CUANDO LAS RAZONES HUMANITARIAS SE PONEN EN DUDA


Un mal mensaje en la lucha contra el terror

La excarcelación
decidida por el Gobierno escocés del único condenado de la masacre de Lockerbie, el atentado más sangriento cometido en Europa cuando un avión de la Pan Am estalló causando la muerte de 270 personas en el año 1988, ha provocado la indignación de la Casa Blanca y todo un escándalo político en Gran Bretaña. El ex agente de los servicios secretos libios, Al Megrahi, cumplía cadena perpetua en una prisión escocesa desde 2001 y las autoridades judiciales de Edimburgo le han devuelto a su país alegando «razones humanitarias», ya que padece un cáncer terminal y los médicos le dan sólo tres meses de vida. En total, el terrorista ha cumplido ocho años de cárcel, dos meses por cada una de las víctimas del atentado de Lockerbie. El Gobierno británico ha respaldado desde el primer día la intención del Ejecutivo escocés de liberar a Al Megrahi. De hecho, Tony Blair firmó un acuerdo con Muamar el Gadafi para que el recluso pudiera cumplir condena en una cárcel libia. Sin embargo, el Gobierno de Brown se vio obligado ayer a reconsiderar su posición, al comprobar cómo Al Megrahi era recibido en el aeropuerto de Trípoli por el hijo de Gadafi y miles de libios con banderas que le aclamaron como a un héroe.
Tanto las víctimas del atentado como el propio Obama han puesto el grito en el cielo por la excarcelación del ex agente secreto. Por mucho que el ministro escocés de Justicia se haya esforzado por presentar su decisión como meramente judicial -ya que las leyes permiten este tipo de excarcelaciones-, lo cierto es que muchas voces han alertado de que detrás de esta liberación hay intereses económicos y diplomáticos. La viuda de un norteamericano asesinado en el atentado lo ha denunciado con toda crudeza: «Esto no tiene nada que ver con la justicia, sino con el petróleo y la política». Hay datos que sustentan esta lógica indignación de las víctimas y tienen que ver con el proceso de transformación de un «patrocinador del terrorismo» -que así era considerado Gadafi por las naciones occidentales en 1988- en un socio comercial preferente. Libia es el segundo productor de petróleo de África y desde que empezara la rehabilitación diplomática de su atrabiliario presidente, numerosas empresas británicas se han instalado en su territorio, ya que sus reservas energéticas suponen una alternativa a la dependencia del gas ruso.
El recibimiento oficial dispensado al autor de un asesinato en masa no sólo es «profundamente penoso e inquietante» -como ha reconocido el ministro de Exteriores Miliband-, sino toda una bofetada a Gran Bretaña por parte de Gadafi. No sólo no ingresó en una cárcel libia, o en un hospital, para cumplir la condena que le restaba, sino que se convertirá en un héroe. La excarcelación de Al Megrahi es desde luego una afrenta para las víctimas del avión de la Pan Am, semejante por cierto a la que causó en España en su día la liberación de De Juana habiendo cumplido sólo una parte de su condena y en la que también se alegaron razones humanitarias. Pero sus repercusiones internacionales son mucho más graves, puesto que el mensaje que envían las autoridades británicas a los terroristas es que aunque sean condenados pueden ser devueltos a su país si los intereses diplomáticos así lo aconsejan. Evidentemente, no es la actuación más coherente por parte de una nación como Gran Bretaña que, como todas los occidentales, han declarado la guerra al terrorismo radical islamista y están pagando por ello un alto tributo en vidas humanas, puesto que muchos de los soldados que participan en misiones en países como Irak o Afganistán no regresan vivos.