McCain vs Obama
por Jose Bigio
EEUU podrá reclamarse ser una gran e inclusiva democracia pero nunca ha tenido un mandatario de origen africano, latinoamericano o nativo. Todos sus presidentes o vicepresidentes han sido varones blancos.
La cosa hoy puede cambiar. Por primera vez los dos contendores por la Casa Blanca no son nacidos en Norteamérica. John McCain vino al mundo entre Sud y Centro América (canal de Panamá) y Barack Obama en Oceanía (Hawái). A pesar que el primero es latinoamericano por cuna él no es hispano o luso parlante. Obama podrá ser el primer isleño en liderar a uno de los dos grandes partidos de EEUU pero no habla ninguna lengua nativa insular.
Obama podría ser la primera persona de padre africano que gobierne a alguna potencia o a alguna de las repúblicas de la América continental. Empero, él no ha sido un militante negro y siempre ha buscado ser parte del establishment ‘blancoide’.
McCain es el primer septuagenario que quiere debutar en la presidencia y su rival es uno de los aspirantes más jóvenes que ha tenido dicho puesto.
Mientras el primero es héroe militar y fue prisionero de guerra durante más de un lustro, el segundo es un abogado sin experiencia de combate.
En el principal aspecto de la política externa de EEUU (Irak) McCain plantea enviar allí más tropas y hasta poderse quedarse en dicho país hasta un siglo, mientras que Obama es uno de los pocos congresistas que siempre se opuso a dicha invasión.
En cuestiones sociales McCain tiende a ser más conservador y Obama más liberal. Ante la crisis económica el primero querrá continuar seguir bajando impuestos mientras que el segundo querrá elevarlos e incentivar el gasto social. Si los republicanos quieren un sistema educativo y de salud más privado, los demócratas están presionados a dar un servicio médico universal gratuito.
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Odiar... Mentir... Matar...
por Mario Linovesky
Hace ya algún tiempo uno de los más eminentes oncólogos estadounidenses, contrajo esa terrible enfermedad que trataba cotidianamente. El galeno que se la diagnosticó y que debía anunciarle la mala nueva, contó sobre los temores que entonces lo asaltaron respecto a la reacción de su famoso paciente. Evaluó a priori que el hombre, dados sus conocimientos sobre el espantoso futuro que le aguardaba, habría de desesperarse al punto de perder los estribos y hacerle alguna escena indeseable, ya fuera ésta de tinte trágico o patético. No ocurrió así, en lugar de ello el enfermo recibió el informe con una amplia sonrisa agradeciendo a su colega el haberse ocupado de su persona, pero negándose a aceptar las conclusiones emanadas del concienzudo estudio. Este comportamiento llevó a una discusión en los ámbitos científicos, de la cual se dedujo que los que padecen cáncer de modo alguno aceptan dicha realidad; ni siquiera aquellos que por profesión, luchan contra ella día a día. Y por tal motivo dióse que el oncólogo de marras rechazara cualquier tipo de tratamiento, por lo que su tumor se ramificó y al tiempo, tras dispensarle un sufrimiento indecible, acabó con su vida.
Algo parecido, si no más grave, le está ocurriendo a la mayor parte de nuestra sociedad, no cree que la invadió el cáncer y que encima éste se encuentra al borde de entrar en metástasis, y mucho menos que si no se lo trata adecuadamente, la llevará directamente a la debacle total. Sin embargo las pruebas están a la vista, para aquellos que las quieran ver. El cáncer, esa enfermedad de la que pocos apetecen oír siquiera su mención y a la que para aludirla normalmente se baja la voz, está lamentablemente instalado entre nosotros y exige una pronta curación. El diccionario lo define técnicamente como “el crecimiento tisular producido por la proliferación continua de células anormales, con capacidad de invasión y destrucción de otros tejidos”. Que cuando se torna metastático, toma otros órganos aledaños y sigue, indetenible, hasta infectar a todo el cuerpo. La medicina moderna, con todo, sostiene que con un diagnóstico temprano se avienta en gran porcentaje el riesgo de su expansión. Hace falta solamente la voluntad y valentía para afrontar firmemente dolorosas curaciones, a fin de minimizar dolores más grandes o consecuencias inevitables y fatales.
