
Un guión escalofriante
Cuando existe la posibilidad de que las cosas ya no ocurran lejos, el panorama ya puede ser diferente. Un relato que convendría tener en cuenta, ya que en teoría existen las bases para que pueda suceder.
El misil Grad cayó en plena calle en hora punta y por una vez, la mala suerte hizo que estallara al lado de un automóvil en el que viajaba un matrimonio. La conductora quedó malherida, su esposo lo pasó peor: falleció en la ambulancia que lo transportaba al hospital. Además cuatro otras personas resultaron heridas de consideración y otras ocho tuvieron que ser atendidas por el shock sufrido. Los daños fueron considerables: varios vehículos quedaron destruidos y dos tiendas próximas se veían prácticamente demolidas, pero otros negocios cercanos también sufrieron considerables desperfectos. Y no salieron bien paradas las viviendas a ambos lados de la vía pública: la policía estima que más de 30 pisos fueron afectadas por el impacto de la explosión.
En el capítulo positivo, afortunadamente no se registraron víctimas en un autobús de la línea 22 que llegaba a la estación de la esquina. Algunas esquirlas dieron con el vehículo y una de ellas reventó un neumático. Pero fuera del susto, los escasos pasajeros que viajaban resultaron indemnes. Aunque sea de lamentar, el hecho que haya cada vez menos gente en la calle resultó favorable. Como se sabe, la población prefiere ahora quedarse en casa o cerca de los refugios. Sale a la calle cuando no tiene otro remedio: para trabajar o comprar productos de primera necesidad.
La fuerza policial local no tardó en llegar, y poco después de la explosión aparecieron las ambulancias y una dotación de bomberos. El alcalde y el jefe de la policía hicieron declaraciones a los medios, y reiteraron su exigencia que el Gobierno adoptara enérgicas medidas para poner coto a los ataques terroristas Los responsables de tales hechos deberían ser castigados, y la impasibilidad oficial conducía a que se intensificasen los ataques indiscriminados. Eso debería cambiar: la ciudad los está sufriendo desde hace varios años, y es intolerable que la población viva en constante tensión, aguardando el espeluznante ulular de las sirenas. Es cierto que la mayor parte de los proyectiles caen en terrenos baldíos, pero los habitantes viven pendientes de los ataques misilísticos. Cuando suena la alarma saben que tienen apenas 30 segundos para buscar refugio, y en el caso presente el matrimonio afectado solamente pudo aparcar en un lugar libre: ni siquiera tuvo tiempo de apearse.
El Presidente no tardó en expresar la más enérgica repulsa del ataque. El ministro de Relaciones Exteriores se puso en contacto indirecto con su homónimo, y le formuló la más grave queja oficial. En frases cortantes y ya poco diplomáticas, le dijo que se hiciera algo para poner fin a los indiscriminados ataques. “Una vez más, le advierto sobre las posibles consecuencias de su proceder asesino. No podemos dejar que nos ataquen con impunidad”. No eran frases huecas: la población civil no podía seguir viviendo en semejantes condiciones. Las escuelas habían sido clausuradas, nadie transitaba por las calles, y los centros comerciales estaban vacíos. Al margen de la pérdida de vidas, la economía local estaba en quiebra. El Gobierno gastaba un dineral para crear refugios y blindar todos los establecimientos públicos. Pero no podía llegar al extremo de crear un refugio para cada familia.
Como siempre la respuesta fue la misma: “Hacemos lo que podemos para contener a esos extremistas. Pero siempre y cuando ustedes ocupen nuestra tierra, tendrán motivos para atacarlos. Bien se sabe que nosotros ansiamos la paz, pero no podemos tolerar la presencia de ajenos en nuestras tierras. Además, recuerden que han creado una valla con el resto de nuestro país que ya se conoce como el “Muro de la Vergüenza” para evitar infiltraciones. Ustedes conocen nuestra posición, pero no hacen nada para solucionar el problema”.
