
Los medios parecen estar aterrados: ha surgido una figura política que amenaza la democracia de Israel. Pero ¿es realmente así?
Confieso que estoy un tanto confuso y más bien inquieto. Hubiera querido que las elecciones del 10 de febrero hubieran sido más terminantes, que dibujasen un panorama menos dividido y, en especial, menos fraccionado. Hay consenso nacional: la configuración política que han dejado estos comicios no es propicia para el país. En un artículo anterior afirmé que si bien era evidente que la izquierda había perdido, me preguntaba si la derecha efectivamente había ganado. La insistencia con que Netaniahu está cortejando a Tzipi Livni (políticamente hablando, bien se entiende) es prueba evidente que el dirigente del Likud teme que sus posibles socios sean demasiado halcones, para que pueda maniobrar frente a un mundo que no es demasiado pro israelí, y solucionar los problemas de toda índole que afectan al país.
Y cuando me refiero a la izquierda quisiera precisar que hablo únicamente de Meretz, el partido que ha quedado reducido a tres contados miembros, y aún que digan gracias que no han desaparecido del todo. Porque se ha comprobado que no podemos hacer buenas migas con la izquierda internacional, los israelíes hemos dejado de pensar en que sean buenos chicos. A propósito, no comparto la opinión de que el Laborismo forme parte de ese campo; tanto éste como Kadima forman el centro liberal que aunque un tanto apaleado por el votante, no dejan de constituir un considerable sector de nuestra opinión pública. A propósito, sería interesante observar que en mi “pueblo” que tiene fisonomía de clase media laica, Kadima obtuvo el 40%, el Laborismo 20%, Likud 19% e Israel Beiteinu se quedó con un mero 4%. Claro que no responde al medio nacional que es mucho más multifacético.
En la campaña electoral solían aparecer tres figuras como las más prominentes del escenario político: Livni de Kadima, Netaniahu del Likud, y Barak del Laborismo. La realidad ha agregado una cuarta: Liberman de Israel Beitenu. Un ruso (de hecho, móldavo) aclimatado en el ámbito israelí, frente a tres políticos nativos del país. Un hombre de derecha, que se erige en la antitesis al pensamiento comunista después del aparatoso desplome de la URSS. Un hombre de negocios sospechado de ciertas transacciones turbias y blanqueo de fondos. Pero una personalidad fuerte, que abandonó la coalición cuando consideró que el Gobierno estaba por hacer demasiadas concesiones a la Autoridad Palestina.
Liberman tiene antecedentes que lo señalan como ultranacionalista de derecha. Se dice que en su momento actuó en las filas de Kaj del rabino Meir Kahana, un partido tan extremista que fue proscrito en 1990 por sus tendencias racistas. Luego se unió al Likud pero eventualmente fundó su propio partido, con el apoyo de la gran masa inmigrante rusa. Su ascenso ha sido meteórico: de 3 diputados en 1999, pasó a 4 en 2000, 7 en 2003, 11 en 2006 y ahora ha obtenido 15 bancas, convirtiéndose en el 3er. partido del país.
Los medios locales generalmente echan el grito al cielo; le acusan de ser el prototipo del fascista, racista y cualquier otra cosa no tan agradable. Pero bien sabemos que los periodistas generalmente se inclinan hacia la izquierda, y tienden a exagerar la situación en todos los sentidos. Creo conocer un poco la actualidad nacional, y no me lo pinto en colores tan sombríos. He leído también un interesante y bien documentado artículo publicado en fecha reciente en otro lugar de este blog, que prácticamente coloca un halo de santidad sobre la cabeza del líder de Israel Beiteinu. Sin embargo, recuerdo otro momento de nuestra historia, cuando Menajem Begin ganó las elecciones en 1977, y algunos comentaristas llegaron al extremo de predecir que tendríamos un Estado policía con ribetes dictatoriales, lo que no fue el caso. La democracia no fue afectada en lo más mínimo y, todo por el contrario, el dirigente del Herut concertó la paz con Egipto, lo que fue algo que la gente del Mapai y luego el Laborismo no supieron o no pudieron hacer.