Pues bien, abandonemos ahora el campo de la medicina y transfiramos todo lo antedicho a nuestra vida cotidiana. Aunque lo anteriormente citado nos habrá de servir para hacer unas cuantas y obligadas comparaciones.
PRIMERO LOS PRIMATES
Ya hemos dicho en otras oportunidades que el desarrollo del hombre primitivo se dio muy lentamente, en razón de que el mismo estaba mayormente preocupado, a más de subsistir como podía, en encontrarle explicaciones a aquello que no entendía dado su reciente arribo al estado racional. O, al decir de García Márquez, estaba inmerso en la ignorancia propia de ese estadio en que “el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Pero había más que cosas palpables en el entorno de esos primates; sobre todo los fenómenos naturales a los que ellos no les hallaban motivo y a los que por ende temían hasta la exageración. Fue ya por entonces cuando al carecer de conocimientos sobre los ensordecedores truenos, los deslumbrantes relámpagos y tantas otras manifestaciones intimidantes de la de por sí caótica naturaleza, que delegaron en cantidad de dioses la responsabilidad de su inquietante presencia. En una adoración fervorosa, cuya práctica duró milenios. Pero, avanzado el tiempo y ya organizados en grupos sociales, comenzaron a ver las cosas un poco más claras, lo que los llevó a reducir en parte la enorme cifra de deidades implicadas en la producción de los fenómenos mencionados. Y ese avance intelectual fue incrementándose con el paso de los años, hasta concentrarse en las religiones que hoy todos conocemos.
Tenemos entonces que el proceso evolutivo natural llevó a los primeros hombres a superar aquel paganismo idólatra, con su confusa e inmensa cantidad de dioses, para recalar en el monoteísmo que sobrevive hasta la fecha en todo occidente, con algunas cuñas en otras partes del globo.
A partir de entonces las religiones, por sí mismas, fueron marcando el camino a las sociedades mientras éstas iban evolucionando; hasta que se llegó al punto en que los clérigos se apercibieron del poder e influencia que tenían sus prédicas y transformaron aquellos credos en “entes políticos”. Aun así dichas religiones fueron sumamente útiles, porque sirvieron para contener los desbordes de miles de seres de suyo novatos en la convivencia comunitaria, en tiempos que ética, moral y justicia eran términos del todo extraños, dentro de aquel modo de sobrevivir salvaje y primitivo.
EL SIEMPRE MOLESTO JUDAÍSMO
La aparición de la religión judía fue la primera experiencia de monoteísmo, una experiencia costosa por cuanto debió desarrollarse en medio de sociedades paganas que se resistían a convalidar tan revolucionario cambio. Porque mutar miles de dioses, ídolos y fetiches en un solo Dios en el que se aglutinaban todas las virtudes y responsabilidades, resultaba demasiado oneroso para mentes tan escasamente desarrolladas. Pero con todo el monoteísmo judío se fue imponiendo poco a poco, a medida que aquellas transcurrencias primitivas iban civilizándose.
Aun así, por tratarse de humanos (en el caso de los sacerdotes, que por supuesto también lo eran o son) y más todavía cuando éstos advirtieron la facilidad de prevalecencia que les otorgaba el manejo de la religión, transformaron esta última en el máximo factor de poder. Y comenzaron a gobernar según su antojo y voluntad, por vía de la sumisión de sus inferiores, mientras atribuían a la voluntad divina todo lo concerniente a lo que no eran otra cosa que sus apetencias personales. Y ya en poder de textos a los que reputaron de sagrados, transformaron a éstos en armas contundentes para reafirmar sus intereses sectarios. Así, embrollaron todo de tal modo, que sus devotos mandados no se animaban a cuestionarles ni siquiera lo más evidente. Como consecuencia, al prevalecer en el seno del judaísmo el antojo de quienes detentaban el poder, ese mismo predominio se constituyó en motivo principal para que ocurriera la conocida escisión de una gran parte de sus fieles. Siendo que fue esa transformación de los hombres que comandaban la espiritualidad del pueblo hebreo en “cosa política” y además despótica, la que significó la aparición de lo que podríamos parangonar con una especie de “tumor” (aquí utilizaremos el término tumor para simbolizar cualquier ente anormal instalado dentro de un organismo dado) en el seno de la tal sociedad.
