
Israel: la paz tenía un precio
En «Arado y espada» (Península), el historiador y catedrático en Princeton Arno Mayer plantea un estudio crítico sobre el sionismo e Israel con «espíritu de controversia», como él mismo lo define.
Oslo y la Declaración de Principios, que fueron anunciados a bombo y platillo en el jardín de la Casa Blanca, generaron la ilusión de una paz inminente en Israel. Los palestinos confiaban ingenuamente en que se suavizaría el régimen de ocupación y los presos de las cárceles israelíes serían liberados. También dieron por supuesto que ninguna de las dos partes escatimaría esfuerzos a la hora de elaborar y poner en marcha las dos fases de las que constaba la hoja de ruta: primero Gaza-Jericó, después estatuto final. El Acuerdo de Oslo era más procedimiento y calendario que sustancia, pero como los líderes israelíes no tenían ninguna prisa por abandonar Gaza y Jericó, fueron ellos los principales responsables de los seis años de retraso, entre mediados de 1996 y mediados de 2002, en el inicio de las negociaciones sobre el estatuto final.Goren, el gran rabinoIsrael dilataba los plazos debido a la existencia de un consenso de facto en torno de la cuestión palestina entre la casta política y la extrema derecha, que no tardaron en hacer campaña contra Oslo. Shlomo Goren hablaba en nombre de los sionistas religiosos. Gran rabino de las Fuerzas Armadas israelíes durante más de veinte años, en 1967 había anunciado abiertamente el regreso del pueblo judío al Muro de las Lamentaciones de Jerusalén y a la Cueva de los Patriarcas de Hebrón. Era también un destacado defensor de la destrucción de las mezquitas de la Explanada. Después de dejar el ejército en 1972, fue durante diez años gran rabino askenazí de Israel. Feroz detractor de Oslo y de la OLP, en 1993, y en tanto que respetado oráculo religioso ortodoxo, aunque ya retirado, Goren afirmó que los soldados tenían derecho a desobedecer órdenes de desmantelar asentamientos en los territorios ocupados y sugirió que Arafat debía ser «eliminado» por «pertenecer al mundo de la muerte». El plan de autonomía palestina era «satánico» porque presagiaba «la destrucción de Israel y la creación de un Estado palestino gobernado por el jefe de los terroristas palestinos». Este tipo de afirmaciones, tan virulentas y negativas, articulaban lo que estaba implícito en la aparentemente más razonable posición del Likud.En el lado palestino, excepto en el círculo próximo a Arafat, existía la fuerte creencia de que, a pesar de tanta parafernalia, Oslo era un plan de paz tremendamente injusto en el que un vencedor todopoderoso imponía humillantes condiciones a los vencidos. En resumidas cuentas, los radicales seculares e islamistas acusaron a Arafat de haber cometido una traicionera rendición. El rechazo de Oslo por parte de Abdel Shafi y su desprecio por la ceremonia de la Casa Blanca demostraron que esa opinión no era exclusiva del entorno de los extremistas. Las críticas se multiplicaron cuando quedó claro que Israel iba a hacer lo imposible por erradicar a la resistencia, a la que seguía estigmatizando como terrorista. Dado que, en virtud de la Declaración de Principios, la OLP respondía por toda la violencia palestina, los israelíes exigieron a Arafat que reprimiera a «sus» terroristas.Las negociaciones para establecer un régimen provisional de autogobierno en Gaza y Jericó comenzaron poco después de la ceremonia de la Casa Blanca, y enseguida hubo tres asuntos que estuvieron a punto de echarlas por tierra: el control sobre los pasos fronterizos, el tamaño del enclave de Jericó y la protección de los asentamientos de la Franja de Gaza. Los israelíes dilataron al máximo estas tres cuestiones. El 25 de noviembre de 1993, Rabin advirtió de que, si no se cumplían los requisitos de seguridad israelíes, sus tropas no respetarían el calendario acordado para la retirada, que debía comenzar el 13 de diciembre y quedar completada cuatro meses después. Bloqueando el acuerdo sobre la «delimitación de la zona de Jerusalén que había que evacuar, la protección de las colonias judías y el