El pasado del señor Liberman ha sido tal que la mención de su nombre causa temblores en la población árabe, y desconcierto en esferas extran-jeras, si bien hay en la Knéset partidos no menos nacionalistas, como el Ijud Haleumí y Habayit Hayehudí. Pero lo que pasa es que Liberman no tiene pelos en la boca, y dice lo que muchos israelíes piensan pero temen expresar: por mucho que lo lamentemos, no podemos fiarnos de la considerable minoría árabe. Hay quienes dicen que fundamentalmente esa minería está integrada por buenos ciudadanos, pero parece ser que quienes actúan a la política han de ser más papistas del Papa, y por ello han llegado al extremo de tildarnos de ser un grupo de extremistas y terroristas, lo que evidentemente no somos ni por asomo. Y eso de asociarse con nuestros más mortales enemigos, no es algo que debe honrar a esa decena de parlamentarios que sea dicho, nadie los toma en cuenta.
Huelgo referirme con detalle a la posición del señor Liberman, pero sí quisiera citar al número dos del partido. Se trata de una figura política cabal y honesta por todos admirada. Se trata de Uzi Landau, que aunque considerado un radical nacionalista, es conocido por su rectitud y constancia de pensamiento, además de tener excelentes antecedentes personales. Todo ello no deja de ser raro en un político, si se me permite esta observación.
A fines de la semana pasada apareció un artículo de Avigdor Liberman en “The Jewish Week, considerado como uno de los más reputados órganos de prensa de la comunidad judía en EE.UU. En el mismo el líder de Israel Beiteinu afirma que, al margen del intercambio de población entre árabes y judíos, también “propicia la creación de un Estado Palestino viable”. Como es la primera vez que lo dice textualmente, aunque en el pasado lo hubiera insinuado, el escrito ha tenido particular resonancia. Más aún, porque parece ser la tarjeta de presentación de quien encabeza una de las principales y más discutidas fracciones políticas de Israel.
Desde luego, insiste en la necesidad de que los ciudadanos sean fieles al Estado. “No pedimos que los árabes israelíes compartan el sueño sionista”, dice con toda franqueza, y agrega: “Todo lo que exigimos es que acepten que Israel es un Estado judío”. Afirma que no objeta opiniones contrarias, a condición que no aboguen por la violencia, lo que ha ocurrido en el caso de ciertos voceros del sector árabe israelí.
Dice encabezar el partido político más diverso de Israel. Cuatro de sus primeros 10 candidatos son mujeres, y tres de ellos tienen impedimentos físicos (por primera vez, un diputado llega en silla de ruedas a la Knéset). En la nómina partidaria figura un druso, Hamad Amer, y otro, David Rotem, es un judío religioso, a pesar de que ese partido aboga por el matrimonio civil para ciertas parejas que no son reconocidas por el Rabinato. Y Anastasia Michaeli es la primera mujer convertida al judaísmo que figura en la nómina del parlamento israelí. Entre paréntesis sea dicho que quien indudablemente es la diputada más agraciada de la presente Knéset, nació hace 46 años en San Petersburgo, fue modelo y presentadora de TV, se casó con un israelí de origen lituano, poco después de llegar a Israel se convirtió al judaísmo y ahora tiene siete hijos. Y ahora espera el octavo. ¡Mazal tov!
El artículo puede haber sido escrito para aplacar los temores, tanto en Israel como en el extranjero, sobre la posibilidad de que Israel Beiteinu arrastre al Likud a posiciones ultranacionalistas, lo que no favorece a Biniamín Netaniahu. Pero no se puede descartar que la futura coalición tenga ribetes más derechistas de lo que el veterano político hubiera deseado. Por eso se entiende su insistencia para que Kadima integre la coalición.
Pero en definitiva, es posible que “hashed lo norá kol kaj”. Traduciríamos este conocido dicho en hebreo como “el duende no es tan aterrador”. Tal vez nos sorprenda en última instancia y demuestre que no es el espíritu espantoso que algunos creen.
Moshé Yanai