SOBRE JABAD EN LA INDIA


Las armas de la Torá y la Fe
Martha Wolff


Estaba paseando por Katmandú, Nepal, un viernes al anochecer como parte de un viaje de turismo que hice también a la India. Mi deambular me hacía detenerme en sus hacinados negocios de baratijas, alfombras de Cachemira, ropas de seda, telas bordadas, mercadería de metal y de cuero, dioses de madera y piedra, dragones, símbolos, puestos de comidas típicas y restaurantes en sus sinuosas calles. El dejarme llevar por esas calles era observar su movimiento comercial y político reflejado en posters y en carteles pegados. La guerrilla invitaba a una huelga general para los próximos días. Conflictos estudiantiles, prisión de algunos de ellos, amenaza roja en la región anunciaban un clima político hostil en medio de la zona comercial.

Caminar por esas calles era como haber estado viendo una película de barrios chinos alumbrados por faroles de papel multicolor. La costumbre de mirar para descubrir el entorno, esa vez por algún raro anuncio, me hizo mirar para arriba y leer un cartel que decía Jabad Lubavitch. No lo podía creer, primero porque ya comenzaba el Shabat y segundo porque en medio de esa ciudad no imaginé encontrarme con ese grupo religioso. Como estaba con una amiga que no era judía, le pedí que me esperara y entré a ese edificio. No había luz, las paredes estaban descascaradas, sólo había una escalera y en cada frente del descanso había una indicación que Jabad estaba en el 3º piso. Tenía miedo de seguir por la oscuridad, pero mi curiosidad pudo más que mi temor. Hasta que llegué, la puerta estaba entreabierta y por la luz que se filtraba pude ver a un ortodoxo, con tales y kipá lavándose las manos. Golpeé, me invitó a pasear, nos deseamos Shabat Shalom, le expliqué de dónde era, que estaba con una amiga gentil, me dijo que la buscara, que ambas estábamos invitadas a participar de esa celebración.

Ese Shabat en Katmandú fue hermoso y también educativo para mí, porque me enseñó el trabajo de solidaridad que los Lubavitch hacen en los lugares más insólitos, recónditos y peligrosos del mundo, para abrir la Casa de los Judios recibiendo a estudiantes, turistas, israelíes que después de hacer la Tzavá, (el ejercito) viajan por el mundo. Una especie de hogar judío en la Diáspora.

Les ofrecen desde techo a comida, allí tocan guitarra, cantan, descansan y encuentran un hogar judío para todo. Me invitaron para el día siguiente a comer scholent, pero tenía reservada una excursión al Himalaya.

Este relato es para demostrar con el buen fin con el que trabajan estos ortodoxos en esos países y de puertas abiertas, hasta que sucedió lo de Bombay, lugar elegido para atacar ese Beit Jabad llamada Nariman House, donde las únicas armas que tenían eran la Torá y la Fe.

Fueron asesinados un rabino y su esposa junto a siete israelíes más, y su hijo sobrevivió porque una empleada doméstica hindú que lo cuidaba lo rescató huyendo con él. Así salvado del tsunami del terrorismo, quizá ese niño elegido se convierta en el futuro en un nuevo Moisés para salvar al mundo de la esclavitud del odio racial.