control de las fronteras con Egipto y Jordania [...] todas las fechas dejarían de ser sagradas, tanto el 13 de diciembre de 1993 como el 13 de abril de 1994».Haciendo caso omiso de las débiles protestas de Arafat, Rabin se salió con la suya. Salvo que fuera desafiado por Estados Unidos o por la resistencia palestina, y hasta que eso sucediera, Israel podía marcar la pauta y el ritmo. Arafat, convencido de que Rabin lo había engañado, tuvo que limitarse a lamerse las heridas, mientras las mordaces críticas contra él y contra Oslo de los milicianos seculares y religiosos encontraban un eco cada vez mayor entre los palestinos de a pie. En Israel, entre tanto, Rabin no hizo nada por movilizar el apoyo popular a las negociaciones, y los activistas por la paz aprovecharon la apatía del proceso de Oslo para intensificar su ataque contra el Gobierno laborista. Sin embargo, el 25 de febrero de 1994, a mitad de camino entre las dos fechas de delimitación de la retirada, Israel y el mundo árabe quedaron conmocionados por la masacre de Hebrón. Milicianos extremistasEn el calendario musulmán, aquel viernes era el segundo día de ayuno del Ramadán. Para los judíos era la fiesta de Purim, que conmemoraba su salvación de la masacre perpetrada por Hamán en el siglo VI a. C. Hebrón era un lugar sacrosanto para musulmanes y judíos por albergar la Tumba de los Patriarcas, supuesto lugar de enterramiento de Abraham, Isaac, Jacob y sus viudas. Los judíos habían vivido en Hebrón durante siglos hasta 1928-1929, cuando muchos de ellos fueron asesinados o heridos en el transcurso de la primera Intifada (1929), lo que desencadenó la dispersión de su comunidad. Habían regresado a Hebrón después de 1967. La mayoría de los 400 nuevos colonos eran ultraortodoxos y simpatizantes de la ultraderecha. Establecieron su colonia principal en Qiriat Arba, al sur de Hebrón, sobre una colina que dominaba la ciudad. Entre sus miembros había algunos milicianos extremistas, la mayoría seguidores del rabino Meir Kahane, nacido en Estados Unidos y fundador del Partido Kach. Fue miembro de la Knéset entre 1984 y 1988, cuando los tribunales le prohibieron presentarse a la reelección. Los colonos de Qiriat Arba se oponían al Gobierno de Rabin por motivos religiosos.El doctor Baruch Goldstein, nacido en Brooklyn, discípulo de Kahane y residente en Qiriat Arba, decía sentir la vocación religiosa de interrumpir las negociaciones de Oslo. Aquella aciaga mañana de viernes irrumpió en la mezquita de Ibrahim, en la que había 500 fieles rezando. Con su rifle de asalto reglamentario empezó a disparar a quemarropa, mató a 23 árabes musulmanes e hirió a más de 120 antes de ser reducido y apaleado hasta la muerte por los allí congregados.Una vez más los combustibles clásicos de la política y la religión amenazaban con desencadenar una crisis. Rabin se apresuró a expresar su pésame a Arafat, para después mostrarse reacio cuando varios miembros del gabinete exigieron la expulsión de los colonos de la ciudad de los Patriarcas. Rabin recordó que, según el Acuerdo de Oslo, lo único que estaba sobre la mesa eran las conversaciones sobre el estatuto final. La OLP rompió todas las negociaciones y exigió la evacuación de todos los israelíes de Hebrón. Los radicales vieron justificado su rechazo del Acuerdo de Oslo y su desconfianza hacia Rabin. En todos los territorios, las Fuerzas Armadas israelíes sofocaron manifestaciones de palestinos que se echaban a las calles para protestar contra la masacre, y siguieron haciendo la vista gorda ante las atrocidades cometidas por los colonos. Éstos estaban exentos del toque de queda impuesto en Hebrón, mientras que los palestinos pagaban el precio del cierre de emergencia de las fronteras de Cisjordania y la Franja de Gaza.Ola de violenciaHamás, ansiosa de venganza, escogió ese momento para llevar a cabo ataques terroristas contra civiles israelíes. El aldabonazo inicial fue la explosión, en abril de 1994, de dos autobuses al norte de Israel, que provocó 15 muertos y 70 heridos. Al final del año la cifra de víctimas se había duplicado. Esta nueva ola de