excrecencias
EN LOS PÚLPITOS
De cualquier modo se trató de un tumor de los que conocemos como benignos, ya que con su simple remoción se podía recomponer el tejido social por su causa en conflicto; más aún cuando la ética y la moral implícitos en dicho judaísmo, visto por quienes no desertaron de él, constituían un escollo insalvable para las apetencias desmedidas de los aprovechadores de siempre. Otro tanto ocurrió con la aparición del cristianismo, aunque en este caso el tumor escindido tomó características de maligno, una situación que duró casi 2000 años persiguiendo y asesinando a sus “hermanos mayores”, en tanto su congregación se fragmentaba en incontables grupos (excrecencias o tumores más chicos) antagónicos entre sí. Con todo y gracias a la actuación en tiempos recientes de dos Papas excepcionales como Juan XXIII y Juan Pablo II, “supuestamente” aquella malignidad de la parte católica remitió y hoy su iglesia discurre dentro de los límites normales que le demarca el credo.
No ocurrió lo mismo con el tercer tumor que apareció súbitamente en el tejido social asiático allá por el siglo VII, cuando un tal Mahoma, camellero y comerciante de profesión, imaginó una nueva religión monoteísta. Porque este tercer tumor aparentemente nació anormal y con tendencia expansiva. Y si bien copió (¿o se apropió?) de los dos credos anteriores cuanto de bueno contiene, al mismo tiempo le incorporó ciertas particularidades nada prometedoras y de suyo beligerantes, productos de su propia cosecha. Por caso la obediencia ciega a la palabra de su clerecía y la consecuente supresión del libre albedrío para sus creyentes. Es que Islam, que es puntualmente de lo que estamos hablando, significa “sumisión”, teóricamente al arbitrio de Dios o Alá, aunque en la práctica se refiere a la voluntad particular de los sacerdotes de dicha fe. Y musulmán resulta ser lo mismo, porque se traduce como “el que se somete”, sin pensar, sin discutir, solamente acatando lo que un libro guía le ordena. Éstas, justamente, son las peculiaridades de este credo, con su inmensa cantidad de rituales y exigencias. Una religión basada mayormente en la fantasía (si se quiere absurda) y con visos de cuento infantil, pero asimismo creída devotamente por millones de personas.
CABALGANDO POR LOS CIELOS
Así nos enteramos sorprendidos de la cabalgadura que llevó a Mahoma desde la roca de Abraham hasta la escalerilla que lo conduciría a los siete paraísos celestiales, un raro animal con cuerpo de mula, cola de pavo real y cara de mujer (la mítica yegua Al Buraq), en el que montó posteriormente a la visita del ángel Gabriel (Yibril para los mahometanos), quien se había allegado al profeta para anunciarle que Alá ordenaba su comparecencia, pero al que previo al viaje hizo un tajo en el pecho, sacó su corazón, lo lavó y volvió a colocar en su sitio, ahora lleno de fe y sabiduría. Y sigue la leyenda contando sobre lo hablado entre Alá y Mahoma, habiéndole correspondido a este último convencer al Creador, quien exigía que los fieles le rezasen 35 veces por día nada menos, sobre la practicidad de hacerlo sólo 5 veces.
