
El hombre que habla yiddish
Pilar Rahola
lavanguardia.es
El apoyo de Powell no resulta crucial para Obama, pero es significativo del magnetismo del candidato
Men kent reden yiddish", le espetó a un sorprendido Yitzhak Shamir, en su primera visita a Jerusalén. Era negro, nacido en Jamaica, de padres originarios de Harlem, y criado en el Bronx. ¿Cómo sabía, pues, ese hombre de maneras educadas, antiguo estudiante de geología, actual presidente del Estado mayor conjunto que acababa de ganar la primera guerra del Golfo, y general del ejército norteamericano, la lengua proveniente del alto alemán medio, que hablaban los judíos asquenazí? Nacido de la mezcla del alemán, arameo, hebreo y palabras eslavas, y hablado desde el siglo X, el yiddish vivió su máximo esplendor con la literatura de Jaim Grade y de Isaac Bashevis Singer, el único premio Nobel en este idioma. Después, el holocausto asesinaría a millones de judíos centroeuropeos, y con ellos, prácticamente desaparecería su legado cultural, incluyendo un idioma que, antes de la Shoá, hablaban 13 millones de personas. Sin embargo, ahí estaba Colin Powell, asegurando a un sorprendido primer ministro de Israel que él podía hablar yiddish. Lo había aprendido en el Bronx de los años 50, trabajando en la tienda Todo para el bebé de la familia Sicker, una de las centenares de familias judías que vivían en el Bronx de aquella época. Su intensa biografía, recogida en el interesante My American journey, y salpicada de esfuerzo personal, sólida carrera militar y notables éxitos profesionales, culminaría en el 2001 con su nominación como secretario de Estado por parte de George W. Bush. A pesar de formar parte de la agresiva administración Bush, y de ser la voz de muchos de sus errores - entre ellos, su famoso discurso ante el Consejo de Seguridad asegurando que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva-, Colin Powell se enfrentó duramente a la posibilidad de la guerra, y ello le valió la enemistad de Dick Cheney y el apelativo de paloma. Es, sin duda, el hombre de la era Bush menos contaminado por su mala imagen, y, a pesar del hundimiento de toda la casta de políticos que han acompañado a Bush en su declive, mantiene alto su prestigio.
Este sorprendente hombre, estrechamente ligado a los republicanos, acaba de anunciar su apoyo entusiasta por Barack Obama. Es decir, cuando parecía fuera de la escena política, Colin Powell vuelve a sorprender a propios y a extraños. Algo parecido a lo que ha ocurrido con el senador demócrata Joe Lieberman, pero en sentido contrario y con menos sorpresa. Sin duda, el apoyo de Colin Powell no resulta crucial para un Barack Obama imparable hacia el éxito, pero es muy significativo del poder magnético del candidato demócrata. Como si fuera un goteo incansable, uno a uno de los grandes nombres propios de la sociedad civil americana va saliendo del armario de la opacidad, y expresando su apoyo al senador de Illinois. En el caso de Powell, su explicación ha sido sencilla: no soporta "el giro hacia la derecha extrema de sus antiguos compañeros políticos".
Probablemente la candidatura de Sarah Palin ha sido la gota final para un defensor de los derechos civiles como Powell. Como lo ha sido también para muchos. Pero el gran éxito del candidato Obama no es tanto su ideología, que se mantiene en una calculada ambigüedad centrista, y que nunca hubiera atraído, por sí sola, tanta simpatía pública, como la ilusión de cambio que ha creado. Obama es oscilante en muchas materias políticas claves, y ahí están sus votos en el Senado para certificarlo. Pero más allá de la posición ideológica - más progresista que McCain, menos que Hillary-, Obama es el anuncio de un cambio de paradigma. En cierto sentido, el final de una era. Por ello seduce más allá de sus ambigüedades, porque es la encarnación del pasar página que tantos americanos sueñan, después del desprecio internacional y de la crisis económica. Encarna un deseo colectivo, y por ello seduce incluso a los que formaron parte de otra era. Sin duda, Colin Powell es un ejemplo muy notable de ese magnetismo.