violencia sirvió de excusa a Rabin para seguir tratando de ganar tiempo y proporcionó munición para sus críticos de extrema derecha. A partir de ahora Hamás estaba en la línea de fuego de las fuerzas de seguridad tanto de Israel como de la embrionaria Autoridad Nacional Palestina, instalada en Gaza. No obstante, dado que Oslo había generado muy pocos dividendos de paz, por no decir ninguno, y que las tropas israelíes seguían asesinando a civiles durante sus operaciones de «búsqueda y destrucción», Hamás se ganó el apoyo popular. También se benefició de la elevación a categoría de mártir del jeque Ahmed Yasin, detenido en una prisión israelí desde 1984. Aun suponiendo que Arafat hubiera querido hacer frente a Hamás y a Yasin, ésa era una tarea que estaba fuera de sus posibilidades. Además, si hubiera intentado hacerlo habría debilitado la base social de la OLP y de Fatah al dar de nuevo la impresión de estar cediendo ante Israel, sin obtener a cambio la menor recompensa.El 4 de mayo de 1994, después de ocho meses de rivalidad, se firmó el Acuerdo para la Autonomía de Gaza y Jericó, también llamado Oslo I, en El Cairo. El texto estipulaba que Israel retiraría sus fuerzas militares de la Franja de Gaza y el área de Jericó en un plazo de tres semanas y transferiría la autoridad de su administración civil a una Autoridad Nacional Palestina. Integrado por 24 miembros designados por la OLP, este ambiguo sistema de gobierno ejercería todos los poderes legislativos y ejecutivos y asumiría amplias funciones judiciales. También crearía un cuerpo de Policía de 9.000 hombres para salvaguardar el orden público. Por lo demás, los poderes de la ANP quedaban esencialmente limitados a las esferas civiles de educación y cultura, bienestar social, turismo, sanidad y fiscalidad.Israel cedió mucho menos poder del que conservó para sí, pues mantuvo el control exclusivo de todos los asentamientos, instalaciones militares, carreteras de circunvalación y pasos fronterizos. Dada la importancia de los dominios de los colonos, que no sólo no habían disminuido sino que siguieron aumentando, los pactos sobre seguridad eran la parte más problemática del Acuerdo Gaza-Jericó: y es que, después de todo, las fuerzas no iban a ser retiradas. Los judíos de Gaza representaban menos del 1 por 100 de la población, atrincherados en medio de 800.000 palestinos, aunque sus quince colonias ocupaban el 30 por 100 del territorio y la costa, y consumían el 40 por 100 del agua blanda. Los asentamientos de ambos enclaves, unidos a Israel por medio de corredores, requerirían protección militar. Arafat sabía que el acuerdo era tremendamente injusto con los palestinos, pero se esforzó por destacar sus puntos positivos. Al menos su pueblo tenía el embrión de un Estado, completado con los habituales símbolos de la soberanía: bandera, sellos, pasaporte y moneda eran más elocuentes que la propia autonomía. Largo tiempo recelosos de las estratagemas de Arafat, el Likud y la extrema derecha israelí arremetieron contra dichas concesiones tildándolas de pasos hacia la perdición. Desde un amplio frente de críticos islamistas e internacionales llegaba la acusación contraria: Arafat y la OLP habían capitulado en El Cairo, al igual que lo habían hecho en Oslo y en Washington. El prestigio moral de su causa había quedado hecho trizas con la Declaración de Principios, que, a fin de cuentas, ¿qué significaba? Los extremistas palestinos llegaron a la conclusión de que, como expresaba un jactancioso oficial israelí, los israelíes «consiguieron el control» y los palestinos «consiguieron los símbolos». Y lo que es peor, la Autoridad Palestina se había comprometido a mantener el orden público, algo que a ojos de Rabin significaba reprimir toda la violencia antiisraelí. Cualquier medida encaminada a ampliar el territorio autónomo y avanzar hacia las negociaciones sobre el estatuto final quedó supeditada al estricto cumplimiento de ese cometido imposible, lo que significaba que la Autoridad quedaba sometida de facto a un régimen de libertad condicional durante los cinco años de período de transición.