En tales visiones y en muchas más creyeron a pie juntillas los fieles del Islam. Y en tanto se trataba de gente desesperanzada proveniente en su mayoría del desierto, aceptaron vivir fatalísticamente su existencia, bajo el sometimiento total al capricho de una casta de clérigos, cuyos primeros antecesores posiblemente hayan tergiversado las enseñanzas del profeta. De cualquier modo todo ésto no es comprobable y además ya está instalado firmemente en la creencia de más de 1000 millones de personas. Lo cual, si se desarrollase solamente en su ámbito particular, sería parte de un credo más y de suyo legítimo de legitimidad absoluta, aun con su misoginia y degradaciones varias incluidas.
El problema es que el Islam no se considera a sí mismo una religión más, sino como la única admisible y por lo tanto es absolutista y expansivo. El Corán, su libro sagrado, si bien constituye una guía moral “exclusiva” para sus seguidores, asimismo abunda en determinadas y brutales exigencias para apartarse del que llama “infiel”. Y cuando además, como sucede asiduamente, es manejado por mentes extremistas, éstas le adosan sus propios delirios (cosa que su religión les tolera), los que podríamos resumir en las tres demandas (desde luego que disfrazadas), que encopetan este artículo: odiar... mentir... matar. En una palabra: “fanatismo” y de los peores que hayamos conocido.
Y es este fanatismo, ya con características de tumor metastático, el que nos ha invadido.
¿JABON EN POLVO O PAN RALLADO?
Un sketch que se oía por la radio argentina en los años 60/70 trataba de la discusión entre un Ministro de Economía, hoy afortunadamente desaparecido, quien sostenía que el polvillo que tenía frente a él era, sin lugar a dudas, pan rallado. Mientras tanto su interlocutor, bien seguro de sí mismo, le porfiaba que se trataba de jabón en polvo. Para dirimir el pleito y cansado de la inflexibilidad del funcionario, quien mantenía la segunda postura le invitaba a probarlo vía papilas gustativas, cosa que el político hacía para luego responder: Sí, en verdad tiene gusto a jabón, pero es... pan rallado. ¿Metáfora o realidad?
Estamos hasta la coronilla de escuchar que el Islam es una religión de paz. Y aunque ellos son los primeros que lo pregonan, no están solos para tal fin. Le hacen coro una izquierda occidental que ya se proclamaba antiimperialista en tiempos de Stalin (como que aquella URRS no se había anexado nada que no le perteneciera), la derecha mercantilista que depende (sus obscenas ganancias, claro) del petróleo musulmán, el centro que para lavar su conciencia se ha transvertido en progresista (eso sí, al uso nostro) y cuanto grupúsculo nazi emerja o pulule por ahí. Bastante parecido a lo que hacía el ministro argentino en el sketch. Pero más parecido aún, en incontables casos, a la protección que en los años 30 se le pagaba a la mafia en Chicago, sin que se advierta hasta ahora la aparición de ningún Eliot Ness para combatirla.
La proclividad a la dominación del Islam, nace en el mismo momento en que fue fundado. Ya en el año 711, apenas sesenta años después de muerto Mahoma, se hacía de parte de España, a la que pasó a llamar Al-Andalus, aunque previo a dicha invasión sus tropas habían llegado a las fronteras de China e India y había invadido el norte de África, del Mar Rojo hasta el Atlántico, y solamente el reino franco pudo frenarlos bajo el mando de Carlos Martel, en el año 732, en cercanías de Poitiers. Resulta entonces risible que quienes al día de hoy se quejan airados por la existencia de Israel en un aislado rinconcito del Levante, tierra judía desde milenios antes del nacimiento de Mahoma y del Islam, lo cual está registrado prolijamente en la Biblia, sean los mismos que por la fuerza de las armas invadieron y sometieron a gran parte del mundo. Y doblemente risible si no fuera trágico, que sus víctimas de antaño, en primer término España, hoy proclamen el pacifismo islámico, por el que según parece pondrían las manos en el fuego. ¿Síndrome de Estocolmo de los torturadores de toros, quizá?
