Los desafíos del porvenir
Por Santiago Kovadloff Para LA NACION
Al cumplirse los primeros sesenta años de la creación del Estado de Israel, quiero resaltar tres evidencias. La primera: que la identidad nacional es una de las configuraciones fundamentales logradas por el judaísmo contemporáneo. La segunda: que el judaísmo contemporáneo no se agota ni mucho menos en la configuración que le imprime la identidad israelí. La tercera: que entre la identidad israelí y la identidad judía que no reviste carácter nacional existe hoy un vínculo que responde a diversas y encontradas orientaciones. Algunas de esas orientaciones son solidarias con el Estado de Israel. Otras, no. Todas, no obstante, se autoconciben y se proponen como judías, porque como judíos se definen tanto los que estiman indiscutible el derecho a la existencia de Israel como aquellos que consideran indispensable la desaparición del Estado para que se cumpla el reencuentro del pueblo judío con Dios, en el marco de la Alianza bíblicamente estipulada. Aquel es un punto de vista principalmente laico. Este, un punto de vista ultra ortodoxo con cuyos crueles fundamentos teológicos no coincido y con el que, por lo demás, confluyen los intereses de los enemigos no judíos de Israel. Buena parte de los enemigos no judíos de Israel integran las agrupaciones terroristas que, mediante la práctica de atentados criminales cometidos fuera del territorio israelí, buscan debilitar el apego y el valor que el Estado reviste para la gran mayoría de los judíos no israelíes. Atacándolos en sus propios países, intentan persuadirlos de que los atentados contra las comunidades judías del mundo y la inseguridad que siembran mediante ellos sólo cesarán el día en que Israel desaparezca del Medio Oriente. Los sionistas más inflexibles siguen, a su turno, empeñados en convencer a las que consideran todavía hoy como comunidades diaspóricas de que ningún otro sitio podrá brindarles, como judíos, la seguridad que les ofrece el Estado de Israel. Lo cierto es que ambas hipótesis son más que discutibles. Los hechos demuestran que la mayoría de los judíos, se encuentren donde se encuentren y sean cuantos fueren los atentados que contra ellos se cometan, se muestran persuadidos de que la existencia del Estado de Israel es un bien imprescindible para ellos. Por otra parte, nadie sensato puede pretender, hoy en día, que Israel es un lugar especialmente seguro para garantizar la existencia de los judíos, ya que en ninguna otra parte, después de la Shoá, los judíos han sufrido y sufren tantos atentados contra sus vidas como en Israel. No dudo que Israel, como Estado, podrá subsistir respaldado por la supremacía regional de su poderío militar. Pero no sé si podrá subsistir como la democracia excepcional que aún es en Medio Oriente, si lo hace por mucho tiempo más apoyada, ante todo, en el despliegue de la fuerza bruta, por más sofisticada que ésta sea. Este es, me parece, el desafío primordial que la cultura judía enfrenta en Israel. Creo, por eso, que se hace indispensable enhebrar cada vez más la seguridad del Estado con la preservación de la calidad democrática del Estado y con la proyección de esa calidad democrática hacia fuera de las fronteras israelíes. Sé, por supuesto, que esto no depende exclusivamente de Israel. Pero sólo si este objetivo resulta irrenunciable en Israel los fundamentos democráticos del Estado judío podrán preservarse. Réditos de la guerra y de la paz Los enemigos de Israel saben que la guerra permanente debilita la democracia israelí. Saben que la beligerancia constante afecta, incluso, la consistencia del ideal democrático en la ciudadanía de ese país. El siglo XXI, en consecuencia, impone a Israel esta disyuntiva dramática: tendrá que elegir entre los réditos de la guerra a corto plazo y los réditos de la paz a mediano y largo plazo. Se trata, es obvio, de un problema de muy difícil resolución. Pero también de un problema que deberá ser resuelto si se aspira a algo más esencial que a perdurar en el lugar donde se está. Es imposible saber cuánto tiempo demandará el logro de esa solución. Pero no es imposible saber si se está trabajando o no en esa dirección. Ser israelí, ya lo he dicho, no es ni será la única forma de ser judío. Buscar la homologación de ambos términos -israelí y judío- es una simplificación abusiva cuya inoperancia y arbitrariedad ya se ha hecho más que evidente. Pero ser israelí es y será, entre otras posibilidades, una de las formas eminentes de ser judío en el mundo actual, siempre, claro está, que el empleo del poderío militar no llegue a constituirse en el rasgo dominante