
¿Elecciones ahora?
El mundo se enfrenta con una de las mayores crisis económicas del siglo. En todos los países, los gobiernos piden la colaboración de la oposición para hacer frente a la seria situación que se avecina. Israel tiene, además, otros serios problemas que amenazan su propia existencia. Pero en muchos casos aquí parecen predominar los estrechos intereses políticos.
La ministro Tzipi Livni, designada a formar Gobierno como resultado de la dimisión de Ehud Olmert, tuvo que renunciar a su propósito de crear nuevo Gobierno. Dijo que no estaba dispuesta a capitular ante los intentos de extorsión de que era objeto. Por lo tanto, se ha tenido que adelantar la fecha de las elecciones, que se celebrarán el 11 de febrero de 2009. Israel se enfrenta con una muy disputada y costosa lid política, precisamente en un momento que también le afecta –aunque en una medida inferior- la crisis económica por la que atraviesa todo el mundo. Un comentarista escribió hace unos días en el Maariv que el acto electoral costará al país 4.500 millones de shékels. Lo que equivale a la nada despreciable suma que excede los 950 millones de dólares.
Es evidente que gran parte de la opinión pública se siente decepcionada. La titular de Relaciones Exteriores ha demostrado ser una dirigente popular, moderada y sensata, en la que se habían depositada muchas esperanzas. Los otras dos figuras, el dirigente del Likud, Biniamín Netaniahu, y el del Laborismo, Ehud Barak, han quedado erosionadas por su pasado como jefes del Gobierno, que no fue precisamente brillante. Pero como ha sucedido en múltiples otras ocasiones, son precisamente los partidos pequeños, quienes con sus exigencias extremistas y populistas crean un sinfín de problemas a la conducción política del Estado.
Alguien me dirá que Israel tiene otros problemas al margen del descenso de las bolsas de valores en todo el mundo. Es absolutamente cierto. Desde tiempo inmemorial, el judío ha debido llevar una pesada carga sobre sus espaldas, por el mero hecho de insistir en ser tal. E Israel ha tenido que aceptar ese penoso legado inmemorial. Hay serios problemas de seguridad que acosan el más diminuto y progresista país del Medio Oriente. Nos enfrentamos con la necesidad de concertar una suerte de modus vivendi con el mundo que nos rodea, aunque sea solamente para paliar esa terrible avalancha de odio, que los fundamentalistas islámicos han despertado en los países a nuestro entorno.
En otras palabras, la mujer a todas luces competente que habría de estabilizar de algún modo el escenario político interno no ha podido hacerlo. Ha dicho que no podía “capitular ante la extorsión“. En las negociaciones con el tercer socio, Shas, se trataba principalmente de asignar presupuestos colosales para ayudar a lo que conocemos como “familias numerosas”. ¿Quiénes son tales? En un porcentaje elevado, los judíos ortodoxos y… los árabes.
Se me tildará de cualquier cosa si digo que, como muchos otros israelíes, no estoy de acuerdo en que se proclame semejante régimen de asistencia social. Aunque parezca una anomalía, es contraproducente. Es un hecho comprobado que esa magnánima ayuda reduciría aún más la motivación de esos sectores para dedicarse a un trabajo productivo. Una familia árabe con diez hijos en el Néguev o la Galilea puede hoy subsistir sin necesidad de trabajar. Es una de las razones que explican que ese sector esté catalogado como uno de los más pobres del país. Lo mismo ocurre con los ortodoxos.
Sabemos que Jerusalén y Bnei Irak acusan el menor índice de ingreso per cápita, y en ambas ciudades es elevado el porcentaje de judíos piadosos. Lamentablemente, muchos de ellos no trabajan: se dedican exclusivamente a los estudios talmúdicos. Es más, los jóvenes ortodoxos son exentos del servicio militar en base a una norma muy discutida, no solamente en el sector laico sino también entre los religiosos progresistas, que sí van al ejército. No solamente no han eludido el servicio militar, sino que se han destacado siempre por su motivación, su afán de servir al Estado y velar por su seguridad.
Recuérdese que tienen como pendón la herencia del pasado judío, de los campeones de la libertad macabeos de tiempos pasados, que aunque eran judíos observantes en el pleno sentido de la palabra, no por ello dejaban de tomar las armas para defender sus creencias y sobre todo, su libertad nacional. En evidente contraposición con una norma que no ha contribuido precisamente al prestigio de los presentes ortodoxos de Israel. No olvidemos que dentro de unas semanas celebraremos las proezas de esos héroes en la festividad de Janucá.
El problema fundamental es que los comicios que se aproximan no anticipan un cambio radical del panorama político. Es decir, volveremos a estar en donde estamos ahora, con algún que otro toque diferencial de escasa importancia. Pero Gobierno debe de haber, y mucho me temo que de ello saquen provecho ciertas fuerzas minúsculas que no representan a la mayoría. Una vez más, ésta se verá en la necesidad de doblegarse ante sus exageradas exigencias.