¿UN FINAL? HITLER REGRESANDO DE LA MANO DE SARAMAGO
En fin, sería demasiado fatigante describir todas las agresiones del Islam, la religión de la paz. No obstante, démosle crédito a la creencia de un Islam moderado, que incluiría a la mayoría de esos centenares de millones de practicantes. Pero si ésto es así, deberán comenzar a actuar sus dirigencias. Porque si los extremistas son tan minoritarios como se asegura, tanto que apenas se contarían unos pocos cientos de miles de ellos, o sea menos del 1% del total, quienes gobiernan las instituciones islámicas deberían fácilmente imponerse y detenerlos en su locura. No parece que fuera a ocurrir así, vistos los desbordes de estos últimos tiempos. Y no es así en el Irán teocrático shiita, sector además minoritario frente al intimidante número de suníes dentro de la fe islámica, donde los ayatolás colocaron a la cabeza del Estado a un individuo totalmente desquiciado y fanático. No es así desde luego en la vapuleada (más por sus propios hermanos que por Israel) Palestina, donde se eligió para gobernar a una gavilla de asesinos exaltados e irredimibles, reconocida por el nombre de Jamás (Hamás en la prosodia inglesa). Y tampoco es así en la mayor parte de los países musulmanes, donde unas caricaturas (si bien de pésimo gusto... o no, eso depende del paladar de cada uno) del profeta Mahoma, promovieron estallidos de ira y pedidos de muerte, ya no sólo de los autores, sino de cualquier conciudadano de los mismos, allí donde se encuentre.
Todos estos sucedidos, desde luego que nos llevan a desconfiar sobre las intenciones del Islam. Porque, o es una congregación de paz o se trata de un tumor expansivo y destructor. De ser la primera posibilidad, deberá demostrarlo, para que todos nos estrechemos las manos y comencemos juntos a preocuparnos por conseguir un mundo mejor. Pero si se trata de un tumor en metástasis, de nada servirá tratarlo con aspirinas como pretende el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), sino que se hará imprescindible la actuación de un cirujano mayor para su definitiva supresión. Y aquí es el Islam quien debe tomar la iniciativa, extirpando de su seno a los Ajmedinejad, Aniyes, imanes y jeques fanáticos y a todo aquel musulmán que propenda a la guerra expansiva. Antes que el bisturí lo tome un ajeno y sin garantías de cura. Siendo que si el tal cirujano fallara en algo y la operación no resultare exitosa, ya están aguardando los Le Pen y cía. para tomar la posta. Un amargo final por el que deberemos agradecer, por tratarse de los que más fuerte gritan su “utopía” antiimperialista, a la izquierda irracional y antisemita y al progresismo que no sabe donde está parado, ni las posturas totalitarias (léase su apoyo irrestricto a los asesinos islamistas de Jamás o de Irán) que en su ignorancia defiende.
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Franco abandonó a los sefardíes
Así reza el titular de un artículo publicado en estos días en uno de los más importantes diarios españoles. Se basa en nuevas revelaciones de fuentes impecables, que reiteran y reafirman el hecho que el régimen franquista no tenía particular interés en salvar a sus súbditos judíos del exterminio nazi. Aunque el dictador español acogió “en tránsito” a cierto número de esos judíos, es evidente que lo hizo presionado por las circunstancias y, en última instancia, los abandonó a su trágica suerte.
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Eduardo Martín de Pozuelo ha publicado en La Vanguardia de Barcelona una serie de artículos, en base a documentos desclasificados recientemente de la CIA y del servicio secreto británico, en los que se revela el real cariz de la actitud del régimen fascista de Franco con respecto a los judíos de nacionalidad española. Estos testimonios bien fundamentados arrojan nueva luz sobre la postura del dictador español con respecto a este asunto, sobre el que el autor de estas líneas tanto ha insistido: la Madrid franquista no era filojudaica: todo por el contrario, persiguió a los judíos que ya se hallaban en España e hizo lo posible para desentenderse de su obligación moral frente a los desgraciados súbditos bajo el dominio nazi que profesaban la fe mosaica.