En «Arado y espada» (Península), el historiador y catedrático en Princeton Arno Mayer plantea un estudio crítico sobre el sionismo e Israel con «espíritu de controversia», como él mismo lo define.
Oslo y la Declaración de Principios, que fueron anunciados a bombo y platillo en el jardín de la Casa Blanca, generaron la ilusión de una paz inminente en Israel. Los palestinos confiaban ingenuamente en que se suavizaría el régimen de ocupación y los presos de las cárceles israelíes serían liberados. También dieron por supuesto que ninguna de las dos partes escatimaría esfuerzos a la hora de elaborar y poner en marcha las dos fases de las que constaba la hoja de ruta: primero Gaza-Jericó, después estatuto final. El Acuerdo de Oslo era más procedimiento y calendario que sustancia, pero como los líderes israelíes no tenían ninguna prisa por abandonar Gaza y Jericó, fueron ellos los principales responsables de los seis años de retraso, entre mediados de 1996 y mediados de 2002, en el inicio de las negociaciones sobre el estatuto final.Goren, el gran rabinoIsrael dilataba los plazos debido a la existencia de un consenso de facto en torno de la cuestión palestina entre la casta política y la extrema derecha, que no tardaron en hacer campaña contra Oslo. Shlomo Goren hablaba en nombre de los sionistas religiosos. Gran rabino de las Fuerzas Armadas israelíes durante más de veinte años, en 1967 había anunciado abiertamente el regreso del pueblo judío al Muro de las Lamentaciones de Jerusalén y a la Cueva de los Patriarcas de Hebrón. Era también un destacado defensor de la destrucción de las mezquitas de la Explanada. Después de dejar el ejército en 1972, fue durante diez años gran rabino askenazí de Israel. Feroz detractor de Oslo y de la OLP, en 1993, y en tanto que respetado oráculo religioso ortodoxo, aunque ya retirado, Goren afirmó que los soldados tenían derecho a desobedecer órdenes de desmantelar asentamientos en los territorios ocupados y sugirió que Arafat debía ser «eliminado» por «pertenecer al mundo de la muerte». El plan de autonomía palestina era «satánico» porque presagiaba «la destrucción de Israel y la creación de un Estado palestino gobernado por el jefe de los terroristas palestinos». Este tipo de afirmaciones, tan virulentas y negativas, articulaban lo que estaba implícito en la aparentemente más razonable posición del Likud.En el lado palestino, excepto en el círculo próximo a Arafat, existía la fuerte creencia de que, a pesar de tanta parafernalia, Oslo era un plan de paz tremendamente injusto en el que un vencedor todopoderoso imponía humillantes condiciones a los vencidos. En resumidas cuentas, los radicales seculares e islamistas acusaron a Arafat de haber cometido una traicionera rendición. El rechazo de Oslo por parte de Abdel Shafi y su desprecio por la ceremonia de la Casa Blanca demostraron que esa opinión no era exclusiva del entorno de los extremistas. Las críticas se multiplicaron cuando quedó claro que Israel iba a hacer lo imposible por erradicar a la resistencia, a la que seguía estigmatizando como terrorista. Dado que, en virtud de la Declaración de Principios, la OLP respondía por toda la violencia palestina, los israelíes exigieron a Arafat que reprimiera a «sus» terroristas.Las negociaciones para establecer un régimen provisional de autogobierno en Gaza y Jericó comenzaron poco después de la ceremonia de la Casa Blanca, y enseguida hubo tres asuntos que estuvieron a punto de echarlas por tierra: el control sobre los pasos fronterizos, el tamaño del enclave de Jericó y la protección de los asentamientos de la Franja de Gaza. Los israelíes dilataron al máximo estas tres cuestiones. El 25 de noviembre de 1993, Rabin advirtió de que, si no se cumplían los requisitos de seguridad israelíes, sus tropas no respetarían el calendario acordado para la retirada, que debía comenzar el 13 de diciembre y quedar completada cuatro meses después. Bloqueando el acuerdo sobre la «delimitación de la zona de Jerusalén que había que evacuar, la protección de las colonias judías y el control de las fronteras