de esa identidad israelí. No faltará quien, de inmediato, me recuerde que la violencia que Israel despliega no es sino consecuencia de la que practican quienes, negándole el derecho a la existencia, llevan a cabo ataques constantes contra su territorio. Pero este modo de razonar es políticamente estéril y militarmente ineficaz. No sólo porque no ha logrado que la violencia cese sino porque, además, impide que se conciba alguna vez al enemigo como adversario e interlocutor. La iniciativa de la paz nunca será, a menos que hablemos de la pax romana, el resultado de la aplicación de la fuerza. Será el fruto del diálogo que lleva a algún entendimiento entre quienes no coinciden. Israel no puede renunciar a él sin renunciar a la vez a un rasgo central de la cultura judía en su relación con el mundo no judío. En consecuencia y por todo lo que tiene de fecunda, hago mía la reflexión que el escritor israelí Amos Oz despliega sobre una necesaria resolución del conflicto palestino-israelí: "En caso de esperar algo, se trataría más bien de un divorcio limpio y justo entre Israel y Palestina. Y los divorcios nunca son felices. Por muy justos que sean, siguen hiriendo, son dolorosos. Especialmente este divorcio en concreto, que será rarísimo porque las dos partes en litigio se quedarán definitivamente en el mismo departamento. Nadie se va a mudar". Si ese paso aún no es posible, no por ello deja de ser indispensable. Y sólo si se lo entiende como indispensable llegará alguna vez a ser posible. Todos los que hacemos nuestra la convicción de que la existencia de Israel es bienhechora, seamos o no judíos, debemos alentar ese anhelo de paz que, por lo demás, es el de los sectores más lúcidos de esa nación. Es a la luz de este anhelo que cabe celebrar los primeros sesenta años del Estado de Israel.
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El anti-sionismo a los 60
El 60 aniversario del Día de la Independencia de Israel es la excusa para que los medios internacionales evalúen el estado del estado judío.
por Caroline B. Glick
El 60 aniversario del Día de la Independencia de Israel es la excusa para que los medios internacionales evalúen el estado del estado judío. Teniendo en cuenta las ideas preconcebidas anti-Israel de la mayor parte de los medios internacionales de referencia, como era de esperar, la mayor parte de las informaciones no revelan tanto la situación de Israel a los 60 como revelan de cómo los anti-sionistas perciben a Israel a los 60.
Dos críticas -- ambas noticias de portada de revistas importantes -- destacan a este respecto. En Canadá, la portada del 5 de mayo de la revista Maclean's muestra a tres soldados israelíes luchando por izar la bandera nacional. La cabecera reza, "Porqué Israel no puede sobrevivir".
En Estados Unidos, la edición de mayo del The Atlantic Magazine muestra una estrella de David pintada de los colores palestinos rojo, negro verde jalonada por una bandera de la OLP. La cabecera pregunta, retóricamente, "¿Está acabado Israel?"
Los autores de los dos artículos - Michael Petrou el de Maclean's y Jeffery Goldberg en The Atlantic -- tratan la materia desde ángulos diferentes. Petrou escribe como un observador emocionalmente independiente. Goldberg, que emigró a Israel en los años 80, escribe como un sionista desilusionado que abandonó a Israel volvió a América. Petrou escribe con desapego amoral de la desaparición segura de Israel. El despacho de Goldberg es una tentativa profundamente emotiva de justificar su decisión de abandonar Israel.
EL ARTÍCULO DE PETROU empieza de manera optimista. Afirma que a los 60, Israel puede dar cuenta de todas las amenazas a la seguridad que le lleguen, incluyendo el programa de armas nucleares de Irán y los misiles de Hizbulah en el Líbano. Pero a pesar de su fuerza militar, Petrou afirma que Israel está no obstante acabado dado que no tiene modo de afrontar lo que proclama es la mayor amenaza: la bomba demográfica de los palestinos.
Según estimaciones de Petrou, "En cuestión de una o dos décadas, la cifra de árabes musulmanes y cristianos sobrepasará a la cifra de judíos israelíes (incluyendo Gaza, Cisjordania e Israel propiamente). Cuando eso suceda, si no hay aún un estado palestino (y en ausencia de una limpieza étnica a gran escala), los israelíes se verán obligados a elegir entre dos futuros. Su país es judío, pero deja de ser democrático -- en otras palabras, una minoría judía controlará un territorio habitado en su mayoría por palestinos -- o Israel es democrático, pero no judío, porque los árabes conformarán la mayoría de lo que se convertirá en un estado binacional".
