DIFERENCIAS
Hace unos días nomas, mientras a la antorcha olímpica la apagaban y la volvían a encender en Londres y Paris protestando por el trato de los Chinos en el Tíbet, ocurrió por esta zona algo notable.
Sin previo aviso, cuatro tipos uniformados del Hamas entraron a la zona franca entre Gaza e Israel donde se traspasa la gasolina de camiones Israelíes a camiones de Gaza y mataron a quemarropa a dos civiles que se ocupaban de conectar los tanques de los camiones.
No se trata de una zona custodiada por ejercito de ningún lado, sino en una zona desmilitarizada, donde se lleva a cabo el abastecimiento de combustible. Los ejércitos están fuera de esa zona.
Apenas ocurrió el atentado, los tipos se rajaron en un vehículo que los esperaba, A los 10 minutos un helicóptero los impactó y allí casi se terminó el asunto.
Un atentado más. Pero no se trató de un atentado más.
La extrema derecha casi pisó el palito y exigió cortar inmediatamente a Gaza el suministro de gasolina.
El gobierno y la prensa no se tragaron el anzuelo y decidieron no hacer nada y no castigar a los Palestinos.
Los Palestinos cometieron ese atentado son soldados del gobierno de Gaza. Mataron a los que les proveen gasolina EXPRESAMENTE para que exista una represalia y les corten la gasolina y así volver a salir a la prensa como víctimas y retomar la primeras planas de los diarios.
El ruido que hacen los del Tíbet y la ola de simpatía que crearon alrededor del problema Tibet-China es lo último que los Palestinos quieren ver.
La prensa en todos lados hace comparaciones entre el sufrimiento Palestino y el sufrimiento del Tibet y eso va a continuar hasta las Olimpiadas… todo un desastre para la máquina de propaganda.
Apuesto que Uds. esa noticia no la leyeron en ningún periódico
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EXCELENTE MATERIAL DEL 60 ANIVERSARIO DEL ESTADO DE ISRAEL
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El derecho de disentir
Por Pilar Rahola
Que personajes de la inmoralidad de los D Elía, capaces de viajar a Irán y reírse de las víctimas de la AMIA en su propia cara, o brindar por los atentados del 11-S, o considerar héroes a un grupo de terroristas que narcotrafican, secuestran y matan, que esos personajes sean los asesores áulicos de una presidenta democrática sólo puede señalar una cosa: que la herida de la democracia argentina es muy profunda. Mas info, clic en título
BARCELONA ¿Cómo lo ves?, me espetan, con zozobra, las heterogéneas voces que conforman mi paisaje argentino. Y me invitan a una reflexión serena, quizá con la esperanza de que mi condición de extranjera aporte una mirada singular. Lo cierto es que percibo lo contrario. Mi inevitable extranjería incomoda mi sentido crítico, atenazado por el pudor de meterme en casa ajena, y el lógico respeto al amable país que me acoge. Sin embargo, por su importancia geoestratégica y por el liderazgo que tiene el país en el pensamiento global, lo que ocurre en la Argentina, ocurre en el mundo, y reflexionar sobre ello forma parte de la agenda de todo analista. Así ha sido con los artículos internacionales sobre los acontecimientos argentinos. El común denominador de todos ellos obliga a una doble conclusión: la Argentina es importante; y lo que ha ocurrido, ha preocupado mucho. Para muestra, dos botones significativos. El editorial del diario El País , que subtitulaba: "El final de la huelga deja un inquietante poso sobre el estilo político de la Presidenta", y el artículo de The Wall Street Journal : "Los Kirchner controlan el Poder Judicial, el Congreso, el Banco Central, la policía y el gasto en las provincias. La única avenida que quedó libre para expresar disconformidad es la desobediencia civil, y ese camino también se estaría cerrando". Por supuesto, estos artículos y otros muchos que han salpicado los periódicos de todo el mundo, con notable y sorprendente unanimidad, pueden ser tipificados de obras de "enemigos del pueblo", especialmente por aquellos que creen que el pueblo es de su posesión. Pero lo cierto es que el ruido argentino ha traspasado fronteras, ha ocupado reflexiones y ha preocupado conciencias. Por mucho que mi admirado amigo Marcos Aguinis hablara del mito de Casandra, que gritaba sus verdades y la tomaban por loca, lo cierto es que puede estar tranquilo. O aún más intranquilo: no sólo Casandra grita que la Argentina no va bien. Acepto, pues, la invitación de mis amigos y aporto mi mirada particular, quizá con la intención de patear aún más el tablero de las ideas. Por supuesto, no analizaré lo concreto, diseccionado estos días por notables periodistas argentinos. A ustedes corresponde la lupa cercana. Pero con la lupa lejana, la realidad política argentina adolece de