Una respuesta nada satisfactoria, pero no era otra cosa lo que se podía esperar. Al fin y al cabo, todas las naciones árabes que ahora ya son regímenes fundamentalistas y otros países que se autodenominan “progresistas y liberales” les apoyaban, y recurrir a la ONU nunca había dado resultado alguno. Las represalias contra los atacantes, que se escudan tras las población civil, siempre resultaron ser un tiro que salía por la culata, y en definitiva en lugar de víctimas los atacados se convertían en victimarios… Melilla había sido, una vez más bombardeada, y Madrid se enfrentaba con el mismo problema: o desalojar una ciudad que era española, o hacer frente a los ataques realizado bajo la tácita aprobación de un Gobierno marroquí extremista.
Como resulta evidente, lo arriba descrito es, por ahora, fruto de la imaginación de quien escribe estas líneas. Se trata de un guión que llevado al otro extremo del Mediterráneo se convertiría en una triste y lamentable realidad. Aquí se vive lo que allá es todavía es imaginario. Pero quedan vigentes algunas preguntas: ¿Acaso eso es imposible que ocurra? ¿Que un Gobierno extremista al estilo del Hamás se adueñe de Marruecos (desde luego, elegido en elecciones democráticas) y haga como si no puede contener a los extremistas fundamentalistas islámicos? Y ese caso hipotético, ¿que haría España? ¿Renunciar a Melilla, Ceuta y algunos islotes reivindicados por Marruecos? De ningún modo. Además, ello sería únicamente el prólogo. Se trata de algo que ya no es hipotético. Los extremistas musulmanes ya han dicho en forma clara y contundente que aspiran a recuperar Al Andalus… De modo que se puede suponer que Madrid decidiera tomar medidas extremas: emprender un ataque masivo contra las concentraciones de terroristas en los alrededores de Melilla, que estando como están diseminados en los poblados de la vecindad darían lugar a que mucha gente inocente perdiera la vida…
Esperamos que no suceda. No sería agradable encontrarse en semejante dilema. Lo sabemos por experiencia propia.
Moshé Yanai
Cuando existe la posibilidad de que las cosas ya no ocurran lejos, el panorama ya puede ser diferente. Un relato que convendría tener en cuenta, ya que en teoría existen las bases para que pueda suceder.
El misil Grad cayó en plena calle en hora punta y por una vez, la mala suerte hizo que estallara al lado de un automóvil en el que viajaba un matrimonio. La conductora quedó malherida, su esposo lo pasó peor: falleció en la ambulancia que lo transportaba al hospital. Además cuatro otras personas resultaron heridas de consideración y otras ocho tuvieron que ser atendidas por el shock sufrido. Los daños fueron considerables: varios vehículos quedaron destruidos y dos tiendas próximas se veían prácticamente demolidas, pero otros negocios cercanos también sufrieron considerables desperfectos. Y no salieron bien paradas las viviendas a ambos lados de la vía pública: la policía estima que más de 30 pisos fueron afectadas por el impacto de la explosión.
En el capítulo positivo, afortunadamente no se registraron víctimas en un autobús de la línea 22 que llegaba a la estación de la esquina. Algunas esquirlas dieron con el vehículo y una de ellas reventó un neumático. Pero fuera del susto, los escasos pasajeros que viajaban resultaron indemnes. Aunque sea de lamentar, el hecho que haya cada vez menos gente en la calle resultó favorable. Como se sabe, la población prefiere ahora quedarse en casa o cerca de los refugios. Sale a la calle cuando no tiene otro remedio: para trabajar o comprar productos de primera necesidad.