Aunque bien redactado, el artículo de Petrou es una vergüenza periodística. Porque su argumento central es una invención.
La bomba demográfica árabe es una ficción. Fue creada de la nada en 1997. Ese año, la Oficina Estadística de la Autoridad Palestina difundió datos de un censo inventado que afirmaba que había 3,8 millones de palestinos viviendo en Judea, Samaria y Gaza. La Autoridad Palestina proyectaba un crecimiento de la población de alrededor del 4,7 por ciento cada año -- muy por encima de cualquier otro sitio sobre la faz de la tierra. A ese ritmo de crecimiento, la Autoridad Palestina afirmaba que antes del 2015, la población de palestinos en Judea, Samaria y Gaza sería de 5,8 millones y que junto a los árabes israelíes, que alcanzaban los 1,2 millones, supondría la mayoría de la población entre el Mar Mediterráneo y el río Jordán.
A mediados de 2005, grupo de investigadores israelíes y norteamericanos publicaba un exhaustivo análisis de los datos de la Autoridad Palestina. Compararon su censo con los registros de natalidad y mortalidad publicados por el Ministerio de Salud de la Autoridad Palestina, y los registros educativos de los niños que entraban por primera vez al colegio según el Ministerio de Educación de la Autoridad Palestina. Compararon además las cifras de inmigración publicadas por la Autoridad Palestina con los registros de inmigración recogidos por las autoridades israelíes en las fronteras internacionales. Compararon las estadísticas de población con los registros de votación de las elecciones de la Autoridad Palestina en 1996. Sus hallazgos son sorprendentes.
Descubrieron que la Autoridad Palestina había contado como residentes a cientos de miles de palestinos que vivían en el extranjero. Duplicó por las buenas las cifras de residentes árabes en Jerusalén. Asumió elevados índices de inmigración cuando en la práctica, a excepción de 1994, la Autoridad Palestina sufre cada año una emigración neta. La Autoridad Palestina infló exageradamente las cifras de natalidad y rebajó sustancialmente la tasa de mortalidad. Pasó por alto por las buenas las decenas de miles de palestinos que han emigrado a Israel.
EN CONJUNTO, el Grupo de Investigación Demográfica Americano-Israelí descubrió que los datos del censo de la Autoridad Palestina estaban exagerados en más de un 50 por ciento. Sus investigadores descubrieron que solamente había 2,5 millones de palestinos residiendo en Gaza, Judea y Samaria en 2004. Descubrieron que la tasa de natalidad media israelí es más elevada que la tasa de natalidad de los palestinos en Judea y Samaria, y que la tasa de fertilidad judía está desbordando a la tasa de fertilidad árabe. De igual manera, los índices de natalidad en Gaza están descendiendo constantemente. También las cifras de inmigración judía neta a Israel son positivas y al alza. Lo más llamativo que descubrían los investigadores es que la mayoría judía de Israel al oeste del río Jordán ha permanecido llamativamente constante desde 1967. Los judíos componen hoy la mayoría en Israel, Gaza, Judea y Samaria frente a los árabes en más de 3 a 2. Los judíos comprenden el 67 por ciento de la población de Israel, Judea y Samaria y casi el 80 por ciento de la población dentro del territorio israelí soberano.
Las informaciones iniciales y posteriores del Grupo de Investigación han recibido una considerable atención en Israel. Si hubiera querido, Petrou podría haber accedido a ellas fácilmente a través de Internet. Pero eso habría molestado sus conclusiones.
El artículo de Petrou revela un mensaje de muchos anti sionistas que es constante. El mensaje consiste en que no importa lo que Israel haga, permanece esencialmente indefenso exactamente igual que los judíos estuvieron indefensos durante 18 siglos de exilio. Ello pretende desmoralizar a los partidarios de Israel diciendo que no hay motivo para intentar evitar lo inevitable. Y pretende consolar a los detractores de Israel. No es necesario que se preocupen. Israel está camino de su destrucción.
MIENTRAS QUE TAMBIÉN GOLDBERG utiliza los datos demográficos inventados de la Autoridad Palestina, su argumento para la desaparición de Israel no tiene que ver con demografía. Es una condena judicial al poder de los judíos. Si el estado judío de Petrou está sentenciado porque está igual de indefenso que los judíos han estado siempre, el estado judío de Goldberg está sentenciado porque se ha desviado de manera pecaminosa de la historia de los judíos al ser fuerte.