algunos males, cuya derivada parece una carrera enloquecida, cuesta abajo. "¡Es la economía, estúpido!", gritó James Carville, asesor de la exitosa campaña de Bill Clinton en 1992, a un desconcertado Bush padre. Y en la Argentina de estos tiempos habrá que gritar, con furor gaucho: "¡Es la democracia!, señorías". Dejemos el "estúpido" para otros estilos Sí. Es la democracia. Más allá de las contingencias de la huelga del campo e incluso más allá de la torpe actuación de la dirigencia de la Casa Rosada, que no demostró vocación de bombera, sino de pirómana, los síntomas de la Argentina actual suman un conjunto de indicadores altamente tóxicos para la salud democrática de un país. Por supuesto, no pongo en cuestión la democracia argentina; pero me atrevo a decir que no goza de buena salud. Hace años, en un congreso sobre terrorismo, en París, utilicé el concepto de "democracia herida", justamente para reflexionar sobre los retos que la libertad afronta ante las tentaciones autoritarias. Dichas tentaciones no derivan de líderes dictatoriales, sino, a menudo, de cancillerías democráticas que, sin embargo, recortan sensiblemente las exigencias que la libertad impone al poder público. Y de ese recorte se alimenta el huevo de la serpiente, en su letargo en democracia. Veamos dichas tentaciones, en el contexto argentino. La primera tentación es un clásico muy eficaz del populismo: el control de la información pública y el desprecio a la prensa libre. La democracia consolida la prensa como uno de sus pilares, y una presidencia que no respete esa independencia, o que ningunee a los periodistas situándolos bajo sospecha, pervierte la naturaleza misma de la democracia. En este sentido, no deja de ser preocupante la actitud de la presidenta Cristina Fernández, mucho más favorable a hablar ante las masas que ante un periodista. ¿Sabrá la Presidenta que ese estilo, el de hablar directamente al pueblo, sin la incómoda cortapisa de la prensa, es propio de países como China, Cuba y, en su momento, la Unión Soviética? De la tentación de convertir el periodismo en un ejercicio sospechoso cuelga la segunda tentación, la de la confusión entre la nación, la institución y la persona, en una derivada mesiánica propia de los salvadores de patrias. Quiero pensar que la presidenta argentina no tiene esa vocación, pero algunas de sus alocuciones públicas, bien pertrechada por coros de aduladores que se sitúan estratégicamente en los mítines, contienen mensajes claramente mesiánicos. Desde el clásico "yo soy el pueblo" hasta la denuncia de una especie de complot universal contra el país cada vez que un grupo opositor hace lo que tiene que hacer en democracia: oponerse libremente. En su "La anulación del disenso", que publicó en LA NACION, Carlos Pagni radiografió perfectamente ese fenómeno. Fenómeno que también es un clásico autoritario y que ha tenido su expresión más inquietante en la contundente huelga agropecuaria de estos días. El mecanismo es tan simple como eficaz y letal: el Gobierno propone medidas que lesionan a un sector social, el sector social protesta, el Gobierno se transmuta en la esencia de la Nación; ergo, el sector social se transforma en enemigo de la Nación, y así lo que era una protesta ciudadana acaba siendo una traición al país. No respetar las dinámicas ciudadanas de protesta, el activismo de la sociedad civil y la lógica opositora de los partidos y confundir a un funcionario público -¿qué es, al fin y al cabo, un presidente?- con la institución nacional es tanto como transformar la política en una religión y las acciones políticas en dogmas de fe. A partir de ahí, los inquisidores de la fe -o de la revolución, tanto monta- se convierten en la mano derecha de los gobiernos. Luis D Elía, por poner el ejemplo más reciente... y más desagradable, es exactamente eso, un guardián de la fe, y como todos ellos a lo largo de la historia no tiene problemas con la violencia. Mentado el personaje, él es el paradigma de la tercera tentación del populismo: la creación de un poder opaco dentro del poder, generalmente formado por tipos sin demasiados escrúpulos, que conforman un cuerpo ajeno, pero muy visible, que toma decisiones, presiona, controla y a veces, como se ha visto en la Plaza de Mayo, hasta apalea. Como decía Alfredo Leuco, una auténtica Guardia de Corps al estilo mussoliniano. En este punto no puedo evitar la mención del delirante monólogo que D Elía hizo en el programa de Fernando Peña, donde vomitó su odio y su amenazador verbo con la frialdad que da la impunidad. ¿Puede la presidenta Cristina pasearse por las calles de París, bien emboinada, pidiendo la libertad de Ingrid Betancourt y, al mismo tiempo, mostrarse flanqueada por la izquierda más reaccionaria