La fuerza policial local no tardó en llegar, y poco después de la explosión aparecieron las ambulancias y una dotación de bomberos. El alcalde y el jefe de la policía hicieron declaraciones a los medios, y reiteraron su exigencia que el Gobierno adoptara enérgicas medidas para poner coto a los ataques terroristas Los responsables de tales hechos deberían ser castigados, y la impasibilidad oficial conducía a que se intensificasen los ataques indiscriminados. Eso debería cambiar: la ciudad los está sufriendo desde hace varios años, y es intolerable que la población viva en constante tensión, aguardando el espeluznante ulular de las sirenas. Es cierto que la mayor parte de los proyectiles caen en terrenos baldíos, pero los habitantes viven pendientes de los ataques misilísticos. Cuando suena la alarma saben que tienen apenas 30 segundos para buscar refugio, y en el caso presente el matrimonio afectado solamente pudo aparcar en un lugar libre: ni siquiera tuvo tiempo de apearse.
El Presidente no tardó en expresar la más enérgica repulsa del ataque. El ministro de Relaciones Exteriores se puso en contacto indirecto con su homónimo, y le formuló la más grave queja oficial. En frases cortantes y ya poco diplomáticas, le dijo que se hiciera algo para poner fin a los indiscriminados ataques. “Una vez más, le advierto sobre las posibles consecuencias de su proceder asesino. No podemos dejar que nos ataquen con impunidad”. No eran frases huecas: la población civil no podía seguir viviendo en semejantes condiciones. Las escuelas habían sido clausuradas, nadie transitaba por las calles, y los centros comerciales estaban vacíos. Al margen de la pérdida de vidas, la economía local estaba en quiebra. El Gobierno gastaba un dineral para crear refugios y blindar todos los establecimientos públicos. Pero no podía llegar al extremo de crear un refugio para cada familia.
Como siempre la respuesta fue la misma: “Hacemos lo que podemos para contener a esos extremistas. Pero siempre y cuando ustedes ocupen nuestra tierra, tendrán motivos para atacarlos. Bien se sabe que nosotros ansiamos la paz, pero no podemos tolerar la presencia de ajenos en nuestras tierras. Además, recuerden que han creado una valla con el resto de nuestro país que ya se conoce como el “Muro de la Vergüenza” para evitar infiltraciones. Ustedes conocen nuestra posición, pero no hacen nada para solucionar el problema”.
Una respuesta nada satisfactoria, pero no era otra cosa lo que se podía esperar. Al fin y al cabo, todas las naciones árabes que ahora ya son regímenes fundamentalistas y otros países que se autodenominan “progresistas y liberales” les apoyaban, y recurrir a la ONU nunca había dado resultado alguno. Las represalias contra los atacantes, que se escudan tras las población civil, siempre resultaron ser un tiro que salía por la culata, y en definitiva en lugar de víctimas los atacados se convertían en victimarios… Melilla había sido, una vez más bombardeada, y Madrid se enfrentaba con el mismo problema: o desalojar una ciudad que era española, o hacer frente a los ataques realizado bajo la tácita aprobación de un Gobierno marroquí extremista.
Como resulta evidente, lo arriba descrito es, por ahora, fruto de la imaginación de quien escribe estas líneas. Se trata de un guión que llevado al otro extremo del Mediterráneo se convertiría en una triste y lamentable realidad. Aquí se vive lo que allá es todavía es imaginario. Pero quedan vigentes algunas preguntas: ¿Acaso eso es imposible que ocurra? ¿Que un Gobierno extremista al estilo del Hamás se adueñe de Marruecos (desde luego, elegido en elecciones democráticas) y haga como si no puede contener a los extremistas fundamentalistas islámicos? Y ese caso hipotético, ¿que haría España? ¿Renunciar a Melilla, Ceuta y algunos islotes reivindicados por Marruecos? De ningún modo. Además, ello sería únicamente el prólogo. Se trata de algo que ya no es hipotético. Los extremistas musulmanes ya han dicho en forma clara y contundente que aspiran a recuperar Al Andalus… De modo que se puede suponer que Madrid decidiera tomar medidas extremas: emprender un ataque masivo contra las concentraciones de terroristas en los alrededores de Melilla, que estando como están diseminados en los poblados de la vecindad darían lugar a que mucha gente inocente perdiera la vida…
Esperamos que no suceda. No sería agradable encontrarse en semejante dilema. Lo sabemos por experiencia propia.
Moshé Yanai