Moshé Yanai
El mundo se enfrenta con una de las mayores crisis económicas del siglo. En todos los países, los gobiernos piden la colaboración de la oposición para hacer frente a la seria situación que se avecina. Israel tiene, además, otros serios problemas que amenazan su propia existencia. Pero en muchos casos aquí parecen predominar los estrechos intereses políticos.
La ministro Tzipi Livni, designada a formar Gobierno como resultado de la dimisión de Ehud Olmert, tuvo que renunciar a su propósito de crear nuevo Gobierno. Dijo que no estaba dispuesta a capitular ante los intentos de extorsión de que era objeto. Por lo tanto, se ha tenido que adelantar la fecha de las elecciones, que se celebrarán el 11 de febrero de 2009. Israel se enfrenta con una muy disputada y costosa lid política, precisamente en un momento que también le afecta –aunque en una medida inferior- la crisis económica por la que atraviesa todo el mundo. Un comentarista escribió hace unos días en el Maariv que el acto electoral costará al país 4.500 millones de shékels. Lo que equivale a la nada despreciable suma que excede los 950 millones de dólares.
Es evidente que gran parte de la opinión pública se siente decepcionada. La titular de Relaciones Exteriores ha demostrado ser una dirigente popular, moderada y sensata, en la que se habían depositada muchas esperanzas. Los otras dos figuras, el dirigente del Likud, Biniamín Netaniahu, y el del Laborismo, Ehud Barak, han quedado erosionadas por su pasado como jefes del Gobierno, que no fue precisamente brillante. Pero como ha sucedido en múltiples otras ocasiones, son precisamente los partidos pequeños, quienes con sus exigencias extremistas y populistas crean un sinfín de problemas a la conducción política del Estado.
Alguien me dirá que Israel tiene otros problemas al margen del descenso de las bolsas de valores en todo el mundo. Es absolutamente cierto. Desde tiempo inmemorial, el judío ha debido llevar una pesada carga sobre sus espaldas, por el mero hecho de insistir en ser tal. E Israel ha tenido que aceptar ese penoso legado inmemorial. Hay serios problemas de seguridad que acosan el más diminuto y progresista país del Medio Oriente. Nos enfrentamos con la necesidad de concertar una suerte de modus vivendi con el mundo que nos rodea, aunque sea solamente para paliar esa terrible avalancha de odio, que los fundamentalistas islámicos han despertado en los países a nuestro entorno.
En otras palabras, la mujer a todas luces competente que habría de estabilizar de algún modo el escenario político interno no ha podido hacerlo. Ha dicho que no podía “capitular ante la extorsión“. En las negociaciones con el tercer socio, Shas, se trataba principalmente de asignar presupuestos colosales para ayudar a lo que conocemos como “familias numerosas”. ¿Quiénes son tales? En un porcentaje elevado, los judíos ortodoxos y… los árabes.
Se me tildará de cualquier cosa si digo que, como muchos otros israelíes, no estoy de acuerdo en que se proclame semejante régimen de asistencia social. Aunque parezca una anomalía, es contraproducente. Es un hecho comprobado que esa magnánima ayuda reduciría aún más la motivación de esos sectores para dedicarse a un trabajo productivo. Una familia árabe con diez hijos en el Néguev o la Galilea puede hoy subsistir sin necesidad de trabajar. Es una de las razones que explican que ese sector esté catalogado como uno de los más pobres del país. Lo mismo ocurre con los ortodoxos.
Sabemos que Jerusalén y Bnei Irak acusan el menor índice de ingreso per cápita, y en ambas ciudades es elevado el porcentaje de judíos piadosos. Lamentablemente, muchos de ellos no trabajan: se dedican exclusivamente a los estudios talmúdicos. Es más, los jóvenes ortodoxos son exentos del servicio militar en base a una norma muy discutida, no solamente en el sector laico sino también entre los religiosos progresistas, que sí van al ejército. No solamente no han eludido el servicio militar, sino que se han destacado siempre por su motivación, su afán de servir al Estado y velar por su seguridad.
Recuérdese que tienen como pendón la herencia del pasado judío, de los campeones de la libertad macabeos de tiempos pasados, que aunque eran judíos observantes en el pleno sentido de la palabra, no por ello dejaban de tomar las armas para defender sus creencias y sobre todo, su libertad nacional. En evidente contraposición con una norma que no ha contribuido precisamente al prestigio de los presentes ortodoxos de Israel. No olvidemos que dentro de unas semanas celebraremos las proezas de esos héroes en la festividad de Janucá.
El problema fundamental es que los comicios que se aproximan no anticipan un cambio radical del panorama político. Es decir, volveremos a estar en donde estamos ahora, con algún que otro toque diferencial de escasa importancia. Pero Gobierno debe de haber, y mucho me temo que de ello saquen provecho ciertas fuerzas minúsculas que no representan a la mayoría. Una vez más, ésta se verá en la necesidad de doblegarse ante sus exageradas exigencias.
Moshé Yanai