Desconcertado
La situación presente plantea muchos interrogantes, y los israelíes generalmente adoptan la conocida actitud del avestruz.
La situación presente plantea muchos interrogantes, y los israelíes generalmente adoptan la conocida actitud del avestruz. Pero no es posible tener siempre la cabeza metida en la arena para dejar ver la realidad. Habría que hacer algo para depurar el turbio ambiente que nos rodea. Este país puede ser mejor, y convertirse en “una antorcha entre las naciones”.
Hace calor en Israel. Pero no es solamente el termómetro el que sube en estos meses veraniegos, sino que se denota en muchos aspectos de nuestra vida nacional. Tal vez sea ésta la razón por la que no he escrito durante más de un mes. La verdad es que miro el panorama nacional y me siento consternado. Como veterano israelí que soy, me pregunto si acaso éste era el país con el que soñaba cuando era joven, y con no poco ardor estaba empeñado en participar en la formación del nuevo Estado.
Desdeluego, a mi modo de ver el problema más agudo es, al margen del de seguridad, el descenso de las normas de ética personal. Como teniendo un Primer Ministro que cada día es acusado de otra irregularidad, pero que sabe maniobrar hábilmente para no ceder las riendas del poder. Como la riña perenne entre el Poder Ejecutivo y el Jurídico sobre la jurisdicción de
Es cierto que generalizo, pero he tenido tanto que ver con un país de ese continente, que no puedo menos que sentirme bien inquieto al trazar un paralelo con ciertas figuras nada encomiables surgidas en aquellas latitudes. Creía que gozábamos de inmunidad ante semejantes desaciertos. Pero no, no son torpezas, son barbaridades. Impropias para un país como Israel, que bien se las ha de ver con tantos problemas de defensa nacional. Ahora, ¿ya no tenemos siquiera seguridad personal? ¿Uno ya no puede ir a bañarse? ¿Una anciana ha de encerrarse en su casa al anochecer, y no abrir la puerta a ningún desconocido porque ha aumentado la violencia contra quienes están en el ocaso de su vida?
En otros países es el aspecto económico el que generalmente preocupa al hombre de la calle. No es que en Israel no haya dificultades de esa índole, acaba de publicarse un nuevo informe sobre la disparidad del ingreso entre los diferentes estratos socioeconómicos. Ya no somos lo que éramos en los años ’50, cuando ser pobre era la norma, y tener un departamento de un ambiente y medio modestamente amueblado era algo aceptable para un matrimonio joven. Y cuando un Primer Ministro como Ben Gurión se fue al desierto del Néguev para servir de ejemplo, y otro jefe de Estado como Menajem Begin vivió la mayor parte de su vida en un modesto departamento de dos habitaciones. Y que uno de sus hijos ha abandonado disgustado la actividad pública, porque no estaba a la altura de sus aspiraciones morales.
Es cierto, y bien lo he dicho, que este país ha avanzado mucho en múltiples aspectos de la actividad nacional. Se han concretado realizaciones extraordinarias que merecen ser señaladas, y yo creo haberlo hecho tan recientemente como en el víspera del sexagésimo aniversario del Estado. Pero ahora estoy desconcertado, y hasta en cierto modo inquieto. Hay que despejar el ambiente. Empezando por la cúpula. Un jefe de Gobierno tan cuestionado ya no puede dirigir los destinos del país, e incluso iniciar negociaciones con un país enemigo que implicarían serias concesiones. Y pasando por toda la gama de la administración, hacer que las cosas vayan mejor, que haya mayor transparencia y deseo de contribuir al bienestar general, en lugar de mirar los estrechos intereses de cada uno. Israel es capaz de hacerlo. Y lo debería hacer.