Antes que nada, quisiera referirme a la personalidad del autor de tales aseveraciones. Para quien no lo conoce, Eduardo Martín de Pozuelo es un muy reputado escritor y periodista español varias veces laureado, que recibió en 2006 el Premio Internacional de Prensa del Rey, en virtud de los setenta reportajes basados en el examen de esa documentación desclasificada, que versa sobre múltiples aspectos de la pasada guerra mundial. De ese modo habría culminado una larga y fructífera trayectoria profesional, que incluía reportajes y artículos de la serie sobre la mafia en la Península (Premio Ortega y Gasset en 1985), de la serie La Peseta Connection sobre el contrabando y el tráfico de dinero (Premio Ojo Crítico en 1989), de los reportajes sobre la delincuencia organizada en España (Premio Ciudad de Barcelona en 1989), de la investigación sobre los desaparecidos españoles durante las dictaduras de Argentina y Chile (Premio Derechos Humanos 2000) así como de los reportajes sobre el botellón (el consumo de bebidas alcohólicas en la vía pública) (Premio Reina Sofía 2004). Es asimismo autor de un libro que ha tenido un gran éxito editorial, intitulado “Los secretos del franquismo”, en los que revela muchos episodios hasta entonces desconocidos de aquella nefasta época.
Entre otras cosas, se indica que “España no sólo no tuvo una política oficial clara de ayuda a los judíos españoles perseguidos por los nazis, sino que ante la pasividad española los propios alemanes se sintieron obligados a recordar a Franco sus intenciones genocidas. De hecho, el régimen de ese país, a pesar de que admitió que muchos judíos habían apoyado de una forma u otra el alzamiento militar franquista, consideró peligrosos a los judíos españoles al dar por supuesta su simpatía con los aliados frente al Eje y así se lo hizo saber a Alemania”.
Posiblemente la prueba más contundente aparezca en los despachos enviados por el embajador nazi en Madrid, Hans von Mortke. El 28 de enero de 1943 el diplomático envió un cable al Ministerio de Exteriores del II Reich en el que indicaba haber notificado al director de la división política del Ministerio de Asuntos Extranjeros de España, José María Doussinague, que “a partir del 1º de abril esos judíos (de nacionalidad española) que se hallen en los territorios ocupados serán objeto de todas las medidas en vigor contra todos los judíos”. En otras palabras: deportados a los campos de concentración. El funcionario español prometió una respuesta del Gobierno, aunque agregó que a su opinión “no se permitirá a los judíos de nacionalidad española entrar en España”. Apenas dos semanas después, el Reich reiteró su amenaza y avisó al Gobierno español que: "las medidas generales contra los judíos (es decir, su aniquilación) también se amplicarán a los judíos españoles residentes en el Generalgouvernement (el territorio ocupado en Polonia), en los países bálticos y en los territorios orientales ocupados a partir del 1 de abril de este año. Ruego informar el Gobierno español de ello". Al no recibir respuesta oficial, el 22 de febrero de ese año, la Embajada alemana en Madrid insistió por tercera vez, y dos días más tarde el embajador Moltke envió otro telegrama a su Ministerio par informar sobre los resultados de sus gestiones, en estos términos:
"El director general del departamento político del Ministerio de Asuntos Exteriores español Sr. Doussinague" le había dicho al recién agregado a la embajada alemana en Madrid, Andor Hencke, lo siguiente: "El Gobierno español ha decidido no permitir en ningún caso la vuelta a España a los españoles de raza judía que viven en territorios bajo jurisdicción alemana. El Gobierno español cree que lo oportuno es permitir a estos judíos viajar a sus países de origen, especialmente a Turquía y Grecia. (Lo insensato de esa aseveración es que el primer país no estaba dispuesto a recibirlos y en el segundo los judíos fueron deportados a Polonia). El Gobierno español estaría dispuesto a conceder en algunos casos un visado de tránsito por España para judíos con visado de entrada para Portugal o EE.UU. Si no se da esta circunstancia el Gobierno español abandonará los judíos de nacionalidad española a su destino”. Hencke respondió al director general que en opinión de la embajada, el Gobierno alemán no permitirá la salida hacia otros países de los judíos de nacionalidad española. También le dijo que se ha avisado al Gobierno español únicamente por razones de cortesía, para darle la oportunidad de repatriar a España a esos judíos antes del 31 de marzo.