de América latina, auténtica defensora de las barbaridades de la guerrilla colombiana? Más aún: un país tan importante como la Argentina ¿puede permitirse que un lacayo del Gobierno amenace a las clases económicas y construya un discurso de enfrentamiento propio de las ideas totalitarias? Que personajes de la inmoralidad de los D Elía, capaces de viajar a Irán y reírse de las víctimas de la AMIA en su propia cara, o brindar por los atentados del 11-S, o considerar héroes a un grupo de terroristas que narcotrafican, secuestran y matan, que esos personajes sean los asesores áulicos de una presidenta democrática sólo puede señalar una cosa: que la herida de la democracia argentina es muy profunda. El listado de tentaciones del poder, en su afán por estrechar los límites de la libertad, es aún más amplio: presión sobre las clases medias, demonización de los sectores económicos, desmovilización de las entidades no controladas, uso indiscriminado de la calle, control del ámbito judicial, desprestigio del policial, uso perverso de la memoria histórica, con fines revanchistas, y, en definitiva, la creación de una cultura del miedo. "El problema era el miedo", dijo Pepe Eliaschev en Perfil , y remató Joaquín Morales Solá: lo que ha ocurrido "es un gesto de debilidad". Sin duda. Pero lo cierto es que la Argentina vive, hoy por hoy, en una dualidad demoníaca. Está en el mejor de los momentos, la preside una mujer fuerte y decidida y su sociedad vuelve a tener el dinamismo de las mejores épocas. A la vez, la contamina el odio de la historia, las prácticas autoritarias del poder y la violentación de la calle. La peor realidad en el mejor momento. En esa situación, que no se equivoque la Presidenta cuando, viéndose rodeada por la masa, se cree fuerte. Lo dijo Ibsen en su Enemigo del pueblo : "El hombre más fuerte del mundo es el que está más solo". La claque, el griterío, la adulación y la violencia sólo les dan razón a los lerdos. Lo malo es que pueden imponer la sinrazón a los sensatos. Para LA NACION
La Torá y el precio del pepino
13/4/2008
AJN.- E l precio del pepino, ingrediente básico en la dieta israelí, incluido el desayuno, está por las nubes. El alza ronda el 25% para ésta y otras hortalizas. La razón: gran parte de los campos están en barbecho. Cada siete años, según prescribe la Torá, los judíos deben dejar reposar la tierra. Es el año de la shmita. Pero esta vez, tras ocho décadas de triquiñuelas, los rabinos se han rebelado contra la práctica que permitía que un goy (gentil), casi siempre árabe, se encargara de las labores agrícolas.
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JUAN MIGUEL MUÑOZ.- Imprescindible importar verduras y frutas porque el rabinato certifica la aptitud (kosher) de los alimentos. La mayoría de los supermercados, sobre los que pende la amenaza del boicoteo, se pliega a la ley religiosa. Es sólo una muestra del poder de los ultraortodoxos, que saca de sus casillas a los laicos.
Ocurre todos los años: durante la pascua judía, grupos radicales apedrean restaurantes en los que se sirve pan
Si las exigencias de los rabinos ultras se ciñeran a sus fieles, no cundirían las quejas. Pero sus constantes demandas fundamentalistas, aprovechando la inestable coyuntura política, afectan a todo hijo de vecino en Israel. Ejercen su influencia en el Parlamento ante un Gobierno rehén de sus escaños. Y también una presión social con métodos más sibilinos. En las últimas semanas se prodigan ejemplos de lo que el analista Uzi Baram denomina, lisa y llanamente, "extorsión".
Ciertas imposiciones gozan de gran arraigo. En el Estado judío, carente de la institución del matrimonio civil, los rabinos monopolizan la tramitación de bodas y divorcios. Existe otra alternativa más costosa y que eligen miles de israelíes: casarse en el extranjero, muchos en la cercana Chipre. El rabinato es también responsable de las conversiones al judaísmo, cuestión capital para un país nacido de la inmigración. Desde los años noventa llegaron a Israel un millón de rusos. Cientos de miles no son judíos, según la Halacka (ley hebraica), porque no son hijos de madre judía. Lo eran sus abuelos, lo que es suficiente para obtener la ciudadanía por la Ley de Retorno, pero los impedimentos son notorios si quieren casarse. Deben convertirse ante el rabino y cumplir requisitos draconianos.
Dirigentes políticos laicos, de derechas o de izquierdas, están hasta el gorro. La Aliyá, la inmigración a Israel de los judíos de cualquier rincón del mundo, está agotada. Y los líderes seculares se afanan por suavizar la conversión. De momento no hay forma de persuadir al Rabinato oficial. Aunque más de 300.000 rusos la solicitaron, entre 2004 y 2006 sólo 6.324 la obtuvieron.