www.pilarrahola.com
Pilar Rahola
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El apoyo de Powell no resulta crucial para Obama, pero es significativo del magnetismo del candidato
Men kent reden yiddish", le espetó a un sorprendido Yitzhak Shamir, en su primera visita a Jerusalén. Era negro, nacido en Jamaica, de padres originarios de Harlem, y criado en el Bronx. ¿Cómo sabía, pues, ese hombre de maneras educadas, antiguo estudiante de geología, actual presidente del Estado mayor conjunto que acababa de ganar la primera guerra del Golfo, y general del ejército norteamericano, la lengua proveniente del alto alemán medio, que hablaban los judíos asquenazí? Nacido de la mezcla del alemán, arameo, hebreo y palabras eslavas, y hablado desde el siglo X, el yiddish vivió su máximo esplendor con la literatura de Jaim Grade y de Isaac Bashevis Singer, el único premio Nobel en este idioma. Después, el holocausto asesinaría a millones de judíos centroeuropeos, y con ellos, prácticamente desaparecería su legado cultural, incluyendo un idioma que, antes de la Shoá, hablaban 13 millones de personas. Sin embargo, ahí estaba Colin Powell, asegurando a un sorprendido primer ministro de Israel que él podía hablar yiddish. Lo había aprendido en el Bronx de los años 50, trabajando en la tienda Todo para el bebé de la familia Sicker, una de las centenares de familias judías que vivían en el Bronx de aquella época. Su intensa biografía, recogida en el interesante My American journey, y salpicada de esfuerzo personal, sólida carrera militar y notables éxitos profesionales, culminaría en el 2001 con su nominación como secretario de Estado por parte de George W. Bush. A pesar de formar parte de la agresiva administración Bush, y de ser la voz de muchos de sus errores - entre ellos, su famoso discurso ante el Consejo de Seguridad asegurando que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva-, Colin Powell se enfrentó duramente a la posibilidad de la guerra, y ello le valió la enemistad de Dick Cheney y el apelativo de paloma. Es, sin duda, el hombre de la era Bush menos contaminado por su mala imagen, y, a pesar del hundimiento de toda la casta de políticos que han acompañado a Bush en su declive, mantiene alto su prestigio.
Este sorprendente hombre, estrechamente ligado a los republicanos, acaba de anunciar su apoyo entusiasta por Barack Obama. Es decir, cuando parecía fuera de la escena política, Colin Powell vuelve a sorprender a propios y a extraños. Algo parecido a lo que ha ocurrido con el senador demócrata Joe Lieberman, pero en sentido contrario y con menos sorpresa. Sin duda, el apoyo de Colin Powell no resulta crucial para un Barack Obama imparable hacia el éxito, pero es muy significativo del poder magnético del candidato demócrata. Como si fuera un goteo incansable, uno a uno de los grandes nombres propios de la sociedad civil americana va saliendo del armario de la opacidad, y expresando su apoyo al senador de Illinois. En el caso de Powell, su explicación ha sido sencilla: no soporta "el giro hacia la derecha extrema de sus antiguos compañeros políticos".
Probablemente la candidatura de Sarah Palin ha sido la gota final para un defensor de los derechos civiles como Powell. Como lo ha sido también para muchos. Pero el gran éxito del candidato Obama no es tanto su ideología, que se mantiene en una calculada ambigüedad centrista, y que nunca hubiera atraído, por sí sola, tanta simpatía pública, como la ilusión de cambio que ha creado. Obama es oscilante en muchas materias políticas claves, y ahí están sus votos en el Senado para certificarlo. Pero más allá de la posición ideológica - más progresista que McCain, menos que Hillary-, Obama es el anuncio de un cambio de paradigma. En cierto sentido, el final de una era. Por ello seduce más allá de sus ambigüedades, porque es la encarnación del pasar página que tantos americanos sueñan, después del desprecio internacional y de la crisis económica. Encarna un deseo colectivo, y por ello seduce incluso a los que formaron parte de otra era. Sin duda, Colin Powell es un ejemplo muy notable de ese magnetismo.
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