Aunque se mantuvo esa categórica negativa, parece ser que Madrid modificó en cierto modo su actitud unos días más tarde. En otro telegrama enviado el 17 de marzo por el embajador Moltke a Berlín se leía que “el Gobierno español se inclina ahora a permitir la entrada a España de un número limitado de ciudadanos judíos de raza judía… Se trata de un máximo de 100 personas”. Ese insignificante número bien explica que lo que realmente quería Madrid era tan sólo guardar las apariencias…
Estas revelaciones confirman lo escrito previamente por quien firma la presente, en base a las conclusiones de un conocido historiador israelí, Haim Avni, sobre las maniobras realizadas por el Gobierno franquista para eludir su obligación de rescatar a los judíos de nacionalidad española. “En razón de la posición de España durante la guerra (mundial), el Gobierno hispano hubiera podido rescatar algunos grupos de judíos, pero eludió hacer uso cabal de esa oportunidad”, escribe el estudioso en su libro “Spain, the Jews and Franco” (pág. 199). Y agrega: “El régimen de Franco no deseaba que se estableciera una comunidad judía en La Mancha o en cualquier otra parte de España, de modo que no se lo puede considerar el Don Quijote que pretende haber sido”.
Yehuda Bauer, otro prestigioso historiado israelí, se refiere en su obra “American Jewry and the Holocaust”, a “la hostil indiferencia del Gobierno español” con respecto a la suerte de los judíos de ciudadanía hispana. Afirma que de los varios miles de judíos que tenían nacionalidad española, se pudieron salvar –como máximo- tan sólo 800. Y agrega que fueron llevados a condición que estuvieran poco tiempo en la península, y de allí se fueran a otros países. En otras palabras, Franco deseaba que su país estuviera “judenrein”, o sea “purificado de judíos”, emulando de ese modo la conocida doctrina de Hitler. Pero con la variante que él no quería asumir la responsabilidad de aniquilarlos. Y cuando Alemania indicó a España que a partir del 31 de marzo del ’43 cualquier judío sería tratado como los demás, Madrid insinuó que “no estaba interesado en ellos”, y estos ciudadanos hispanos también fueron exterminados.
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¿Que mejor puede ser un titular de un abusador judío ortodoxo?
Esta mañana abríamos las páginas de Internet de los principales periódicos israelíes, y nos encontramos con la historia de la entrega a las autoridades policiales de Brasil de Elior Jen, un israelí acusado de abuso en varios de de sus discípulos e hijos.
Si bien es un caso grave, no es posible entender cuál es la razón para que la noticia y la foto de Jen (con atuendos de judío ortodoxo) permanezcan en la portada de un periódico como Yediot Ajaronot o Maariv por varias horas ante los graves problemas que tiene Israel. El titular permaneció al menos 5 horas a pesar de lo dinámico que es el periódico de intercambiar noticias cada rato.
La noticia de ayer, en la cual resultaron heridas cinco personas por un Katiusha en el Negev estuvo mucho menos tiempo como titular.Las declaraciones de Ajmadinejad amenazando nuevamente a Israel y su participación en la conferencia de Roma tuvieron mucho menos exposición.
La única razón posible de este proceder, es la continua demonización de la prensa israelí de los sectores ortodoxos o tradicionalistas, y claro esta, el afán por obtener más rédito a través de más venta de sus respectivos periódicos, y más facturación a través de sus impresiones virtuales.
Haaretz fue más lejos aún y titulo el caso: “Sospechoso Ortodoxo abusador Elior Jen se entregó a las autoridades brasileras.”
El segundo titular de Yediot era sobre la violación por dos “ortodoxos de Bnei Brak” de sus hermanas. O sea bajo la imagen de Elior Jen, continuaba otra de dos niñas ortodoxas refiriendose a la segunda noticia. La misma noticia aparecía también en Maariv y Haaretz.