee, había comprado el New York Times en 1896 y prometía elevar su nivel como diario mundano, con clase, sobrio, objetivo y cuidadoso, dedicado al quehacer e información de los ciudadanos lectores del mundo. En febrero de 1897, Ochs definió su trayectoria futura con el lema, colocado en el borde superior de la primera plana “todas las noticias que merecen ser impresas”. En la vereda opuesta, “El Mundo de Nueva York” de Joseph Pulitzer y “El Diario de Nueva York” de William Randolph Hearst estaban en un camino diferente. Se involucraron hasta el fondo en una carrera donde competían el uno con el otro para sacarse ventaja con un nuevo periodismo sensacionalista y escandaloso donde los temas eran el sexo y el crimen.
En enero de 1897, cuando su rivalidad alcanzó el punto más alto, la prensa snob de Nueva York se burló de esas páginas escandalosas de inflamado estilo, inventando un nuevo término, “prensa amarilla”. Pero mientras los otros la despreciaban, la prensa amarilla estaba estableciendo la agenda nacional. Habían tomado partido por la causa de la independencia de Cuba, llamando implacablemente a la guerra contra España para otorgar la democracia norteamericana a los latinoamericanos.
Para 1898 ellos tuvieron su guerra, y Estados Unidos su primer imperio. Este era el mundo al que entró Forward el 22 de abril de 1897. Las historias que encabezaban la primera plana contenían indirectamente los temas del siglo: un reportaje desde el frente en la Guerra de Medio Oriente; un relato sobre el malestar de los cubanos – encabezado “Bravo Cubans” – más historias de las huelgas que continuaban a todo vapor en Nueva York, una huelga de lecheros en Buenos Aires y una crónica sobre la corrupción sobre la casi nueva administración de McKinley. Desde sus inicios, el Forward fue un diario que se ocupaba de los temas estadounidenses y mundiales. A diferencia de otros periódicos de inmigrantes, no intentó simplemente conformar a sus lectores con sus modos familiares, contándoles los chismes del gueto. Más bien, aspiró a permitirles conocer el mundo en el que se hallaban y tampoco nunca deseó ser un diario selecto para selectos lectores. Esto significa que desde el principio quiso ser una voz del pueblo. Ese fue su secreto: hablaba el lenguaje de sus lectores de la clase trabajadora, en un lenguaje sencillo que pudieran comprender fácilmente, nunca por encima de ellos y nunca por debajo. Para 1925 era uno de los diarios de mayor circulación en los Estados Unidos y hay quienes dicen que el más querido.
El Forward verdadero no surgió completo cuando irrumpió en la escena en abril de 1897. Fue una tarea progresiva, desarrollándose en el tiempo hasta encontrar su propia voz. Reclamó en 1898 contra los “patrones capitalistas” y la explotación en sus fábricas. Lloró en 1903 por las víctimas de los pogroms. Aconsejó, mirando hacia los inmigrantes en 1918 que escaparon de los guetos. Colaboró con los pioneros sionistas que estaban reconstruyendo el Hogar Nacional Judío en 1925. Se alineó en 1935 detrás de Roosvelt y su New Deal. Advirtió en 1940 sobre la tormenta que se cernía sobre Europa. Década por década adaptó su mensaje y su tono a medida que iba cambiando el mundo de sus lectores.
Otros diarios buscaron aumentar sus lectores atrayéndolos hacia ellos; el Forward, en un modo casi único, fue hacia sus lectores y compartió sus vidas, y su nombre se convirtió en una leyenda. El destino del Forward fue demasiado único. Entre 1940 y 1945, la máquina de guerra del nazismo alemán exterminó sistemáticamente a los hablantes judíos de idish de Europa Oriental, el corazón palpitante del judaísmo mundial. Como ya se había señalado, el Forward se hallaba entre los primeros que advirtieron sobre la amenaza nazi, y cuando se desencadenó la tragedia, el Forward contó absolutamente todo, sin dudarlo. Solo más tarde, y luego de cierto tiempo el Forward pudo comprender todo el significado de la tragedia y cuanto de ella le afectaba también directamente. Los nazis no solo habían asesinado seis millones de judíos, ellos habían destruido las raíces de una civilización, los más de mil años de una cultura que se expresaban en el idish del judaísmo de Europa Oriental. El mundo judío perdió su corazón; el Forward perdió sus futuros lectores.