Goldberg presenta su artículo como un diálogo indirecto entre el novelista de extrema izquierda David Grossman, cuyo hijo Uri fue asesinado durante la Segunda Guerra del Líbano, y Olmert - a quien Grossman culpa de la muerte de su hijo. Goldberg hace de moderador. La decisión de Goldberg de centrar su análisis en Grossman es reveladora. Mientras que Grossman presume de tener un lugar entre la élite izquierdista radical, en la sociedad israelí es un personaje marginal. Pero según el texto de Goldberg, Grossman es considerado un gigante. Como dice textualmente, la muerte del hijo de Grossman en la guerra "se convirtió en una tragedia nacional". Pero esto es mentira.
A Goldberg le gusta Grossman porque al igual que Goldberg, Grossman no se siente cómodo con la noción del poder judío. Goldberg observa con aprobación que durante el curso de la Segunda Guerra del Líbano, Grossman celebraba una conferencia de prensa con los colegas de novelistas de la extrema izquierda A.B. Yehoshua y Amoz Oz para exigir que Israel no iniciase una ofensiva sobre el terreno en el Líbano. Goldberg ignora el hecho de que su llamamiento fue ampliamente ignorado, y en el estrecho margen en que la prensa se hizo eco de su llamamiento, fue para criticarlo.
Goldberg recordaba que tras esa conferencia de prensa, Grossman le dijo, "La fuerza [contra Hizbulah] avivará las llamas del odio a Israel en la región y el mundo entero, y hasta puede crear... la situación que nos meta en la próxima guerra y empuje a Oriente Medio a una guerra regional total".
Lo barroco del comentario de Grossman es que se hizo mientras Israel estaba metido en una guerra regional. La guerra fue librada por fuerzas de Hizbulah, pero estaba dirigida desde Irán, y Hizbulah fue armado y equipado por Siria con asistencia rusa. Grossman, que ahora defiende las negociaciones con el satélite palestino de Irán Hamas, no está considerado más inteligente y no está menos aislado entre la opinión pública israelí de referencia. Pero Goldberg engaña a sus lectores afirmando que las opiniones de Grossman son influyentes y de referencia.
El examen de Goldberg de Israel destinado a desaparecer se predica sobre dos opiniones ideológicas que impregnan tanto su narrativa como su análisis. En primer lugar, afirma que la decisión de Israel de construir comunidades más allá de las líneas de armisticio de 1949 es el motivo de que los árabes se nieguen a hacer la paz. Es decir, si no hay paz es culpa de Israel. Los árabes no son actores, simplemente reaccionan a Israel. En segundo lugar, y más fundamentalmente, Goldberg argumenta que puesto que Israel es fuerte, a la fuerza es inmoral.
Lejos de constituir un argumento moral, la segunda afirmación de Goldberg convierte su análisis en una perversión moral. Para él, no hay ninguna distinción entre los actores, solamente entre su fuerza militar relativa. Es la fuerza militar, no la ausencia de fuerza militar, lo que determina que una nación sea apoyada o deslegitimada. En su mentalidad, no hay ninguna diferencia entre un Israel poderoso y una Alemania poderosa. Ambos están destinados a utilizar el poder para impulsar el mal. Según el mismo criterio, puesto que América es militarmente poderosa, su campaña en Irak es perversa, y puesto que al-Qaida en Irak es militarmente débil, es igual de víctima e igual de buena que los palestinos.
El análisis de Goldberg es exactamente igual de familiar que el de Petrou. Como escribía en su libro publicado recientemente la profesora Ruth Wisse, de la Universidad de Harvard, "Los judíos y el poder", a lo largo de los años de indefensión judía en 18 siglos de exilio, muchos judíos confundieron su lamentable y trágica condición existencial con una virtud moral. Condenaban el sionismo con su mensaje de fuerza judía porque se negaban a reconocer que el poder se puede utilizar para impulsar tanto el bien como el mal, dependiendo de la identidad de quien lo ostente. En el caso de Goldberg, por tanto, el simple éxito del sionismo a la hora de reforzar a los judíos es lo que lo hace inaceptable.
En último término, el factor unificador del antisionismo de Petrou y el de Goldberg es que ambos ignoran a los sionistas. Para Petrou, los sionistas son irrelevantes porque están destinados a fracasar al margen de quienes sean. En el caso de Goldberg, los sionistas no son sino símbolos. No pueden ser morales porque son poderosos.
El éxito de Israel es testamento de la constante ingenuidad y fuerza del pueblo judío como actor moral. La longevidad del antisionismo es testamento del hecho de que sin importar cuáles serán los logros, siempre habrá quien va a ver un fracaso en ellos.