Se conocen casos esperpénticos. Como el de la mujer convertida hace 15 años que acordó el divorcio amistoso con su marido. No pudo ser. El rabino le preguntó sobre el cumplimiento de las mitzvah (obligaciones religiosas) y la respuesta no le satisfizo. La ruptura no se legalizó. Todavía peor: sus hijos, de un plumazo, dejaron de ser judíos a efectos religiosos. Algunos partidos liberales se han esforzado durante años por promover una legislación civil que abra el panorama. Los frutos, hasta la fecha, son magros.
La coyuntura presente es propicia para sacar tajada. El fragmentado sistema político israelí otorga a los partidos ultraortodoxos un peso político muy superior a su implantación social. El Shas, que representa a los mizrahi (originarios de países árabes y musulmanes), tiene 12 diputados en el Parlamento, de 120 escaños. Como el Gobierno de Ehud Olmert cuenta con el respaldo de 67 diputados, la docena del Shas es vital para su supervivencia. En la oposición se atrincheran la Unidad por la Torá y el Judaísmo, con seis asientos en la Kneset, y que agrupa el voto de los ultraortodoxos askenazíes (procedentes de Centroeuropa), y los religiosos sionistas -los colonos-, que lograron nueve escaños. Su intransigencia es proverbial.
El Shas advierte al Ejecutivo sin descanso: si se negocia con los palestinos sobre Jerusalén, perderá su apoyo. Por iniciativa de Olmert o por coerción ultraortodoxa, en la mitad árabe de la ciudad santa y en 101 colonias de Cisjordania, la construcción de viviendas -un atropello a la legalidad internacional y un duro golpe a la negociación- marcha viento en popa.
No hay materia que los ultraortodoxos no aborden desde su prisma arcaico. Han ejercido enorme influencia en la legislación sobre donación de órganos, y promueven ahora leyes para limitar la normativa progresista sobre el aborto o para censurar los contenidos de Internet. Nadie confía en que Olmert se desprenderá del Shas. "Está claro que la población ultraortodoxa no tiene intención de detener sus campañas. Se sienten fuertes... El público no religioso debe organizarse y demostrar que también tiene poder", ha escrito el analista Nehemia Shtrasler.
Israel engloba varios submundos, y en Jerusalén el shabat se observa escrupulosamente desde que la sirena suena el viernes por la tarde. En Tel Aviv, el fervor se mitiga. Los ultras, pues, aprietan. La compañía de autobuses Dan, que presta servicio en la ciudad, decidió en febrero cancelar sus rutas durante el día sagrado. Alegó motivos mercantiles. Nadie lo cree. Cedió al chantaje. Algo similar ha sucedido con la cadena de ultramarinos AM:PM, la última víctima. Con 10 establecimientos en barrios ultraortodoxos, en los vecindarios laicos abría en la jornada de oración. A la voz de un par de rabinos, sus ventas han caído un 50% en dos semanas. Ya cierran todos en shabat.
No hay pausa. Ahora se acerca el Pesaj, la pascua judía. Comienza el día 19. Durante siete días, los fieles no pueden ingerir productos con levadura (hametz). Ocurre cada año: grupos radicales apedrean restaurantes en los que se sirve pan. Ni comen ni dejan comer. Pero este año un juez ha roto un tabú. Tamar Bas-Asher acaba de dictar sentencia: el hametz podrá venderse en supermercados y servirse en restaurantes porque no están expuestos al público. Anatema. El líder del Shas, Eli Yishai, ha presentado una proposición de ley para prohibir su venta. Y Moshe Gafni, diputado ultraortodoxo askenazi, ha ido más lejos: ha solicitado por escrito a la empresa pública Mekorot el corte del suministro de agua del canal que abastece a gran parte de Israel. Teme que migas de pan hayan profanado el líquido.
Son una casta intocable que disfruta de privilegios cambiantes al compás de su fuerza en la Kneset. Los jóvenes seminaristas están eximidos del servicio militar, y las subvenciones a los seminarios y a las familias son cuantiosas. Muchos ciudadanos, que tildan de "parásitos" a estas gentes vestidas a la usanza del siglo XIX, comienzan a impacientarse. En Tel Aviv, bastión del laicismo, tres hombres han lanzado una campaña para promover las compras en AM:PM. Para el historiador Meron Benvenisti, no obstante, nadie debe alarmarse en exceso: "Me preocupa su influencia actual en la política, pero su poder tiene un límite porque la prosperidad de las clases medias chocará con sus proyectos". -
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