con Egipto y Jordania [...] todas las fechas dejarían de ser sagradas, tanto el 13 de diciembre de 1993 como el 13 de abril de 1994».Haciendo caso omiso de las débiles protestas de Arafat, Rabin se salió con la suya. Salvo que fuera desafiado por Estados Unidos o por la resistencia palestina, y hasta que eso sucediera, Israel podía marcar la pauta y el ritmo. Arafat, convencido de que Rabin lo había engañado, tuvo que limitarse a lamerse las heridas, mientras las mordaces críticas contra él y contra Oslo de los milicianos seculares y religiosos encontraban un eco cada vez mayor entre los palestinos de a pie. En Israel, entre tanto, Rabin no hizo nada por movilizar el apoyo popular a las negociaciones, y los activistas por la paz aprovecharon la apatía del proceso de Oslo para intensificar su ataque contra el Gobierno laborista. Sin embargo, el 25 de febrero de 1994, a mitad de camino entre las dos fechas de delimitación de la retirada, Israel y el mundo árabe quedaron conmocionados por la masacre de Hebrón. Milicianos extremistasEn el calendario musulmán, aquel viernes era el segundo día de ayuno del Ramadán. Para los judíos era la fiesta de Purim, que conmemoraba su salvación de la masacre perpetrada por Hamán en el siglo VI a. C. Hebrón era un lugar sacrosanto para musulmanes y judíos por albergar la Tumba de los Patriarcas, supuesto lugar de enterramiento de Abraham, Isaac, Jacob y sus viudas. Los judíos habían vivido en Hebrón durante siglos hasta 1928-1929, cuando muchos de ellos fueron asesinados o heridos en el transcurso de la primera Intifada (1929), lo que desencadenó la dispersión de su comunidad. Habían regresado a Hebrón después de 1967. La mayoría de los 400 nuevos colonos eran ultraortodoxos y simpatizantes de la ultraderecha. Establecieron su colonia principal en Qiriat Arba, al sur de Hebrón, sobre una colina que dominaba la ciudad. Entre sus miembros había algunos milicianos extremistas, la mayoría seguidores del rabino Meir Kahane, nacido en Estados Unidos y fundador del Partido Kach. Fue miembro de la Knéset entre 1984 y 1988, cuando los tribunales le prohibieron presentarse a la reelección. Los colonos de Qiriat Arba se oponían al Gobierno de Rabin por motivos religiosos.El doctor Baruch Goldstein, nacido en Brooklyn, discípulo de Kahane y residente en Qiriat Arba, decía sentir la vocación religiosa de interrumpir las negociaciones de Oslo. Aquella aciaga mañana de viernes irrumpió en la mezquita de Ibrahim, en la que había 500 fieles rezando. Con su rifle de asalto reglamentario empezó a disparar a quemarropa, mató a 23 árabes musulmanes e hirió a más de 120 antes de ser reducido y apaleado hasta la muerte por los allí congregados.Una vez más los combustibles clásicos de la política y la religión amenazaban con desencadenar una crisis. Rabin se apresuró a expresar su pésame a Arafat, para después mostrarse reacio cuando varios miembros del gabinete exigieron la expulsión de los colonos de la ciudad de los Patriarcas. Rabin recordó que, según el Acuerdo de Oslo, lo único que estaba sobre la mesa eran las conversaciones sobre el estatuto final. La OLP rompió todas las negociaciones y exigió la evacuación de todos los israelíes de Hebrón. Los radicales vieron justificado su rechazo del Acuerdo de Oslo y su desconfianza hacia Rabin. En todos los territorios, las Fuerzas Armadas israelíes sofocaron manifestaciones de palestinos que se echaban a las calles para protestar contra la masacre, y siguieron haciendo la vista gorda ante las atrocidades cometidas por los colonos. Éstos estaban exentos del toque de queda impuesto en Hebrón, mientras que los palestinos pagaban el precio del cierre de emergencia de las fronteras de Cisjordania y la Franja de Gaza.Ola de violenciaHamás, ansiosa de venganza, escogió ese momento para llevar a cabo ataques terroristas contra civiles israelíes. El aldabonazo inicial fue la explosión, en abril de 1994, de dos autobuses al norte de Israel, que provocó 15 muertos y 70 heridos. Al final del año la cifra de víctimas se había duplicado. Esta nueva ola de violencia sirvió de excusa a Rabin para seguir tratando de ganar tiempo y proporcionó munición para sus críticos de extrema derecha. A partir de ahora Hamás estaba en la línea de fuego de las fuerzas de seguridad tanto de Israel como de la embrionaria Autoridad Nacional Palestina, instalada en Gaza. No obstante, dado que Oslo había generado muy pocos dividendos de paz, por no decir ninguno, y que las tropas israelíes seguían asesinando a civiles durante sus operaciones de «búsqueda y destrucción», Hamás se ganó el apoyo popular. También se benefició de la elevación a categoría de mártir del jeque Ahmed Yasin, detenido en una prisión israelí desde 1984. Aun suponiendo que Arafat hubiera querido hacer frente a Hamás y a Yasin, ésa era una tarea que estaba fuera de sus posibilidades. Además, si hubiera intentado hacerlo habría debilitado la base social de la OLP y de Fatah al dar de nuevo la impresión de estar cediendo ante Israel, sin obtener a cambio la menor recompensa.El 4 de mayo de 1994, después de ocho meses de rivalidad, se firmó el Acuerdo para la Autonomía de Gaza y Jericó, también llamado Oslo I, en El Cairo. El texto estipulaba que Israel retiraría sus fuerzas militares de la Franja de Gaza y el área de Jericó en un plazo de tres semanas y transferiría la autoridad de su administración civil a una Autoridad Nacional Palestina. Integrado por 24 miembros designados por la OLP, este ambiguo sistema de gobierno ejercería todos los poderes legislativos y ejecutivos y asumiría amplias funciones judiciales. También crearía un cuerpo de Policía de 9.000 hombres para salvaguardar el orden público. Por lo demás, los poderes de la ANP quedaban esencialmente limitados a las esferas civiles de educación y cultura, bienestar social, turismo, sanidad y fiscalidad.Israel cedió mucho menos poder del que conservó para sí, pues mantuvo el control exclusivo de todos los asentamientos, instalaciones militares, carreteras de circunvalación y pasos fronterizos. Dada la importancia de los dominios de los colonos, que no sólo no habían disminuido sino que siguieron aumentando, los pactos sobre seguridad eran la parte más problemática del Acuerdo Gaza-Jericó: y es que, después de todo, las fuerzas no iban a ser retiradas. Los judíos de Gaza representaban menos del 1 por 100 de la población, atrincherados en medio de 800.000 palestinos, aunque sus quince colonias ocupaban el 30 por 100 del territorio y la costa, y consumían el 40 por 100 del agua blanda. Los asentamientos de ambos enclaves, unidos a Israel por medio de corredores, requerirían protección militar. Arafat sabía que el acuerdo era tremendamente injusto con los palestinos, pero se esforzó por destacar sus puntos positivos. Al menos su pueblo tenía el embrión de un Estado, completado con los habituales símbolos de la soberanía: bandera, sellos, pasaporte y moneda eran más elocuentes que la propia autonomía. Largo tiempo recelosos de las estratagemas de Arafat, el Likud y la extrema derecha israelí arremetieron contra dichas concesiones tildándolas de pasos hacia la perdición. Desde un amplio frente de críticos islamistas e internacionales llegaba la acusación contraria: Arafat y la OLP habían capitulado en El Cairo, al igual que lo habían hecho en Oslo y en Washington. El prestigio moral de su causa había quedado hecho trizas con la Declaración de Principios, que, a fin de cuentas, ¿qué significaba? Los extremistas palestinos llegaron a la conclusión de que, como expresaba un jactancioso oficial israelí, los israelíes «consiguieron el control» y los palestinos «consiguieron los símbolos». Y lo que es peor, la Autoridad Palestina se había comprometido a mantener el orden público, algo que a ojos de Rabin significaba reprimir toda la violencia antiisraelí. Cualquier medida encaminada a ampliar el territorio autónomo y avanzar hacia las negociaciones sobre el estatuto final quedó supeditada al estricto cumplimiento de ese cometido imposible, lo que significaba que la Autoridad quedaba sometida de facto a un régimen de libertad condicional durante los cinco años de período de transición.